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El Desierto de La Tatacoa, la casa de la paleontología y el cosmos en Colombia

El Desierto de La Tatacoa, la casa de la paleontología y el cosmos en Colombia

EFE

Desierto de La Tatacoa (Colombia) —

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Lejos del apelativo de “El valle de las tristezas” que le dio en 1538 el conquistador español Gonzalo Jiménez de Quesada, el Desierto de La Tatacoa es hoy uno de los lugares más visitados de Colombia por sus exóticas formaciones geológicas, el hallazgo de miles de fósiles y la observación astronómica.

Ubicado en el departamento del Huila, en el sur del país, este bosque seco tropical de 370 kilómetros cuadrados es la principal causa por la que el municipio del que hace parte, Villavieja, es actualmente considerado la “capital paleontológica y astronómica de Colombia”.

No en vano, en la zona han sido hallados más de 7.000 fósiles de mamíferos que datan del periodo mioceno medio tardío, con 13,5 millones de años, y que constituyen la mayor cantidad de la que se tiene registro en Suramérica.

Hasta 1985, cuando el párroco local le dio valor a estas piezas y cedió la antigua casa cural para crear el Museo Paleontológico de Villavieja, cuentan los pobladores que muchos tenían fósiles en sus viviendas para detener las puertas.

Poco a poco expertos nacionales y extranjeros se interesaron en los hallazgos que aparecían a simple vista cada vez que llovía en esta región en donde de día la temperatura llega a los 40 grados centígrados y de noche baja hasta los 20.

Entonces, los lugareños empezaron a dotar al museo con las 959 piezas paleontológicas de mamíferos, reptiles y flora que lo conforman y que dan cuenta de que, incluso, por esta zona pasó el hoy lejano río Amazonas del que quedaron en el desierto muestras de cangrejos, pirañas y rayas.

Entre las “joyas” del pasado que observan turistas como el bogotano Camilo Acuña, de 22 años, quien llegó en compañía de cinco amigos, figuran el fósil de una “Stupendemys”, la tortuga de agua dulce más grande que se ha encontrado en Colombia y cuyo caparazón mide 1,80 metros de longitud.

“Es impresionante. Nunca me imaginé que Colombia tuviera tanta riqueza paleontológica y que La Tatacoa ofreciera un paisaje tan diferente”, dijo el joven a Efe.

De hecho, hasta agosto pasado al Huila llegaron 213.000 viajeros, la mayoría de los cuales en busca de los secretos que guarda el desierto, destino que promocionan el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo y el Fondo Nacional del Turismo (Fontur) a propósito de la celebración este 27 de septiembre del Día Mundial del Turismo.

La aventura comienza en Villavieja que, según el coordinador de turismo de la localidad, Guillermo Hernández, “cuenta con una capacidad de 412 camas en hoteles y hostales”.

Otros, principalmente procedentes de Holanda, Alemania, Francia y España optan por alguna de las 225 camas disponibles en las 11 aldeas que hacen parte del desierto y a donde se llega a caballo, a bordo de todoterrenos o en mototaxi.

Ese es el caso de la española Arantxa Suárez, de 30 años, quien decidió emprender sola un viaje por Colombia que la ha llevado a diferentes lugares y que, sin haberlo planeado, hizo que se enamorara de La Tatacoa.

“Llegué sin ninguna expectativa y la verdad, entre más lo recorro alucino con la imponencia de cada sitio, siempre con formaciones extrañas, de colores únicos y magníficos para hacer fotografía o simplemente útiles para desconectarse al no haber señal en el móvil ni energía constante”, comentó la visitante.

Por los empolvados caminos y bajo un sol implacable aparecen cada tanto grupos de turistas que caminan con las mejillas enrojecidas y la ropa empapada en sudor.

Entre sus destinos favoritos está Cuzco, un sector de tierras rojas, cuyo nombre significa en lenguaje indígena “muy bello”.

Este lugar sorprende porque mientras se recorren las cárcavas talladas por el viento y la erosión, el azul del cielo contrasta con el rojo del suelo, que a veces se torna naranja o amarillo y que, de imprevisto, es interrumpido por el verde de las siete clases de cactus del desierto.

Otra área, conocida como Los Hoyos, de tierras grises, atrapa a los turistas en “El valle de los fantasmas”, un sendero cuyas tenebrosas formas ofrecen un paisaje inesperado que termina al llegar a una refrescante piscina de agua natural.

En los restaurantes, distantes varios kilómetros unos de otros, y que hacen las veces de oasis, llegan al mediodía visitantes para intercambiar experiencias, refrescarse, comer chivo asado, tomar jugo de frutas locales como la gulupa o probar una cerveza a base de cactus.

Todos alardean de las imágenes que captaron de serpientes, osos hormigueros, zorros, escorpiones y aves y también escuchan historias como la de Rosalina Martínez, una mujer que vivió hasta los 104 años y que fue pionera en la recepción de turistas.

Ella, que fue proclamada como “La reina del desierto”, murió en 2010 con la piel tan ajada por el inhóspito lugar que muchos decían que imitaba los socavones del suelo y las rocas y que era en sí misma una evidencia más de la energía cósmica y paleontológica del Desierto de La Tatacoa.

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