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Los efectos imprevisibles de los tipos de interés negativos

El presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, durante una rueda de prensa.

EFE

Madrid —

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Los tipos de interés negativos son un fenómeno nuevo en el panorama económico, producto de la política monetaria expansiva desarrollada por el Banco Central Europeo (BCE) desde el inicio de la Gran Recesión, que buscan animar el crecimiento, aunque sus efectos reales son imprevisibles.

Como consecuencia de esa política expansiva, toda la deuda hasta un plazo de 3 años de la eurozona, salvo la de Grecia, cotiza con intereses negativos y en algunos países (Alemania, Francia y Holanda) el fenómeno se extiende hasta las emisiones a 10 años.

Para hacer frente a la Gran Recesión el BCE impulsó en 2007 una política monetaria expansiva -intensificada en la etapa de Mario Draghi al frente del emisor (desde noviembre de 2011)- primero para salvar el euro y después para tratar de animar el crecimiento de la economía, cuyo producto más desconocido son los tipos negativos.

Es una anomalía de resultados inimaginables, según coinciden analistas de todos los espectros, en la medida en que supone penalizar el ahorro y “premiar” el endeudamiento, aunque sí tiene una virtualidad: haber permitido a los estados financiar su deuda pública de forma más holgada y a empresas y particulares captar fondos a tipos ultrabajos.

El germen de esta situación se remonta al inicio de la Gran Recesión, en 2007, cuando el Banco Central Europeo se lanzó a prestar a los bancos para compensar el “cierre” del mercado interbancario resultado de la desconfianza que se impuso entre los bancos tras la crisis de las hipotecas basura en Estados Unidos, las famosas “subprime”.

La situación se agravó en 2008, con la quiebra de Bearns & Sterns, y sobre todo la de Lehman Brothers, y se recrudece en la primera parte de la década actual cuando se constata una pérdida de capacidad de crecimiento a nivel global, que tiene que ver, entre otras razones, con el envejecimiento de la población.

El modelo de crecimiento, anémico en algunos casos, ha vuelto a dar una nueva prueba en el segundo semestre de 2018, cuando las tensiones geopolíticas y el enfrentamiento entre China y Estados Unidos provocan una desaceleración significativa, hasta el punto de que Alemania, el motor de la eurozona, está al borde de la recesión.

Y pese a los estímulos del BCE, que ha inyectado entre 10 y 15 billones de dólares, dependiendo de las fuentes, la economía europea no acababa de tirar con fuerza.

Desde que el emisor europeo situó, en junio de 2014, el tipo de la facilidad de depósito (lo que cobra a los bancos por los fondos que depositan en Fráncfort) en negativo, ha pasado un quinquenio y no parece que el escenario a futuro vaya a cambiar las cosas.

De hecho, en la última reunión del banco, Draghi avanzó que los tipos seguirán en estos niveles hasta que se consiga situar la inflación por debajo pero cerca del 2 % (este es el objetivo principal del BCE, que entiende que ese es el nivel compatible con un crecimiento sano).

El objeto último de estos tipos negativos es penalizar que los bancos tengan sus fondos paralizados en el BCE e incentivarles para que los destinen a financiar a familias y empresas, para impulsar el consumo y la inversión.

Aunque ahora la desaceleración es un hecho, los tipos negativos han contribuido a la recuperación de la economía europea, al aumento de la financiación y a una mayor eficiencia del sector pero han dañado seriamente la rentabilidad de los bancos, que viven de la diferencia entre lo que les cuesta el dinero y lo que cobran por prestarlo... y ambas variables están cerca de cero.

Entre las consecuencias macroeconómicas de esta situación de tipos negativos los expertos apuntan la posible “japonización” de la eurozona, es decir, una situación de estancamiento, que en el país nipón duró casi dos décadas, con inflaciones negativas y con los tipos por debajo del 1 % desde hace más de 20 años (ahora en negativo).

A efectos macro, los intereses negativos son una buena noticia para la deuda pública, porque permite a los gobiernos emitir a tipos mucho más bajos y alargar la vida media de la deuda, que siempre es una garantía contra las volatilidades del mercado.

La receta contra el bajo crecimiento no es nueva, según el analista del Fondo Multiciclos Global de Renta4, Juan Ignacio Crespo, que recuerda que las recesiones siempre se han combatido con recortes de tipos, aunque en este caso se ha llegado a un extremo nunca antes visto.

Para José Manuel Amor, de AFI, el terreno desconocido en que se ha adentrado Draghi puede generar distorsiones “pero la medida tiene su lógica” para impulsar el crecimiento y defiende también, en línea con el BCE, que aquellos países con margen, como Alemania, hagan un esfuerzo fiscal para tratar de impulsar su economía, y de paso, la de la eurozona.

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