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España paga un alto precio energético por su triángulo geopolítico con Argelia y Marruecos

La vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, en la reunión con con el ministro argelino de Energía y Minas de Argelia, Mohamed Arkab, en Argel.

Ignacio J. Domingo

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La conflictividad entre Marruecos y Argelia ha dejado de ser un altercado bilateral y toma visos de convertirse en un foco de confluencia de asuntos de alto calado geoestratégico global en el que están involucradas las grandes potencias internacionales -EEUU, Europa, China y Rusia- y no pocas de mediana dimensión, pero de especial poder de influencia tanto en Argel como en Rabat. Fuego diplomático cruzado que podría alterar el frágil equilibrio del Magreb a través de un recrudecimiento de las tensiones económicas -en el orden energético- y de seguridad, con un repunte del gasto militar de ambos contendientes.

Este compendio de riesgos atenaza la estabilidad de los precios y del suministro del gas a España y a Portugal. Nuestro país se encuentra en medio de una difícil encrucijada, de compleja resolución por el elevado voltaje que presiden las relaciones entre Rabat y Argel. Intissar Fakir, director para el Norte de África y el Sahel del Middle East Institute (MEI), deja un preciso retazo de los factores que retraen una posible resolución inminente del puzzle geopolítico y gasístico magrebí. En su opinión, “el reconocimiento desde la Administración Trump de la soberanía de Rabat sobre el Sáhara ha hecho saltar por los aires los esfuerzos argelinos de aislar a Marruecos”.

La maniobra de Washington en favor de la reivindicación marroquí del Sáhara Occidental estaba asociada al inicio de una normalización urgente de relaciones diplomáticas entre Rabat e Israel, que levantó sarpullidos en Argel. Hasta desencadenar nuevas hostilidades entre dos países que mantienen cerradas desde 1994 sus fronteras, por decisión unilateral argelina, tras la acusación marroquí de complicidad con los atentados de Marraquech dos años antes. Decisión que no ha impedido -explica Fakir- que ambos países hayan logrado puntos de encuentro para transportar el gas argelino a España desde uno y otro lado de ambos límites geográficos, forjados a golpe de incidentes bélicos, tras la independencia argelina de Francia en 1963.

La convalecencia por Covid-19 del líder polisario Brahim Ghali en un hospital riojano, que se llevó un cambio en la jefatura de la diplomacia española, y el presunto apoyo de Rabat a dos partidos que defienden la independencia de la región de Cabilia -el MAK y el Rachad- a los que Argelia ha colgado el cartel de organizaciones terroristas, desenterraron el hacha de las hostilidades, que se ha desviado al terreno energético. Porque, en pleno otoño convulso, y con la protesta social a flor de piel en España por el encarecimiento del recibo de la luz, Argel decidió cerrar el vaso comunicante del gaseoducto que comparte territorialmente con su vecino occidental.

La drástica decisión del presidente argelino Abdelmajid Tebboune -en vigor desde noviembre- se matizó días después con la promesa a Madrid de elevar el flujo del segundo gaseoducto, Medgaz. Esta conexión submarina, propiedad de la estatal Sonatrach, une el yacimiento de HassiR'mel con la costa almeriense de Perdigal y enlaza con la red gasística Almería-Albacete. Será una ayuda, pero no garantiza el retorno a la estabilidad de precios energéticos.

Argel se ha comprometido a que el flujo de gas alcance los 10,5 billones de metros cúbicos (bcm), desde los 8 bcm actuales. Este caudal queda lejos de suplir a los 13 bcm del gasoducto Magreb-Europa (GME), la red que atraviesa el Estrecho de Gibraltar desde el Reino alauí. De esta conexión energética Rabat recibía como pago en especie el 7% del gas transportado para su uso doméstico. Con la cancelación contractual del GME, Argel ha ordenado solventar sus exportaciones a España con metaneros; a razón de otros 2,3 bcm mensuales, según admite Enagás.

Más Europa en el Norte de África

Pero la incógnita española sigue sin despejarse. En cierto modo por un segundo componente de la ecuación: la falta de involucración de Europa en el Magreb. Así lo cree Francis Ghilès, analista del Barcelona Centre for International Affairs (Cidob): a Bruselas “nunca le ha preocupado estratégicamente el Norte de África”, pese a que “el vaciado del gaseoducto habla a las claras de la trascendencia del área para la seguridad y la prosperidad económica” del mercado interior.

Ghilès incide en el vacío de la diplomacia de la UE ya antes de las revoluciones árabes de hace un decenio, que permitieron el aterrizaje en la zona de grandes superpotencias como Rusia y China y otras naciones hegemónicas en sus áreas geográficas como Turquía o Arabia Saudí y los emiratos. E insiste en que es un “error de alta dimensión”, porque afecta a su política de vecindad, y de “especial relevancia”, ya que esta inacción abarca un “gran arco de potenciales crisis”, desde el Báltico hasta el Mediterráneo, muchas de ellas cíclicas -que emergen o se han situado en un limbo en el último cuarto de siglo- y que han dado visibilidad, por ejemplo, el rearme militar y geoestratégico ruso y a las carencias tácticas europeas en Siria, Irak o Libia.

Ni los líderes europeos ni los magrebíes -explica el experto de Cidob- han dado relevancia a la capacidad energética solar del Sáhara o a sus industrias de extracción de fosfatos o materiales químicos como el sulfuro, muy boyante en Marruecos, o el amoniaco argelino, que ayudarían a poner coto a la inmigración descontrolada y a asegurar el abastecimiento a las manufactureras de la UE. Una visión que, sin embargo, han captado en el Golfo Pérsico, algunos de cuyos países -Qatar y los Emiratos Árabes Unidos- poseen centros productivos en Argelia y Marruecos.

Dos mercados catalogados de estratégicos por la diplomacia económica española en los que ya existe una alta representación empresarial hispana que compite con el condominio francés. Con más de 1.400 empresas y un stock de inversión de más de 5.000 millones de euros en el Reino alauí y superior a las 550 firmas en Argelia, donde cobra un protagonismo especial Naturgy, que dispone del 49% del gaseoducto de Medgaz frente al 51 % de Sonatrach, poseedora del 4% de las acciones de la multinacional española.

El affaire gasístico deja también otros dos vestigios de las secuelas -por ausencia- de la política exterior europea en el Magreb. El primero, que Argelia mantiene abiertos sus dos gaseoductos con Italia, a través de Túnez -país con el que Francia ha logrado reverdecer su influencia- y del Estrecho de Sicilia. Mientras, la apertura de la espita del Medgaz queda a expensas de una mayor carestía de la factura ante los intentos unilaterales de Sonatrach de “actualizar” sus contratos con la española Naturgy.

En esta carrera hacia no se sabe dónde, se suma el incremento mutuo de los gastos en Defensa. En el caso de Rabat alcanza el 12%, hasta los 4.800 millones de euros para 2022, anunciada tras el cierre del flujo del gas argelino, mientras que Argel anunciaba un incremento del 7,8% de gasto defensivo.

Esta especie de secuestro diplomático español en su triángulo magrebí ha dado pie a analistas como Gonzalo Escribano y Lara Lázaro, del Instituto Elcano, a reclamar “una narrativa energética euro-mediterránea alineada con el Pacto Verde de la UE”, que incorpore las energías renovables a un escenario geopolítico hasta ahora dominado por el petróleo y el gas natural, se adecúe a la proliferación de nuevos productores de gas natural, tanto mediterráneos como foráneos, y cree un clima adecuado de reformas de neutralidad energética en los sectores e inaugure un ciclo en la UE con un enfoque más geopolítico en la región.

Una recomposición que también valora Josep Piqué, ex ministro de Exteriores e Industria, en un reciente análisis en Política Exterior, con objeto de persuadir a “dos vecinos que no se hablan” de la necesidad de reconstruir “la influencia geopolítica y el liderazgo en el norte de África”, pese a que “discrepen radicalmente de cómo debe ser el edificio en el que viven y quién acaba fijando las reglas”. Y que vendría a arrojar algo de luz al síndrome de Estocolmo al que están sometidos los lazos bilaterales de España con cada uno de sus socios del Norte de África.  

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