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Un espacio dedicado a conocer historias y experiencias reales a las que se enfrentan los inquilinos al alquilar una vivienda. Si tienes algo que contar, escríbenos a alquiler@eldiario.es y hablaremos sobre tu historia.

Una subida del 41%, obras que no terminaron y un mes para encontrar otro sitio: así me echaron de mi último piso

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Jorge

Era el último día de julio. Estaba a una semana de marcharme de vacaciones, con todos los planes hechos, pero tenía una cita pendiente: una reunión con mi casera. Ella no me anunció nada por teléfono, y me aseguró ante mi preocupación que no había ningún problema. Cuando me senté con ella, llegó la sorpresa: quería subirme el alquiler de mi piso en el centro de Madrid de 600 a 850 euros. Un 41% más por un sitio de menos de 25 metros cuadrados. Según ella, porque necesitaba que el piso estuviese declarado. Algo que en dos años no había hecho.

Tras el shock, le pregunté las razones de esa subida. Un nuevo precio que obviamente no podía permitirme y mucho menos iba a aceptar por tratarse de una evidente especulación con la vivienda. El motivo, según ella, es que quería “ponerlo legal” con Hacienda. Algo que yo le pedí durante los dos años en los que estuve alquilado; ella siempre se negó alegando que tendría que ponerlo mucho más caro. Por supuesto, tampoco había depositado la fianza en el IVIMA, el Instituto de la Vivienda de Madrid, cuando llegué en 2016.

Pero lo de declarar el piso no era la única razón plausible de esta subida de, repito, un 41%. En un momento dado, dijo que el piso no le salía rentable. Y que, por tanto, necesitaba ganar dinero con el piso para financiar unos supuestos problemas que decía que tenía que afrontar. Vamos, que su idea no era otra que especular con un piso en el centro. Todo, en medio de una burbuja del alquiler ante la que yo estaba aterrorizado, y por eso no quería moverme de ese piso.

Tras asumir que me tenía que ir, le pedí un favor dada la buena relación que (creía) que teníamos: que me diese unos meses para buscar piso con calma y no ir a la desesperada. Temía que me pasara lo que a varios amigos este año, que se tiraron meses buscando algo que pudieran permitirse y que estuviera bien conservado y comunicado con sus trabajos.

Al principio, aceptó mi petición sin problemas. Me insistió varias veces en que no me quería “putear”, y que si subía el precio es porque necesitaba que Hacienda no la cazase con un piso sin declarar. Una semana después, rectificó. Me comunicó que tenía que salir antes de octubre, porque necesitaba regularizarlo a la de ya. De paso, no se cortó en decirme que había mirado en varias webs y que había muchos pisos disponibles. “Es un buen momento”, me dijo.

Ya con la idea de empezar a buscar, me fui de vacaciones y empecé a mirar desde Internet todo lo que podía en varias webs. En principio me iba tres semanas, pero al tener que buscar piso, decidí emplear la última en la búsqueda. Tenía una semana de agosto y el mes de septiembre para encontrar un nuevo hogar. Pero, aprovechando que estaba fuera de la casa, me pidió hacer obras en el piso. No tuve problema en aceptar, ya que me daba igual porque no iba a estar. Además, me prometió que todo estaría listo cuando volviese dos semanas después.

Cuando volví, la casa estaba de todo menos habitable. No tenía nevera ni cocina. Tampoco lavadora. Ella me aseguró que todo se retrasó y que esperaba la cocina para inicios de la segunda semana de septiembre. Pero esos muebles nunca llegaron, con la excepción de la nevera. Ni esa semana, ni la siguiente. Estas últimas semanas las he tenido que pasar comprando comida hecha fuera de casa y comiendo apoyando las cosas en el suelo, porque durante la obra me rompieron la mesa de centro del salón. Es decir, muchos más gastos de los que debería haber tenido por no tener mi casa disponible. Además, necesité que me “prestasen” una lavadora, y otras cosas no tuve más remedio que lavarlas a mano.

Ante esta situación, le pedí que me devolviera parte de la mensualidad, ya que el alquiler era por la casa entera. Y me faltaba una parte esencial. Me dijo que no podía hacer eso, y se negó. Al final, me fui antes de que acabase el mes. Tuve que alojarme en casa de una amiga hasta que pude instalarme en el nuevo piso que encontré.

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