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Las últimas navidades de la mina

Los hermanos Borja y Paul Martínez Maceda, mineros prejubilados tras 22 años de trabajo en la mina de Fabero.

Sara Martínez

No habrá carbón para los niños malos estas navidades, tampoco para los buenos. Los tres magos de oriente tendrán que buscar otro agasajo para los pequeños más traviesos o venir cargando con el mineral desde Colombia, Rusia, Indonesia o Australia, porque el fin del carbón tan solo atañe al autóctono. España continúa entre los principales importadores de la zona comercial atlántica, según la Organización Mundial del Carbón. Aun así, y siguiendo con las pautas marcadas por la Unión Europea hace una década, el año que estrenamos ya no cuenta con ninguna mina privada y activa en el país. Pocos ponen ahora en duda que las renovables son el futuro y las cuencas languidecen alejadas de la épica de otros tiempos.

“Antes todo el mundo cantaba, ahora ya no siento cantar nunca”, cuenta Ascensión Ramón tras la barra del bar que lleva regentando toda una vida. Con 104 años conoce bien la dureza de un trabajo que llenó de foráneos la comarca del Bierzo. Por su fonda pasaron cientos de mineros, “ganaban cinco pesetas al día y tenían ocho y doce hijos”. Al alba, y sin un céntimo en el bolsillo, le pedían una copa de orujo “pa’ quitar las telarañas”. Los pueblos crecieron alrededor de sus tajos. Fabero, la cuenca antracitera más importante de España, llegó a tener más de 8.000 empadronados y una población fluctuante que alcanzó los 12.000 habitantes a finales de los setenta. Ahora, con apenas 4.600 censados en todo el municipio, ve cómo los jóvenes hacen las maletas en busca de un trabajo que su tierra les niega.

Con “rabia y culpabilidad por no haber sabido lucharlo mejor”, así están viviendo los hermanos Borja y Paul Martínez Maceda, nacidos en Anllares del Sil y afincados en Fabero, las últimas navidades de la mina. Con casi 22 años de tajo a sus espaldas se sienten “relativamente afortunados”. Ambos han conseguido la prejubilación pero consideran “impensable” que sus hijos puedan trabajar en esta comarca el día de mañana. “Esto se muere, no hay trabajo para nadie y los compañeros que no se han podido prejubilar se van al paro sin expectativas”, declara Borja. “El fin de las prejubilaciones era estructurar y fijar población y lo que han conseguido es todo lo contrario”. Aseguran que el 80% de los compañeros que tenían en 2012 están en el paro o fuera de la cuenca.

Para Enrique González y su familia el futuro es más incierto. Este 26 de diciembre una carta ponía fin a 15 años en el interior de un pozo. “Estoy preocupado, en todos los lados te piden experiencia y yo entré en la mina con 18 años y solo sé hacer eso”. Enrique vive en Fabero pero no descarta dejar su casa en busca de un futuro más prometedor. “Es injusto, pero los compañeros de las subcontratas lo tienen peor, no tienen derecho a nada y algunos llevan más de 20 años trabajando”, lamenta.

Las medias verdades llenaron durante años páginas de periódicos atendiendo de reojo a una realidad que pocos se molestaron en conocer. España entró en el siglo XX de la mano del carbón, un carbón que cimentó el crecimiento, hizo funcionar las industrias y calentó los hogares de todo el país. Las comarcas mineras, antes pequeños núcleos de población con una economía agropecuaria de subsistencia, atrajeron a miles de trabajadores que comenzaron la actividad extractiva como chamiceros, de forma rudimentaria y muy peligrosa. Lentamente se fueron fomentando mejoras productivas en las explotaciones a pesar de que los accidentes mortales continuaron sucediéndose.

A principios de la década de los 70 un picador recibía un salario de apenas 8.000 pesetas. “Poco cundía, de poco pan poca fariña”, dice María Rosario Rodríguez. Su marido, José Martínez, entró a la mina con 14 años y salió con 45, en la segunda tanda de prejubilaciones. Ahora recuerda con nostalgia lo que el pueblo llegó a ser, “esto se muere”, dice. La frase más repetida últimamente.

En los ochenta llegaron las primeras crisis de un sector que dejaba de ser competitivo. Desde entonces, la constante amenaza de cierre dio lugar a extrañas connivencias y políticas más o menos controvertidas, las prejubilaciones, las bajas incentivadas, los planes de reindustrialización y los fondos Miner que acabaron convertidos en plazas y polideportivos dentro y fuera de las cuencas. Antecedentes que no auguran que los 250 millones previstos para la reconversión durante los próximos cinco años vayan a arrojar resultados más positivos. 

Según los datos ofrecidos por el Instituto Nacional de Derecho y Medio Ambiente, 45.000 trabajadores estaban adscritos al régimen especial de la minería del carbón en 1990, en octubre de 2018 la cifra apenas superaba los 2.000 en toda España. De las 12 explotaciones activas en 2017, ocho estaban en Asturias empleando a 1.615 personas, dos en Castilla y León con 320 trabajadores y otras dos en Aragón con 89 empleados. Los números hablan por sí solos.

La producción ha descendido drásticamente en las últimas décadas. Carbunión, la patronal del sector, sostiene que en el 2000 se extrajeron 23,4 millones de toneladas de mineral, en 2016 tan solo 1,7 millones. Según el Ministerio de Energía, la producción en 2016 se redujo un 53% con respecto a 2015 y el valor pasó de 242 millones de euros a 114,8.

El pasado 16 de noviembre El Bierzo vio morir su última mina con el cierre del Pozo Salgueiro, en el municipio de Torre del Bierzo. Solo un día antes se iban a casa la treintena de empleados que aún realizaban labores de mantenimiento en la Gran Corta de Fabero, un cielo abierto donde llegaron a trabajar más de quinientas personas. Ambas explotaciones se acogían al plan de cierre que fijaba como fecha límite el 31 de diciembre para no tener que devolver las ayudas públicas en caso de querer continuar con la actividad.

Las cuencas, completamente dependientes del mineral, son ahora un cementerio industrial. Las últimas navidades mineras se antojan un chiste para los que llevan años viendo morir sus pueblos. “La minería crea una identidad que traspasa lo laboral identificando a toda la sociedad”, afirma el historiador Alejandro Martínez en su libro ‘De siervos a esclavos’. Lo único que sobrevive ahora es la cultura minera.

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