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ENTREVISTA Economista

Yanis Varoufakis: “La respuesta económica de la Unión Europea a la crisis de la COVID es un crimen contra la lógica”

El economista Yanis Varoufakis.

Clara Morales

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Otra realidad, el último libro de Yanis Varoufakis (Falero, Grecia, 1961) está disfrazado de ensayo. La imagen del exministro de Economía griego en portada puede hacer pensar en El minotauro global, análisis de la crisis económica publicado en 2011, o Comportarse como adultos, crónica de su experiencia en las tripas de la Unión Europea publicada en 2017 y llevada al cine por Costa-Gavras. Pero esto es ficción. Concretamente, ficción especulativa, ciencia ficción. En la novela el también cofundador del “movimiento paneuropeo” DiEM25 narra la vida de un grupo de amigos que descubre una especie de sistema potenciador de multiversos. En uno de esos mundos paralelos, y por tanto de alguna manera posibles, un hallazgo: el capitalismo ya no existe.

Varoufakis utiliza los avatares y discusiones del grupo para exponer una propuesta utópica, esa otra realidad, poniendo especial interés en el mercado financiero, la organización de las corporaciones privadas y la renta universal. En ese universo, las empresas son completamente horizontales y propiedad de los empleados, no existen los bancos ni la bolsa y todas las personas tienen al nacer el mismo patrimonio. Los amigos contemplan ese otro mundo con incredulidad: ¿acaso algo así es posible? El autor defiende que el primer paso para que de verdad lo sea es imaginarlo. Aunque sobre el presente, particularmente sobre el papel de la Unión Europea o sobre las herramientas y la actitud de la izquierda, sea menos optimista. Un último apunte: la revolución ciudadana que hizo posible el cambio de esa Otra realidad no está en el futuro, sino que ya sucedió, en los años devastadores que siguieron a la crisis de 2008. En esta realidad, lo sabemos, no fue así. La cuestión es si podría suceder.

Su libro forma parte de la ciencia ficción e imagina el final del capitalismo en un universo paralelo. ¿Por qué es útil la ciencia ficción para explicar su agenda política? ¿Es porque no somos capaces de imaginar el final del capitalismo más que en un universo paralelo?

Un famoso filósofo dijo hace años: “Algo extraño está pasando. Es más fácil para la gente imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Uso la ciencia ficción política para responder la pregunta de: vale, si a algunos en la izquierda no nos gusta el capitalismo, ¿cuál es la alternativa? La razón para usar una novela es porque a la hora de describir el capitalismo lo puedo hacer con un ensayo, y lo he hecho en varios libros sobre mi diagnóstico del presente en el que nos encontramos. Pero cuando se trata de escribir sobre el futuro, sobre una utopía, sobre una sociedad ideal, lo que creo que deberíamos tener en lugar de lo que tenemos, empiezo a no estar de acuerdo conmigo mismo. Creo que toda la gente razonable tendría que estar llena de dudas sobre un mundo alternativo, sobre qué queremos construir. La mejor manera de negociar estos desacuerdos era tener personajes —cada uno de ellos representa distintos aspectos de mi propio pensamiento—, confrontarlos con esta estructura socioeconómica alternativa y hacer que debatan entre ellos. Si pones todo esto junto, tienes una novela de ciencia ficción política.

¿Qué es lo que esta crisis nos ha enseñado sobre el sistema político y económico en el que vivimos? Por ejemplo, con el rechazo a liberar la patente de las vacunas contra la COVID-19, incluso después de recibir financiación pública.

Este libro es sobre algo más allá del capitalismo, pero ya estamos en algo más allá del capitalismo. Desde 2008 he estado escribiendo y hablando sobre la idea de que el capitalismo se ha transformado en algo distinto. El capitalismo que yo conocía antes de 2008 ya no lo reconozco. Ya no hay mercados competitivos, no hay separación entre Estado y sector privado, hay corporaciones enormes movidas por la tecnología creando espacios donde no hay mercado, donde no hay Estado. Si vas a Amazon, si vas a Facebook, entras en un ecosistema digital: es un mercado, claro, pero un mercado en el que cada tienda es propiedad de un solo hombre. Las calles digitales por las que caminas son propiedad de un solo hombre, lo que ves, lo que escuchas, todas las sugerencias que recibes desde las distintas tiendas de esa plataforma digital están controladas por un solo hombre. Esto es feudalismo, no capitalismo. Por eso lo llamo tecnofeudalismo. Así que en cierto sentido ya estábamos, y lo estábamos antes de que nos golpeara la COVID-19, en un entorno de tecnofeudalismo. La COVID simplemente lo ha hecho mucho peor: lo vemos con toda la industria de las vacunas, el fiasco de las vacunas de la Unión Europea, nuestras pruebas, tribulaciones y fracasos como seres humanos para utilizar la fantástica tecnología y ciencia que tenemos y presionar para ponerlas al servicio de la mayoría.

Pero ¿somos más conscientes después de la COVID de los peligros y fallos de este sistema?

Eso creo. Me parece que la COVID-19 ha sido una experiencia horrible para muchos, la gente que perdió la vida, gente que ha estado enferma, gente que se ha quedado en paro… Pero, como todas las crisis, ha hecho sonar alarmas en nuestras cabezas, nos ha enseñado lecciones que simplemente habíamos olvidado. Por ejemplo, incluso desde la izquierda subestimamos el papel del Estado. En la era de la globalización, decíamos, el Estado se ha encogido, ya no es tan importante como era, tenemos un comercio global, una cadena de suministros global, ¿qué podemos hacer? Y de repente nos damos cuenta de que el Gobierno tiene un enorme poder, y de que puede hacer bastante, incluso en esta era de la globalización. La COVID-19 nos ha despertado, hasta cierto punto.

Y usted, ¿cree que ha cambiado en este pasado año, a nivel personal o ideológico?

Siempre se cambia, pero en mi caso, que ya no soy un jovencito, el cambio ha sido más gradual, una lenta evolución. Me pregunto cómo será para alguien de 18 o 16 años esta gran interrupción del proceso de socialización. No, no creo que haya cambiado mucho, salvo por que he tenido más tiempo para pensar en el capitalismo, en la Unión Europea, en nuestros problemas colectivos. Ha sido un proceso de evolución importante, pero lento.

Hablando de cambios: podemos ver cómo la respuesta de los Gobiernos o incluso del FMI o la Unión Europea ha sido distinta ahora de cómo fue en 2008. ¿Cree que, teniendo en cuenta esto, estamos más cerca o más lejos del futuro mejor que imagina?

¿Me permitiría refutar la premisa de la pregunta? No creo que la reacción haya sido tan diferente. Lo que creo que ha sido absolutamente distinto ha sido la propaganda, la comunicación de las políticas. La Unión Europea fue un completo desastre en 2012, 2010 o 2008 en cuanto a la propaganda de sus propias políticas. En su país, en mi país fueron lamentables, daban ruedas de prensa y a los cinco minutos todo el mundo estaba riéndose de ellos. Ahora son muy buenos, hasta el punto de que mucha gente cree que la Unión Europea ha respondido de forma distinta con respecto a 2010: todo esta charla sobre los fondos de recuperación de la Unión Europea, sobre que están proporcionando todo este dinero… Pero en realidad la respuesta macroeconómica de la Unión Europea es un crimen contra la lógica, es tan malo como en 2010, este fondo de recuperación es irrelevante, es macroeconómicamente irrelevante. La Unión Europea está sufriendo una derrota después de la otra, vamos por detrás de los Estados Unidos: con el doble de impacto en nuestra economía del que ha tenido Estados Unidos, tenemos un tercio de su estímulo. Y aun así son muy exitosos a la hora de comunicar su reacción como si fuera un éxito.

Entonces, en su opinión ¿cómo tendría que ser la política de la Unión Europea para ser distinta de la de 2008 o 2010?

Tomemos España: tiene un déficit presupuestario significativo, que va a traducirse en un gran crecimiento de la deuda pública, la inversión ha sido diezmada, lo que significa que va a tener efectos a largo plazo, y en el momento en que Berlín consiga equilibrar sus cuentas, las cuentas del Gobierno federal, no hay ninguna duda de que un e-mail irá de Berlín a Bruselas y de Bruselas a Madrid. El e-mail dirá: abróchense los cinturones, es el momento de consolidar vuestro presupuesto. Cuando España salga de la pandemia, va a verse golpeada por más políticas fiscales recesivas. Eso es una catástrofe. Teníamos una oportunidad fantástica en 2020 para crear una unión fiscal, para crear un presupuesto común del 20% o 30% del PIB, de forma que el shock de los efectos fiscales de la pandemia pudiera ser absorbido a nivel europeo, y no distribuido de manera desequilibrada y asimétrica con la mayor parte del peso sobre los hombros más débiles de la Unión Europea. Nuestras economías, la economía española o griega, dependen mucho más de los servicios y el turismo que la economía alemana. Alemania y Holanda han sufrido muchos menos impacto que España o Grecia, y sus necesidades van a ser las que dirijan la consolidación fiscal —austeridad a todos los efectos— en los países que menos se lo pueden permitir.

Estamos hablando de deuda nacional, pero en Otra realidad parece más interesado en la organización del mundo empresarial o en la renta básica universal que en la deuda pública o las políticas parlamentarias. ¿Por qué?

En Otra realidad trato de describir cómo nuestra economía social debería funcionar, no cómo funciona. Por eso hay esta yuxtaposición entre esta realidad y otra realidad. El énfasis en la deuda pública es un signo de nuestra incapacidad para entender cómo funciona el capitalismo. Tomemos España, por ejemplo: tenemos dos tipos de deuda, deuda pública y deuda privada. En la crisis de 2010 España no tenía una crisis de deuda pública, sino de deuda privada, solo que hubo una conversión de deuda privada en deuda pública. ¿Por qué es la deuda un problema bajo el capitalismo? La razón es que tenemos un sistema bancario que sobrecarga la deuda privada para que la demanda se mantenga, de manera que causa enormes burbujas en el sistema financiero. Mira el Santander o cualquier otro banco: no van buscando los ahorros de la gente, sino que la mayor parte de lo que hacen es crear dinero de la nada, grandes cantidades de dinero, y proveer con ese dinero a los especuladores para que apuesten en los mercados financieros, en los mercados de derivados, en la bolsa, etcétera. Cuando estas burbujas estallan, es cuando se produce una crisis de deuda, ya sea en forma de deuda pública o deuda privada. Así que el sistema se basa en burbujas insostenibles que estallan periódicamente, agotando la capacidad de la sociedad y de los mercados para funcionar de manera eficiente.

Mi crítica hacia el capitalismo no es que sea injusto, sino que es irracional, que no es eficiente. Este es un gran error que la izquierda ha cometido durante más de 100 años: siempre ha criticado el capitalismo por ser injusto, permitiendo a los amantes del libre mercado y a los neoliberales defender que puede que el capitalismo sea injusto pero que es eficaz. No lo es. Si es injusto es porque es irracional.

Estas son algunas de las claves de esa Otra realidad que imagina: ni bancos, ni bolsa, ni jerarquías o propiedad tal y como la conocemos en las empresas privadas, ni propiedad del suelo, entre otras cosas. ¿Cómo se puede trazar un proyecto político como este cuando no hay un solo gran partido europeo que defienda una agenda así?

Por algún sitio hay que empezar. La izquierda, pero también la derecha liberal que cree en un capitalismo que ya no existe, tenemos que responder a esta pregunta: vale, si no nos gusta lo que vemos, si creemos que esta forma de organizar la vida va en detrimento de los intereses de la humanidad, ¿cuál es la alternativa? Hace 300 años, si alguien hubiera llegado con la idea de abolir la esclavitud, le hubieran considerado un idiota, un rarito: nadie se hubiera imaginado un mundo sin esclavitud. Tenemos que empezar a imaginar distintos principios organizativos para el mundo que nos rodea.

En Otra realidad describo un mundo sin mercado laboral, sin mercado financiero, pero un mundo en el que los mercados de productos y servicios, están vivitos y coleando. No hay casi Estado en el mundo que describo: los individuos son completamente libres de hacer lo que les plazca, también formar empresas, siempre que respeten el principio de un trabajador, una acción, un voto. Y lo que mucha gente encuentra extraño de mi libro es que defiendo que si quieres mercados libres tienes que subvertir el capitalismo. Hay que liberar a los mercados del capitalismo para que se comporten de manera humana.

La ficción nos permite ser más atrevidos: ¿cómo se pueden traducir estas ideas, este ejercicio de imaginación, al mundo real, a esta realidad?

Intento responder a esta pregunta indirectamente en el capítulo que me resultó más difícil escribir, titulado “Así murió el capitalismo”. En él trato de narrar una historia alternativa entre 2009 y 2020, donde en mi mundo ficticio la crisis de 2008 creó una secuencia de acciones ciudadanas, de rebeliones, y cómo se produjo esta democratización de la economía. Intenté poner todo en este capítulo, de manera que aunque, sí, todo sea ficción, el lector pueda decirse mientras lee: “podría haber sucedido de esta manera”. Con suerte, esto dará ideas a la gente, ideas subversivas, sobre cómo todavía podría suceder algo así. Y la razón por la que apoyo una subversión del sistema es porque no creo que el presente sea sostenible. No creo que lo que la gente llama capitalismo pueda seguir así, ya se está metamorfoseando en lo que llamo tecnofeudalismo, y nadie va a disfrutar este estado de las cosas, ni siquiera la gente que cree en el capitalismo, ni siquiera los ricos. Los ricos oligarcas no viven una buena vida, viven con miedo todo el tiempo, se sienten muy inseguros, pueden ver a las masas allá afuera, sin futuro, cuyos hijos van a tener vidas peores que las suyas, y esta gente se parapeta tras altos muros, muy preocupados. La evidencia de esto es que muchos poderosos billonarios ya están hablando del capitalismo como un problema. Warren Buffett ya se ha quejado de que paga demasiados pocos impuestos, aunque esto por supuesto no cambie lo que hace todos los días en bolsa.

Antes ha dicho, hablando de la Unión Europea: “Perdimos una oportunidad”. La revolución de su libro sucede alrededor de 2008. ¿Estamos todavía a tiempo?

No tengo ni idea. De verdad que no puedo responder a esta pregunta. Pero la vida no merece la pena si no seguimos intentando llegar a una utopía realista. En otras palabras: me aburriría muchísimo si simplemente aceptara las cosas como son, y solo me quedara adaptarme. George Bernard Shaw, el gran dramaturgo irlandés, dijo que hay dos tipos de personas: quienes se adaptan al mundo que existe y los locos que tratan de adaptar el mundo a sus ideas. Soy de estos últimos. No estoy interesado en adaptarme a una realidad que podría ser muchísimo mejor.

En el capítulo en el que narra revolución, esta está instigada por una especie de vanguardia compuesta por trabajadores bancarios rebeldes, y todos los que les siguen. ¿Cuál es el papel de los partidos y los sindicatos en todo esto, cómo imagina una revolución similar en 2021 o 2025?

El rol de los partidos políticos es crucial, como el rol de los sindicatos, pero no es suficiente. La vieja manera de izquierdas de cambiar el mundo simplemente no es suficiente. Hoy gran parte del poder está en manos de los consumidores, y debemos revertir la ratio coste-beneficio. ¿A qué me refiero? En el siglo XIX, e incluso hoy, los trabajadores que van a la huelga asumen inmensos costes personales para obtener muy pocos beneficios. Pensemos en los trabajadores de los almacenes de Amazon que se ponen en huelga. ¿Qué van a conseguir? Van a conseguir, ¿qué, cobrar un dólar por hora más? En el mejor de los casos, o ni siquiera eso. Probablemente van a ser despedidos, vilipendiados, igual que los mineros y los obreros del XIX sufrieron inmensamente las consecuencias de ir a la huelga. En el método tradicional de los sindicatos para cambiar el mundo, los individuos radicales que toman las calles sufren enormemente para obtener muy pocos beneficios. La sociedad mejoró, pero ellos no se beneficiaron mucho de ello, e incluso cuando consiguieron subidas de sueldo, todos se beneficiaron, también aquellos que no participaron en las huelgas. Tenemos que darle la vuelta a esto, y creo que el hecho de que todo se desarrolle online quiere decir que hoy, como consumidores, tenemos un poder enorme. Intento explicarlo en el libro narrando la revolución como algo que se desarrolla como resultado de la colaboración de sindicatos tradicionales y partidos políticos, pero también de ingenieros financieros, gente que trabajaba para Lehman Brothers que fueron humillados por sus jefes antes de ser despedidos, y que saben cómo apuntar a ciertos derivados financieros, infligiendo, con muy poco coste personal, el máximo coste para las poderosas oligarquías que tratan de mantener el orden del mundo tal y como está.

Imagine si todos decidiéramos que, durante una semana, no vamos a entrar en la web de Amazon. Jeff Bezos le prestaría atención a eso de una forma que no lo haría si, en algún lugar, algunos de sus empleados fueran a la huelga. Necesitamos actualizar las herramientas que los progresistas usan para conseguir un mundo mejor. Adoro la tecnología, creo que deberíamos usarla, no abandonarla a aquellos que la utilizan para crear lo que llamo tecnofeudalismo.

Vemos más claramente los problemas del capitalismo tras la experiencia de la última crisis, pero ¿por qué existe este bloqueo en la izquierda, entre los partidos pero también entre los votantes, que sienten que las cosas no pueden cambiar?

Vamos a ser honestos: el cambio no es fácil, la revolución, subvertir una oligarquía establecida no es fácil. Cuando existe un poder concentrado en manos de unos pocos, y mucha gente pero muy dispersa es muy difícil organizarse, y es muy fácil para los oligarcas dividir a la mayoría e imponerse a ella.

Otra razón es que, aceptémoslo, todos tenemos un lado oscuro. La izquierda es conocida desde hace un siglo por, en el nombre de la libertad, la igualdad, la fraternidad y el socialismo, hacer muchísimo daño, el autoritarismo que hemos demostrado —no olvidemos que el gulag fue creado para comunistas y por comunistas—… Tenemos que ser muy autocríticos. ¿Cómo organizas a la gente de manera efectiva pero sin permitir que nadie se convierta en un pequeño Stalin, en un pequeño déspota? Cambiar el mundo es algo muy complicado y peligroso, y no debemos subestimar cuán difícil es.

Finalmente, una tercera razón: creo que la izquierda ha cometido un error muy grave durante mucho tiempo, intentando cambiar sus propios Estados nación como si fuera posible hacerlo aislado de otras naciones. Los banqueros han tenido mucho éxito consiguiendo que todos nosotros les rescatemos. ¿Por qué? Porque son internacionalistas. Porque trabajan como uno solo, no importa que sean alemanes, españoles, indios, chinos, trabajan con una solidaridad increíble. Lo mismo con los neofascistas, ya vengan de Grecia, Italia o España, se adoran los unos a los otros y tienen una única agenda: odian a los extranjeros a los sindicatos, etc. Están unidos, son internacionalistas. Nosotros no somos internacionalistas, decimos serlo, pero cuando, en el contexto de las elecciones al Parlamento Europeo de mayo de 2019, nuestro movimiento, DiEM25, intentaba hacer que los progresistas europeos se unieran y tuvieran un solo programa, una respuesta a la pregunta de qué hacemos con el Banco Central Europeo, qué hacemos con la deuda europea, no lo conseguimos. Cada partido, en Alemania, en Francia y demás, quería su propia agenda, encontraban mucho más fácil replicar lo que ya conocían que unirse y tener un marco político establecido para todo el año.

¿Puede la Unión Europea ser una herramienta para este internacionalismo? En otras palabras, ¿es reformable, puede tener un papel positivo?

La Unión Europea juega un papel positivo en muchos aspectos y un papel terrible en otros. Es como si te preguntan: ¿puede el Estado español tener un papel positivo? Claro que puede, proporciona colegios, proporciona carreteras. Al mismo tiempo es un instrumento para la oligarquía, pero eso no quiere decir que no te dé también colegios. No podemos movernos en el blanco y negro. Lo mismo con la Unión Europea. ¿Es reformable? No lo creo. ¿Por qué? Porque es una zona libre de democracia. Vas a Bruselas y te das cuenta de que allí hay tanta democracia como oxígeno hay en la Luna. No es que haya un déficit de oxígeno en la Luna, simplemente no hay oxígeno; lo mismo con la democracia en Bruselas. Lo que sí es la Unión Europea es transformable. No se puede reformar, vas allí con la idea de que la gente te escuchará, pero ese mecanismo no está ahí. Pero sí puede transformarse, igual que los Estados se transformaron: en la Edad Media, eran instrumentos del señor, del barón, del rey, pero los transformamos a través del conflicto. También podemos transformar así la Unión Europea. Pero no será fácil, llevará mucho trabajo y un montón de conflicto.

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