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Barcelona, 1979-2017

Una juez pide a la Policía Nacional un informe de su actuación en la sede de la CUP

Miguel Coque, maestro y ex dirigente de CCOO Extremadura

Fue el año en que llegué a Barcelona, 1979. El año de la Barcelona cosmopolita, libre, literaria, audaz y expansiva. Barcelona no era España, era la capital del universo. Desde el viejo Zurich divisaba la mayor arteria libertaria jamás conocida: La Rambla como pulsión, como mestizaje internacionalista e irreverente en la que estaba prohibido, prohibir. En ella, Ocaña era el único monarca desde su ingobernable e inquietante Plaza Real. Solo, temporalmente, yo me sentí inocentemente afortunado de que la emigración extremeña estuviera diseñada, sin hacernos muchas preguntas, para buscarnos la vida en Barcelona, en Bilbao o Madrid.

No tenía ojos para tanto estímulo, no tenía boca ni manos para tanto sentido hasta entonces maniatado ni tanta libertad para soñar, escribir y vivir. La sala Zeleste en la calle Platería era la revolución musical, la sala Villaroel la vanguardia del teatro más innovador con La Cuadra de Távora. Un degradado Paralelo y el Molino era otro submundo a explorar. Los sábados a la inolvidable sala de baile de “La Paloma”, para bailar pasodobles a ritmo de orquesta pachanguera del pueblo. Y en septiembre, en Montjuich, las “Festes del PSUC”, el mayor de los espectáculos jamás conocido. Una guerrilla abundante de francotiradores de escritores, músicos, dibujantes, teatreros y díscolos diversos marcaban el horizonte y la utopía en una ciudad que todos los días escribía la palabra “libertad”. Tiempos de Ajoblanco. ¿Quién podía dar más?

Pero todo empezó a joderse cuando el padre “patufet”, al ser elegido “President”, mandó callar. Barcelona comenzó a hacerse pequeña y comenzó una larga marcha diseñada para sentir en la uniformidad. Una única identidad de pueblo, como si se pudieran estandarizar las emociones de todos los ciudadanos y ciudadanas que pertenecen a un territorio. En el año 1982, recuerdo que dada la oferta cultural claustrofóbica y “subvencionada” que comenzaba a presentarse en Barcelona, nos bajábamos a Madrid para poder optar a una oferta más libre, propiciada por la movida madrileña y el inolvidable profesor Tierno Galván. Comenzaba Barcelona a perder color y a homogeneizarse con un tinte enfermizamente endogámico.

Tarradellas previó lo que iba a pasar. Estaba seguro de que la política que seguía Jordi Pujol dividiría Catalunya, cuando a sus acólitos decía: “Este hombre nos llevará a la división de Catalunya”. Lo han conseguido.

El caso de Banca Catalana en aquellos años, la querella dirigida por el Juez Villarejo incluyendo a Jordi Pujol en la misma como responsable de un desequilibrio patrimonial de más de 11.000 millones de pesetas quedó en nada resolviendo el desaguisado el fondo de garantía de depósitos. Una gran movilización arropando al “jefe de la masía” y el recuperado victimismo, situaba este fraude bancario como una estratagema del gobierno central que quedó sobreseído poco antes de aquellos Juegos Olímpicos de 1992 donde se urdió una interminable fiesta del tres por ciento, que ahora era necesario tapar. Luego, vino lo que vino con el “honorable” amenazando tirar de las ramas.

Afortunadamente, yo estaba poniendo en marcha mi fábrica de sueños en aquella escuela de Badalona que me permitió explorar con Freinet y Montessori, el movimiento de Rosa Sensat y cualquier alternativa autogestionada desde la propia escuela. Eran tiempos de compromiso y yo me estrené a los tres meses de trabajo con la que fue mi primera huelga. Una huelga en solidaridad con el convenio del metal de Sta. Coloma. Muchos padres de nuestro alumnado eran trabajadores de ese sector. ¡Qué tiempos!. Hace unas semanas fue convocada por la propia Generalitat una “Aturada de País”, es decir, un paro patronal disfrazado de huelga, a la que por supuesto yo no fui. ¡Cómo cambian los tiempos!.

Con mi alumnado, conseguimos “Lobos de Oro”, unos premios nacionales en periodismo escolar que nos llevaron a participar en el programa de Luis del Olmo, “Protagonistas en la Escuela”, hasta que un día el icono de los decanos de la radio decidió juzgar que yo, como maestro, era un adoctrinador de niños, porque sus reflexiones no se ajustaban a la línea del programa y mostraban su irreverencia hacia los valores establecidos, y con una concepción de la historia que respondía a la razón y no a su ideología. Hablábamos de Servicios Públicos y Nacionalizaciones de servicios esenciales. Solo nos arropó, desde su columna, Manuel Vázquez Montalbán.

No nos engañemos, la escuela es un transmisor del propio sistema. Solo cuando no responde al patrón diseñado, es acosada. Confieso que yo también fui un “adoctrinador” de “apátridas” y de personas críticas y libres. Nunca creí en el maestro aséptico, mucho menos en el partidista. Propondría una asignatura en todos los colegios de nuestro país que se llamara “España” y una especie de “Erasmus” para secundaria que posibilitara el conocimiento entre comunidades autónomas y la integración desde abajo, eliminando prejuicios que casi siempre son fallidos.

Pero Barcelona no podía ser controlada, uniformada, estandarizada, y de cuando en cuando, se producía una orgía de palabras e imágenes que estallaban contra lo políticamente correcto. Cómo disfruté de Nuria Espert en “Doña Rosita la Soltera”, de aquel homenaje a Margarita Xirgu en la calle del Mar en Badalona con Rafael Alberti, del “Canto General” de Pablo Neruda dirigido por Mikis Theodorakis en el Palau de la Música, o con los “Virtuosos de Fontainebleau” y “Ubú, President” de Joglars y del estigmatizado Albert Boadella.

Vuelvo al reencuentro con una inigualable Barcelona, con una acogedora y plena Cataluña y me la encuentro dolida y rota por unos nacionalismos de aquí y de allí que se retroalimentan perniciosamente, que pretenden decirnos cómo debemos convivir. La gota malaya de los alucinados por una “españolización” de los catalanes o la de los predicadores de la Arcadia feliz ha ido calando a lo largo de los años. Una historia inventada en torno a 1714, una mentira insultante con aquel “España nos roba” o “la guerra civil fue contra Cataluña”, una fiscalidad tramposa que pone el acento en el territorio y no en el ciudadano...

Espero que no me obliguen a elegir entre las múltiples almas que forman este pueblo diverso y rico, levantado con el esfuerzo de miles de trabajadores y trabajadoras a los que sí nos robaron, más que por haber nacido en nuestro territorio de procedencia por pertenecer a una clase social. Personas con otros hechos diferenciales, otras identidades y sentimientos, al menos igual de pacíficos e igual de maltratados por la historia o por esa otra “España” sectaria que entre todos debemos de transformar porque la sufrimos. Unos, mucho más que otros.

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