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Bioeconomía y cambio social. Una perspectiva sociopolítica

Andrés Holgado

Un concepto nuevo recorre Europa y a su paso... No, tranquilos, no voy a hablar del comunismo y ni siquiera de la planificación económica, tan cara, en el doble sentido de querida y de costosa, según hablemos con los que quieren “más Estado” o con los que consideran que toda intervención del Estado es algo intrínsecamente indeseable. Cuestiones terminológicas sin importancia, parece. Hablaré de bioeconomía y de alguna de las tensiones que se dan en cuanto al término y sus conexos, que tienen tantas ramificaciones que el bosque se nos pierde en la perspectiva de tanto leño como nos rodea.

Por ejemplo, hay una tensión no resuelta entre Explotación (de los recursos) y Conservación (de la naturaleza) que, planteado en esos términos radicales y trucados, lleva a tener que optar entre la lagartija escamada pelirroja y el homo sapiens sapiens, lo cual nos da la verdadera magnitud de nuestra sapiencia. El tema es muy serio, especialmente en territorios donde las condiciones de vida de la población humana está sometida a fuertes constricciones por culpa precisamente de un aprovechamiento impropio, abusivo, injusto e irracional, de los recursos existentes en esos mismos territorios.

Concluir como hacen algunos apóstoles de lo natural con que el ser humano es el depredador y el destructor de la naturaleza, y por tanto debiera ser “eliminado” o limitado fuertemente en sus capacidades de transformación y aprovechamiento de la misma es sencillamente pueril y supone no darse cuenta de que no hay un sólo “ser humano” en sentido estricto, sino unos “grupos humanos” que son los que esquilman los territorios y esclavizan, siempre que pueden y de mil maneras, a otros seres humanos que son los que sufren esa opresión. Seamos serios, pequeños seres verdes...

El estancamiento de las condiciones de vida de una población en un territorio, pongamos, por ejemplo, Extremadura, por la aplicación de políticas conservacionistas radicales es un caso claro de cuánto se necesita deshacer esa falacia. Es posible crecer y conservar y hay ejemplos más que notables en Europa. Habrá que volver sobre esto.

Otra tensión reconocible y conexa con lo anterior se da entre el “bien común” y el “beneficio privado”. ¿Quién es capaz de discernir y arbitrar en este terreno, sino es un Estado que esté sometido a normas de derecho bien establecidas? La confianza en un Estado tal es condición indispensable para que todo el mundo asuma la necesidad de ceder en sus propias y personales expectativas en aras de un “bien común” que debe percibirse cada día y en cada acción del poder establecido mediante consenso expreso o tácito, pero siempre operante. Si falla la confianza en la sociedad organizada, volveremos al reino de la naturaleza, y no precisamente por lo verde, sino por lo violenta.

¿Son las empresas las que deben decidir en qué se investiga, por parte incluso de los organismos públicos de investigación? Esta pregunta se deriva del planteamiento anterior y la respuesta dependerá de la respuesta a esa tensión no bien resuelta en ciertas sociedades, entre el “bien común” y el “beneficio privado”. Y la ciencia es un bien común, para mucha gente. Y la empresa es igualmente un bien común en toda sociedad bien organizada.

Pero la “conciencia social” no es algo idéntico en sociedades superdesarrolladas o infradesarrolladas. Y si la conciencia nos parece término vago, la sustituyo por ciencia, que también me sirve y más claro quedará lo que quiero decir ahora: los problemas sociales son los problemas que se perciben en una sociedad dada. Y en Europa, por ejemplo, tenemos 270 regiones con grados absolutamente desiguales de “desarrollo”, en mil distintos parámetros... ¿Como se gobierna en igualdad lo que es desigual en sus puntos de partida?

Por tanto, hablemos de “bioeconomía”: Ciencias biológicas (lo biológico) unidas a ciencias sociales (la economía). Por tanto tendremos que hablar de “conflicto social” inmediatamente. Me explicaré aún menos, de modo que al final queden más dudas en el lector que haya aguantado hasta aquí.

La globalización, avasalladora y omnipresente hoy (hay globalización desde Magallanes o Balboa, pero ese no es el tema hoy) ha levantado o enconado conflictos culturales, religiosos, políticos, sociales e identitarios sin cuento en todo el mundo, y de ahí surgen multitud de movimientos proteccionistas. Podría hablarse de globalización de los fanatismos excluyentes, como una reacción no ya de miedo sino de terror ante “lo extraño”, del que siempre han surgido las xenofobias, las “uniones sagradas de los elegidos” y... las guerras. Proteccionismos tóxicos que son el caldo de cultivo de esta gigantesca “placa Petri” en la que se ha convertido el mundo, y en la que las distintas bacterias crecen hasta desbordar la capacidad de la placa... (bioeconomía se llama la figura). La racionalidad de la especie “superior” que decimos ser, queda bastante en entredicho con este resurgir de los tribalismos más ancestrales.

Voy a acabar por hoy aunque esto no tiene aspecto de terminar pronto, dijera lo que dijera Fukuyama: ¿Es el capitalismo el que depreda la naturaleza, en beneficio de unos pocos? Pregunta sencilla, seguro que más fácil que la respuesta. Y otra pregunta final ¿Es el “socialismo real” existente, en cualquier caso, un “capitalismo de Estado” tanto o más depredador que el capitalismo clásico? Y si así fuese ¿sería por defectos de la teoría “socialista” al aplicarse o por incompatibilidad radical entre el Hombre y la Naturaleza?

Si me atrevo a formular estas preguntas es porque no tengo yo sólo, ni nadie, que yo sepa, las respuestas. La función social de la economía, el sentido colectivo del trabajo y de la producción es de lo que tendríamos que discutir cada día en la plaza pública, me parece a mí. Y otro gallo nos cantaría.

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