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Demasiados deseos para el feminismo

Informando sobre la huelga feminista.

Alicia Díaz

Si hay algo que ha sabido hacer el neoliberalismo perfectamente, y cada día con menos cortapisas y mayor descaro, es apropiarse de la filosofía del deseo adecuando el discurso y el ideario a la sociedad capitalista contemporánea.

El poder del deseo es oblicuo en cuanto a que necesita alinearse unidireccionalmente sobre dos ejes distintos que, sin embargo, se complementan : El poder y el deseo.

La dialéctica hegeliana, imprescindible para entender la naturaleza del poder encuentra, además, otro elemento ligado al término por el que no sería posible sin la obediencia. Para Hegel, el poder no existe sin el dominio y la garantía de su efectividad que no puede ser otra que la obediencia consciente. Por tanto; para que el poder pueda manifestarse necesita partir del deseo y, a su vez, darse por quienes no lo tienen un estado de obediencia.

Para Locke, el deseo es la ansiedad que surge como consecuencia de la ausencia de algo cuyo goce presente comprende la idea de deleite. Para Spinoza, el deseo es simplemente el apetito acompañado por la conciencia de sí mismo.

El deseo, dentro del neoliberalismo y el discurso sobre libre elección, es utilizado para la conseguir objetivos dirigidos a la felicidad. La felicidad, por tanto, es la máxima aspiración por encima de la libertad. No es casual que el discurso sobre la ‘libre elección’ esté cada día más presente, al igual que no es casual que éste sea el primer argumento para justificar cualquier tipo de acción. Anteponer el deseo por encima de los principios éticos además de ser individualista es contraproducente cuando el ser humano es utilizado como medio para conseguir un fin; es decir, detrás del poder anida el deseo, indisolublemente ligado a la obediencia. Por tanto, no es de extrañar que los movimientos sociales, la política y la sociedad en general, haya comprado complacientemente el discurso del deseo como vía apropiada para llegar a la felicidad. Todo vale para ser felices.

Cuando me hablan sobre el repunte del feminismo durante la última etapa confieso que me saltan todas las alarmas. En una sociedad donde impera el goce y el capital, un movimiento anticapitalista no parece tener cabida de no ser que la vertiente haya mutado y se haya adaptado. Es entonces cuando recaigo en lo que ha denominado Daniel Bernabé “ La trampa de la diversidad” como método de atomización para la izquierda. Y no es una cuestión baladí pararse a pensar en ello cuando, por poner algunos ejemplos, se defiende la compra de bebés a través de los vientres de alquiler, se legitima la prostitución o se aceptan sin más las llamadas leyes de género, convirtiéndose así en emblemas “ feministas”. Los tres ejemplos casualmente parten del deseo, y por tanto del poder. Poder de algunos para comprar mujeres por deseo, poder de otros para comprar niños también por deseo y poder para conseguir el fin de convertirse en algo que no eres. Los tres someten a terceros y utilizan el cuerpo como medio para llegar al fin. Imposible que puedan integrase las últimas en la lógica feminista históricamente alejadas de la vía del deseo como mecanismo de sometimiento.

Es indispensable pararse a pensar, redefinir y reubicar las conductas de la sociedad moderna, la de los propios movimientos sociales, la utilización política que se hace de ellos y ahondar sobre la capilarización dominante de luchas colectivas. Foucault distinguía dos técnicas de biopoder; una de ellas es la técnica disciplinaria caracterizada por ser una tecnología individualizante del poder basada en el escrutar en los individuos, sus comportamientos y su cuerpo con el fin de anatomizarlos, es decir, producir cuerpos dóciles y fragmentados.

Byung-Chu nos habla de la crisis de la libertad, donde el poder hace que creamos que no somos un sujeto sometido, sino un proyecto libre que “constantemente se replantea y se reinventa”. Este tránsito del sujeto al proyecto va acompañado de la sensación de libertad. Pues bien, el propio proyecto se muestra como una figura de coacción, incluso como una forma eficiente de subjetivación y de sometimiento.

El yo como proyecto, que cree haberse liberado de las coacciones externas y de las coerciones ajenas, se somete a coacciones internas y a coerciones propias en forma de coacción al rendimiento. La ‘libre elección’ no esconde más que un mecanismo de poder para llegar al deseo sometiendo a otros que creen ser tan libres como quienes ejercen el poder. Estaríamos hablando, pues, de una sociedad donde tan libre se siente el explotado como el que explota, tan dominante como el que domina y tan amo como el que esclaviza.

¿Repunte del movimiento feminista? Repunte del neoliberalismo que se marca un tanto a través de los movimientos minoritarios. Así pues, el feminismo sigue siendo un modo de hacer justicia que no antepone deseos individualistas con un objetivo siempre colectivo. El resto es poder androcéntrico y obediencia. Nada nuevo.

 

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