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Isabel Caña Fernández: Memorias de una andaluza

Isabel Caña

Alicia Díaz

Son esas vidas, las anónimas por ser desconocida, la de aquellas personas cuyos nombres no encontramos en los libros y las que no aparecen en los créditos de ninguna película ; aquellas que terminan siendo parte de la historia de nuestros tiempos. Mujeres obligadas a dar bocanadas de aire antes de que el agua les llegue al cuello en una lucha constante por remar en la boca de un pozo que se empeña en arrastrarlas hasta el fondo para dejarlas perecer allí, sin la mínima oportunidad a ser salvadas. Mujeres con nombre, con vida : mujeres como Isabel Caña Fernández.

Año 1932, Cazalla de la Sierra , municipio español de la provincia de Sevilla, Andalucía, limítrofe con la tierra de Extremadura. Allí nacía Isabel en el seno de una familia humilde dedicada al pastoreo. De trece hermanos solo consiguieron sobrevivir cinco de ellos; la miseria, las enfermedades y la hambruna se llevaron por delante aquellas vidas soterradas por la extrema pobreza de la época.

Cazalla huele a dulce anís y a la magnolia de los lentiscos, el romero se lava las manos para la cura y saluda a los madroños que cuelgan de los árboles como si fuesen pendientes de bisutería artesanal. Las zarzas acueladas nacen moradas y salvajes, y los callejones encalados son los anfitriones perfectos de su arquitectura mudéjar. El mismo pueblo en el que medio centenar de mujeres fueron asesinadas por los golpistas durante la Guerra Civil por querer crear un sindicato gremial, donde otro centenar fueron encarceladas y otras doscientas simplemente desaparecieron.

Isabel se ve obligada a trabajar desde que era pequeña para poder ayudar a la familia que había pasado a convertirse en transeúntes y cuyo paradero era marcado por las labores del pastoreo de su padre. Así creció Isabel, sin oportunidades y con la esperanza de que algún día pudieran cambiar las cosas.

Isabel es una mujer de aspecto dulce , mirada melancólica y rasgos sosegados. La nariz nace angulosa y aguileña bajo unos ojos profundos y sinceros de color gris intenso. Su sonrisa, casi perpetua, es su rasgo más recordado junto a los finos y rectilíneos labios que la perfilaba. El cabello color castaño claro se encarama a su cabeza en forma de moño .

Es entonces en 1952 , con diecinueve años, cuando conoce a Antonio, el que ella describe como el amor de su vida, con el que se casa y tiene a sus dos primeros hijos y, el que cinco años después muere a causa de un cáncer que vestirá de luto la vida de Isabel Caña. Sin recursos y sin dinero, mendiga limosna por el pueblo de Cantillana con el fin de hacerse con una modesta y barata caja de madera con la que daría sepultura a Antonio tras el sepelio limosneado. Isabel se encontraría sola, mediocremente hundida y pobre, prendada a un par de niños de dos y cuatro años a los que tuvo que dejar a cargo de sus padres para poder trasladarse a Sevilla, convencida de que en la capital tendría mayor acierto de encontrar empleo.

Ya en Sevilla estuvo al servicio de las clases privilegiadas, trabajando la mayor parte del día a cambio de un pequeño salario y la oportunidad de poder pernoctar en el palomar de una precaria casona vieja. Más adelante, consigue trabajo de cocinera en la casa de un reconocido médico que le ayuda a adquirir una vivienda del Patronato de Casas Baratas de Sevilla, promotora de viviendas sociales que tenía y tiene como fin fundacional la promoción de viviendas destinadas a aquellos segmentos de la población que, por tener unos niveles de renta bajos, no pueden acceder a otro mercado.

A punto de jubilarse su padre, consigue por fin llevar a toda la familia a Sevilla donde residirán en 50 metros cuadrados. El problema de espacio era lo que menos le importaba a Isabel, puesto que su anhelo era volver a tener a sus hijos de nuevo a su lado.

Doce años después de enviudar conoce a Manuel en 1969 , un hombre soltero de la misma edad de Isabel con el que se casa tras dos años de noviazgo, por aquello de que no estaba bien visto vivir juntos sin la formalidad matrimonial. Tienen dos hijos, un varón y una niña a la que pone su mismo nombre, la misma que define ahora a su madre en dos palabras: prudencia y amor.

Isabel parece respirar, aquello era vida y no lo anterior que le pareció un ensayo macabro pese a estar ahora compartiendo su vida con un hombre con las carencias habituales de los hombres de la época . Autónomo de profesión. Pero lo amaba y punto, así lo sentenciaba creyéndose la mujer más feliz del mundo, le bastaba con tener a la familia reunida alrededor de la mesa , aunque fuera frente a un simple tazón de leche fría y una tostá de aceite.

Prudencia y amor, imposible no recordar aquella novela de Dulce Chacón, Algún Amor que no Mate.

“Prudencia cometió un error. Y los errores se pagan. Creyó que su vida era la de su marido y, cuando quiso darse cuenta, el marido tenía su vida y ella no tenía la propia. Todo lo hacía calculando si a él le gustaría y jamás se preguntó qué le gustaba a ella.”

Lo cierto es que la vida de Isabel Caña fue puro sacrificio, amor incondicional por los suyos a los que respetaba como primera consigna. Cuidó de sus padres hasta el final de sus días, con especial pasión por su padre, al que mimó hasta que falleció nueve años después de llegar a Sevilla .

Apenas dormía una media de cuatro horas al día, se pasaba las noches lavando diariamente a mano las sábanas para su padre y las mañanas las perdía con las tareas del hogar y el cuidado del anciano hasta su muerte.

Cuando parece que la vida de Isabel comienza a remontar, una de sus hijas tiene una grave accidente de coche que le obliga a permanecer ingresada seis largos meses en el hospital, los mismos meses que Isabel se dedica en cuerpo y alma a cuidar a su hija , que a la vez perdía a su marido durante ese tiempo. Sería Isabel, su última hija , la que con doce años se ocupe de gestionar , llevar los cuidados domésticos , cuidar de su hermano pequeño y del marido de Isabel, su padre, afanado por la necesidad del jornal.

La hija de Isabel va mejorando poco a poco, aunque tendrá que seguir pasando en numerosas ocasiones por el hospital debido a las secuelas del trágico accidente . Es entonces cuando la vida se vuelve a cebar con Isabel tras conocer el cáncer que sufría su hijo. De nuevo vuelca su tiempo y sus energías , cada vez más mermadas, cuidando de él durante los siguientes dos años.

Nada es gratuito en esta vida, Isabel, la hija más pequeña , comienza a darse cuenta de que su madre flojea. La conoce, ha sido su sombra durante todos estos años, sus manos y sus pies, la niña que llevaba la casa y la contabilidad mientras ella se resistía a perder más familia por el camino.

Isabel Caña estaría sometida a una de esas enfermedades que te hacen olvidar todo poco a poco, esa que intenta ir borrando huellas dejando en el olvido los recuerdos más recientes hasta el punto de no distinguir a aquellos por lo que sacrificó la vida. El alzhéimer.

El hijo de Isabel muere finalmente, pero no a causa del cáncer sino de un fatídico accidente de moto. Sus hijas decidieron no darle la noticia, para entonces ya había comenzado a olvidar los nombres y las fechas, en poco tiempo toda aquella familia pasaría a ser una mancha borrosa en la memoria de Isabel que, tras once años de enfermedad, termina falleciendo en los brazos de una de sus hijas y en el abrazo de toda su familia ante la mirada de Antonio que permaneció siempre a su lado.

Isabel Caña era tan generosa, dice su hija Isabel, que muere durante un fin de semana para no fastidiar a sus hijos la cotidianidad de los días laborales. Así de generosa era .

Las calles de Sevilla tienen amaneceres amarillos, el mes de diciembre golpea las nubes arrastrándolas y los naranjos las jalan sin el pudor que provoca las miradas. A lo lejos, las viejas fábricas de aguardiente de Cazalla se pierden, parecen querer olvidar también el paso de los fusiles y las cunetas con olor a sangre. Allí encuentro a la hija de Isabel, a pocos metros de las acequias en la calle con nombre de poeta, tan increíblemente maravillosa como su madre. Aquí huele a castañas asadas proveniente de un puesto ambulante cercano. Las tipuanas forman fila en recuerdo a Isabel Caña Fernández.

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