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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Muñecas sexuales, mujeres objeto

Dos muñecas sexuales con forma de niñas incautadas por agentes fronterizos británicos // Foto: John Stillwell

Alicia Díaz

El otro día me topé con una noticia acerca de un burdel en Italia cuya oferta no eran mujeres reales, sino muñecas de silicona. Este tipo de muñeca consideradas “ juguetes sexuales” están fabricadas con materiales que permiten un acabado lo más realista posible. Las sex dolls están moldeadas siguiendo el prototipo de “mujer perfecta” físicamente bajo el canon social que rige y marca el ideal de belleza según los gustos masculinos; es decir, mujeres con grandes pechos, tallas pequeñas, ojos grandes, boca grande, caderas marcadas y perfectamente sexualizadas para poder cumplir los deseos más depravados y violentos de los consumidores.

No es el único burdel ni el único país en el que este negocio perteneciente a la industria sexual ha intentado abrirse paso. Barcelona, como pionera, ha sido la primera ciudad de Europa con un prostíbulo de muñecas. El establecimiento abría sus puertas contando con una variedad de cuatro sex doll con rasgos diferentes; una muñeca con rasgos asiáticos, otra con un perfil europeo, otra con facciones africanas y una muñeca de anime japonés. Estas muñecas están elaboradas con elastómero termoplástico para garantizar la máxima credibilidad al tacto. El precio de estas muñecas de silicona oscila entre los 80 euros y 150 euros dependiendo del tiempo contratado para el servicio. Canadá, Francia o Colombia, son otro ejemplo de países que cuentan con este tipo de establecimientos dirigidos en su mayoría al público masculino.

Es increíblemente preocupante darse cuenta del coste que supone mantener relaciones sexuales con estas muñecas, siendo más elevado que muchos “servicios sexuales” con mujeres reales.

¿Qué precio tiene una mujer? ¿El simple hecho de ponerle precio no es lo suficientemente denigrante?

Hay quien piensa que se trata solamente de juguetes sexuales funcionalmente diseñados para cumplir las fantasías insondables de los clientes argumentando que, de esta manera, se evitaría la degradación que se produce en el ejercicio de la prostitución; sin embargo, esto no deja de ser la confirmación de que existe violencia real hacia las mujeres prostituidas ¿Si no existiera tal violencia harían falta este tipo de burdeles? La respuesta parece clara.

Que la mercancía en este caso sea objeto y no persona, no es motivo de justificación, evidencia la dualidad verificable de la posición de la mujer como pieza material.

Una posición crítica en contra de la apertura de estos espacios puede ser tachada como una muestra de puritanismo, al fin y al cabo no se trata más que de fantasías y no se le puede poner puertas al campo, pero ¿la zoofilia no es también un tabú basado en el deseo sexual? ¿Por qué no existen prostíbulos de perros y gatos, reales o de silicona, para poder colmar estos deseos? Buscando información me encuentro con una noticia relacionada con Dinamarca estimando que un 17% de los animales domésticos presentaban síntomas de abuso sexual.

La nota hace referencia a que hace poco menos de un lustro Alemania y Suecia prohibieron y penaron las prácticas sexuales con animales. Noruega, los Países Bajos y el Reino Unido hicieron lo propio en la primera década del siglo XXI, mientras España fue el último país en cerrar la puerta al bestialismo en 2015. Los defensores de este tipo de prácticas consideran que “dar amor ”a los animales es emocionalmente positivo para su salud sexual y no contemplan la explotación animal en sus actos, un argumento no muy distinto al de millones de clientes de prostitución. Es muy significativo que el bestialismo sea considerado repugnante e inadmisible, de la misma manera que lo sería si los animales fueran representados en forma de muñecos de silicona en prostíbulos legalizados.

Si alguien imagina que rajarle la vagina a una muñeca es un deseo sexual placentero, tiene un problema muy serio. Si alguien cree que tener sexo con muñecas reduciría el número de violaciones a mujeres estaría negando la violencia sexual. No existen burdeles de animales para ocio y disfrute porque es enfermizo, denigrante e inhumano y está penado; existe con muñecas y prostitutas porque las mujeres son consideradas ciudadanas de segunda al servicio de los deseos masculinos y del capitalismo más feroz.

Deshumanización

Debido a la incipiente tendencia al aislamiento del individuo moderno asociado al abuso tecnológico, la industria sexual ha convertido este negocio en un nicho de mercado bajo la excusa de poder cubrir las necesidades sexuales de los demandantes. Los usuarios de estos servicios no acuden sólo a estos prostíbulos para dar rienda suelta a sus fantasías más tremebundas, sino que cada día es más común la compra exclusiva de estas muñecas como objeto de compañía. Los precios pueden oscilar entre los 1000 y los 25.000 euros dependiendo de las exigencias y los gustos personales de los compradores.

Cuando hablamos de deshumanización conviene su análisis profundizando en la cuestión social subyacente consecuencia de la alienación que provoca la tecnología unida a la desaparición de valores éticos y la pérdida de sensibilidad. En este caso, bajo el prisma de la sexualidad y en relación con la mujer, podríamos hablar de una deshumanización específica producida por la objetualización, la cosificación y la desaforada hipersexualización a la que la población femenina se ve sometida.

El avance de la tecnología y de la civilización no puede asegurar la dignidad humana bajo la aceptación de la mujer como objeto.

La forma más eficiente de deshumanizar a las personas es convirtiéndolas en herramientas donde lo importante sería su función a través de la instrumentalización. Las mujeres a lo largo de la historia han sido instrumentalizadas; o lo que es lo mismo, deshumanizadas a través de trabajos forzados como el de la prostitución o la reproducción, siendo utilizadas exclusivamente por su capacidad de producir y no por sus necesidades. El hecho de que hoy estemos hablando de muñecas sexuales lleva a plantearnos un futuro donde la humanidad - en su más amplio conjunto - podría estar en riesgo ante la pérdida de identidad, anulando así su capacidad de autodeterminación y los principios de eticidad como valor común dentro de un fenómeno globalizado en el que unas personas no tienen en cuenta a otras si no pueden ser utilizadas como objeto/cosa. El problema no son las muñecas de silicona, sino la certeza de que la mujer es un instrumento privado de dignidad humana.

La mera justificación de la industrialización y comercialización de estas muñecas sexuales conlleva la aceptación de que los seres humanos pueden ser despojados de sus rasgos humanitarios.

Fruto de las deshumanización el ser humano ve limitada su capacidad de reflexión como mecanismo racional, mermando así las capacidades emotivas necesarias para el desarrollo de habilidades sociales tales como la empatía, la facultad convivencial y la idoneidad volitiva siendo causas principales de la completa deshumanización.

Podemos aceptar la apertura de prostíbulos ofertando muñecas sexuales como reclamo masculino, pero lo que no podemos ni debemos aceptar jamás, es la objetualización del ser humano si queremos construir una sociedad igualitaria y justa perfectamente preparada para una evolución regeneradora. Pero no nos engañemos, convertir a una mujer en muñeca sexual es convertir a la mitad de la población en una cosa.

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