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Boyhood: ¡Y aún dicen que el cine es caro!

Fotograma de la película 'Boyhood'.

Mercedes Barrado Timón / Merche Barrado Timón

¿Qué probabilidades existen, en una ciudad de 150.000 habitantes, de ver una sesión de cine en solitario en una sala de 114 butacas? La verdad es que no tengo ni idea, pero siempre preferí imaginar que esa posibilidad ni siquiera existía. Pero eso fue precisamente lo que me ocurrió en la sesión de las 15,55 horas del sábado 27 de septiembre en Badajoz, cuando acudí a ver la película 'Boyhood. Momentos de una vida'.

Respeté las indicaciones del ticket que me situaba en la butaca 8 de la fila 6 y asistí desde allí a la proyección de una película deliciosa, a la que he visto en los medios de comunicación tanto destacada por la rareza de la estrategia con que fue filmada como por su delicadeza en abordar el misterio de lo que representa nuestra propia vida como seres sociales.

Durante doce años, el director Richard Linklater filmó dos semanas cada año con su grupo de actores para este film, alcanzando así una total verosimilitud en la representación de los cambios que se producen en la vida de un niño de seis años y de los suyos.

La familia que forman los padres separados a los que interpretan EthanHawke y Patricia Arquette no parece una familia-tipo de la conservadora Texas. Ambos son de mentalidad demócrata, no se vuelven locos con las armas aunque éstas estén a su alrededor, luchan duramente para superar las dificultades que les supuso tener sus dos hijos cuando eran aún demasiado jóvenes y siguen unidos por el amor y el respeto a su pareja de chavalitos a pesar de los cambios que implican en sus vidas sus nuevas relaciones sentimentales.

Mason, el hilo conductor del film, interpretado por el joven EllarColtrane, empieza siendo un crío de seis años que tiene que aguantar a una hermana chillona y tocapelotas y luego crece rápidamente, convirtiéndose en el adolescente silencioso e inquieto que busca su camino personal y profesional protegido por la mirada amorosa de los suyos.

Durante 163 minutos asistimos a la brega de una familia honrada esforzándose por dar al mundo hijos honestos.

Doce años de trabajo de un montón de gente empeñada en este proyecto cinematográfico singular pasaron ante mis ojos confortados por la visión de una película sin duda excelente, un buen intento de ponernos frente al dolor y la alegría, la vaciedad y el orgullo de vivir.

Ignoro casi todos los pasos de producción y distribución de una película como ésta pero, cuando se encendió la luz, las 114 butacas seguían allí y, además, un empleado abrió la puerta de salida a la calle mientras otra empleada se dispuso a limpiar la sala por si hubiera habido un hipotético derrame palomitero.

Yo había pagado cinco euros por asistir a esta proyección que me puso con maestría frente a la condena y la alegría que conlleva la cordura humana.

¡Y aún dicen que el cine es caro!

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