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El dilema de Podemos

Podemos

Víctor Bermúdez Torres

No pasa el tiempo por la vieja estrategia de dejar pasar el tiempo. En la política, el amor, el arte... es él quien dicta lo que merece perdurar y lo que no. Unos más y otros menos, y cada uno por distintas razones, todos los partidos han jugado a dejar pasar el tiempo durante estos tres largos meses. El primero, por supuesto, ha sido el PP. Y muy oportunamente para sus intereses. El electorado del PP es de una fidelidad a prueba de bomba; de hecho, pese a Rajoy y la corrupción, mantiene al partido a la cabeza en las encuestas. En unas nuevas elecciones, esa fidelidad podría marcar la diferencia frente a un electorado de izquierdas desilusionado tras el fracaso de sus opciones y con una fuerte tendencia a la abstención. Como todo el mundo sabe –y se demostró palpablemente en las elecciones tras el 11-M – en este país gana la derecha cuando la izquierda no es capaz de llevar a las urnas a sus votantes.

Pero no solo el PP. Tampoco el PSOE, pese a su despliegue de actividad, se ha obsesionado por romper el impasse político. El pacto con Ciudadanos, que ha sido su único logro, respondía a la necesidad de Sánchez de hacerse respetar en su partido tanto o más que a la iniciativa real de formar un gobierno que, en principio, se antojaba casi imposible. En general, a los dos partidos tradicionales, PP y PSOE (aunque sobre todo al primero), no les ha venido mal dejar pasar el tiempo. Los partidos emergentes, Podemos y, en menor medida (porque ha sido una emergencia, en cierto modo, de “laboratorio”), Ciudadanos, viven de la ilusión de muchos de sus votantes que, sin un compromiso claro con las ideas, se han sentido seducidos por una vaga y genérica ilusión de cambio. Pero este tipo de ilusiones son lo que primero se desvanece en un proceso lento y complejo de institución del poder como el que ahora vivimos. Por el contrario, los partidos viejos (y sus clones, como Ciudadanos), que ya no despiertan esa ilusión, viven de algo mucho más tangible y resistente al tiempo: el miedo y el interés por mantener el status quo. Los partidos del bipartidismo saben que, en buena medida, han sido ellos los que han generado ese status quo cuyos beneficiarios (una no escasa parte de la sociedad española) no van a dejar de acudir a las urnas a defenderlo (especialmente, de partidos, como Podemos, a los que se ha asociado insistente e interesadamente con el radicalismo político más desquiciado).

Pero también Podemos y Ciudadanos apostaron, desde el principio, por la estrategia de dejar correr el reloj. El desgaste de Rajoy y de un PP incapaz de renovarse, y la pugna interna en el PSOE, les daban esperanzas en los resultados de una nuevas elecciones. Podemos, además, se vio creciendo en las encuestas inmediatamente después del 20 de diciembre y, sumando votos a IU, confió en la idea de superar al PSOE. De ahí la actitud desafiante y soberbia de Iglesias frente a Sánchez. Por otro lado, Ciudadanos no tenía nada que perder (y si mucho que ganar), dado sus mediocres resultados electorales, dejando que la situación llegara a donde está hoy.

¿Y dónde está hoy? Las encuestas más recientes confirman que unas nuevas elecciones están bastante más cerca de beneficiar al PP, a su clon Ciudadanos, e incluso al PSOE, antes que a Podemos. Como decía, el electorado de izquierdas – que se mueve a golpe de ideales – , y el menos inclinado a posiciones políticas – que es simplemente seducido por la ilusión de un cambio – caen pronto en la desilusión y la abstención. Mientras que el electorado conservador, y el que vota por una mezcla calculada de miedo e interés, votan siempre, pase lo que pase. Unas nuevas elecciones podrían representar un triunfo de PP y Ciudadanos. El PSOE, aun pagando el precio de su preferencia por Ciudadanos ante su electorado más a la izquierda, mantendría sus opciones. La peor parte, por tanto, podría corresponder a Podemos.

Podemos se enfrenta, así, a un serio dilema, que se ha manifestado estos días en una crisis interna: votar la investidura de Sánchez, permitiendo el gobierno del PSOE y Ciudadanos, u optar por unas nuevas elecciones. No es fácil decidir. Si permite que gobierne el PSOE, y que este muestre su dimensión más liberal junto a Ciudadanos, Podemos podría hacer un trabajo efectivo de oposición, substituyendo, de facto, al PSOE, como el partido referente de la izquierda (y presentándose electoralmente como tal en el caso de que el pacto no funcionara). La mayor desventaja, para Podemos, de esta opción es, obviamente, que el pacto funcione, e inaugure un ciclo largo del PSOE y Ciudadanos en el poder. La otra alternativa es ir a nuevas elecciones. Esto supondría entrar en campaña y recrear una tensión e ilusión en los electores similar, si no mayor, a la de las elecciones de diciembre. Pero esto no es sencillo: la gente está cansada de procesos electorales, los lemas no funcionarían igual, la crisis y la corrupción no dan mucho más de sí, la unidad de la organización no es la misma, y su maquinaria – que, en sus bases, es casi puro (y admirable) voluntarismo – podrían no resistir otro esfuerzo electoral.

Finalmente, Podemos es un partido nuevo, sin una organización acabada,y en él confluyen un sector de izquierda más radical con otros más moderados y “transversales”. La tensión entre unos y otros, sostenida hasta ahora en la ilusión común por el triunfo y el cambio, estallaría al día siguiente de una derrota electoral, mientras que podría ir articulándose, de manera más orgánica y consistente, en un periodo más largo y en torno a una labor de oposición con las fuerzas (más que considerables) de las que dispone ahora.

La decisión no es fácil. Y los militantes y simpatizantes de Podemos han de pensárselo muy bien. Lo que en ningún caso pueden permitirse es arruinar un proyecto político que, como poco (y ya es muchísimo), ha renovado y vuelto a movilizar a la izquierda, y ha hecho recuperar a tantos ciudadanos su fe en la democracia.

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