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Somos de izquierda, a veces

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Mario López Sánchez, psicólogo

Ser de izquierdas requiere de un compromiso social que va más allá de los intereses particulares. Dicho de otro modo; en esta sociedad capitalista, donde el ser humano lucha consigo mismo en un combate individual, ser de izquierdas se pone muy difícil cuando las cosas te van bien. Sin embargo, solo basta un tropiezo en la vida para que la solidaridad y la comprensión hacia las políticas sociales vuelvan a florecer en tu corazón.

He visto el fenómeno en muchas ocasiones, ya sea en la práctica profesional como en la vida particular. Los seres humanos nos adaptamos al ambiente como una auténtica máquina de supervivencia.  Nuestra conducta varía junto al entorno a través de la cognición -del pensamiento- con la finalidad última de perdurar, de sentirnos bien, de mantener la estabilidad (eso no quiere decir que siempre lo consigamos). Y para ello poseemos un fascinante repertorio que va más allá de la moral y la ética, una batería de estrategias que trascienden la razón y ultiman la mejor manera de servir a nuestros intereses particulares.

Algunas personas se sorprenden cuando les aseguro que no somos en absoluto un ser racional, sino con capacidad para razonar, que es algo bien distinto. Los humanos no estamos constantemente tomando decisiones sosegadas, maduradas a través del filtro del análisis de todas las variables que se desencadenan ante un problema cualquiera. Los seres humanos preferimos actuar con reglas establecidas a través del aprendizaje, una especie de programa preconfigurado que utilizamos para solventar y obtener respuestas a situaciones complejas que atentan contra nuestra seguridad. Ejemplo: Ayer me robó un inmigrante ecuatoriano mientras viajaba en el metro. A partir de aquí, mi programa preconfigurado para la resolución de incidencias adquirirá cierta tendencia, ya sea en mayor o menor grado, a considerar los rasgos sudamericanos indígenas como un peligro potencial para mi seguridad. Resultado, evitaré a la gente con esas características fisiológicas, y lo haré porque puedo, ya que en mi entorno de caucásicos los sudamericanos son pocos. Pero ¿qué pasa si me roba un blanco? Mi sistema intentará buscar variables intervinientes que vayan más allá de su color de piel, ya que los blancos son muchos más en mi entorno y va a ser difícil evitarlos, así que achacaré la actitud del individuo a la pobreza o al barrio donde vive, obteniendo así una nueva respuesta de evitación asumible, fácil de llevar a efecto. A partir de entonces también evitaré a los pobres.

Todo este proceso lo llevamos  a cabo de manera inconsciente, de ahí la sorpresa o la incredulidad de muchos de los lectores. ¿Y por qué lo hacemos así? Pues la explicación biológica os sorprenderá aún más; el pensamiento complejo es la actividad orgánica que más calorías consume (20% del total). De este modo, por las reglas de evolución darwinistas hemos adquirido herramientas de ahorro, o lo que en psicología llamamos “sesgos de pensamiento”, o reglas de actuación programadas que se aplican a innumerables contextos con la esperanza de que sean útiles. Cuando la comida escaseaba y había que salir a cazar, cualquier ahorro podía marcar la diferencia entre vivir o morir. Si los pájaros salían espantados de sus ramas es que seguramente habría un depredador cerca. En aquellos tiempos, ponernos a pensar en otras razones que justificaran la huida de los pájaros hubiera significado asumir un riesgo enorme sin beneficio aparente. Mejor salir a correr y punto. Y así siempre. Qué más nos hubiera dado que los pájaros salieran volando porque lo que venía era una tormenta, o por puro azar. El riesgo superaba los beneficios, por lo que se generaba una regla, un pensamiento sesgado. Esa forma de procesar la información la seguimos conservando en nuestro repertorio, pero adaptada a un mundo mucho más complejo.

Otro ejemplo: Mi vecino se ha arruinado. Lo conozco desde hace años. Se compró un coche que te cagas y el piso lo reformó dos veces. A partir de aquí pensaré que las personas que se arruinan, la mayoría de las veces les sucede porque son unas irresponsables. ¿Qué consigo con ello? Para empezar me protejo de la horrible sensación que genera el pensar que eso también me podría suceder a mí. Así, si evito los excesos seguro que todo irá bien. Además, encuentro una explicación sencilla que resuelve un inquietante fenómeno social: “si todos somos conservadores, pronto pasará la crisis”. Resultado: hemos ahorrado un montón de energía al procesar la información, eso sí,  saltándonos infinidad de variables que intervienen en la ruina de las personas, pero qué más da, a nosotros nos sirve y nos hace sentir bien.

Los sesgos cognitivos son muchos. Pero para ilustrar esta reflexión solo nombraré los más comunes, como el de  representación, que se expresa cuando asumimos que algo es más probable a partir de una premisa que, en realidad, no predice nada. En uno de nuestros ejemplos puede hablarse de color de la piel del ladrón. O la heurística de disponibilidad, descrita como la sobreestimación de la información que tenemos disponible y recordamos con más facilidad. Por último el sesgo de conformidad: se trata de buscar y favorecer la información que confirma nuestras propias creencias o hipótesis. En temas como las terapias alternativas, por ejemplo, escuchamos sólo las noticias que encajan con nuestras ideas preconcebidas.

Les recomiendo encarecidamente que con una simple búsqueda en la red estudien el fenómeno del sesgo de pensamiento. De buen seguro os hará replantearos muchas cuestiones que dabais por válidas.

Como ven, la racionalidad no es predominante en nuestro modelo básico de pensamiento. Y ahí radica el gran problema de la izquierda. El compromiso social que exige el pensamiento progresista debe conservarse aun cuando nuestras necesidades vitales estén cubiertas. No basta con volvernos de izquierdas cuando nos vienen mal dadas. Es preciso formar a las personas no como humanos capitalistas obsesionados con la consecución de objetivos económicos individuales, sino como partes de un objetivo global, de un engranaje social que funcionará mejor cuando todas y cada una de sus piezas están en perfectas condiciones. No podemos permitirnos el lujo como sociedad avanzada el que parte de nuestra población quede descolgada. Y no podemos porque en realidad hay recursos suficientes. La decisión de cómo repartirlos, de cómo gestionarlos y conseguir los mejores resultados globales, eso es lo que empuja nuestra opción política. ¿Queremos un mundo compuesto por algunos afortunados y una mayoría de desgraciados, o preferimos un mundo con toda la población cubierta en sus necesidades básicas, aunque ninguno de ellos pueda alcanzar esos niveles de riqueza a los que la publicidad mediática nos tiene acostumbrados ? ¡Qué complicada decisión!

El pensamiento sesgado es la mejor herramienta que los poderes fácticos tienen para controlar a las masas. Y además no les cuesta un solo euro. Es un arma que está dentro de cada uno de nosotros, y activada en condiciones precisas es como un botón de autodestrucción.

Creada la necesidad consumista, el funcionamiento cognitivo que nos empuja a la autoprotección en ambientes aversivos se encarga de convertir a los pobres en enemigos de los pobres. Todos desconfiamos de todos, los trabajadores de los inmigrantes, los parados de los autónomos, los funcionarios de los parados, los de Madrid de los de Cataluña y los de Cataluña de los de Andalucía… Mientras tanto, el gran capital se frota las manos, convencidos de que la inmadurez intelectual del pueblo, la tendencia a actuar bajo el dominio del sesgo cognitivo, los mantendrá a salvo de revoluciones marxistas.

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