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¿Por qué Podemos no es mi enemigo?

Víctor Manuel Casco Ruiz, activista y excoordinador de IU Extremadura

Empecemos por una aclaración: Podemos no es mi partido, pero que no sea la organización política en la que yo milito dista mucho de convertir a este partido en mi enemigo, ni siquiera en mi adversario.

Antes de las pasadas elecciones europeas el panorama político español delimitaba cuatro espacios políticos: para combatir al Partido Popular (primer espacio, la derecha) tenías como herramientas al Partido Socialista (centro izquierda, segundo espacio devaluado por su coincidencia en lo sustancial con las políticas económicas europeas impuestas por la Troika) o Izquierda Unida (tercer espacio, la alternativa al bipartidismo) y un cuarto espacio que incluía las Mareas, el 15M, las plataformas antidesahucios, los Campamentos y una pléyade de movimientos sociales y populares que protagonizaban en la calle la oposición a las políticas de recortes del Partido Popular: la movilización social trascendía a los sindicatos clásicos y los partidos tradicionales de izquierdas. El nacimiento de Podemos vino a agitar estas – hasta ese momento – tranquilas aguas. Ocurrió lo imprevisto: un fantasma empezó a recorrer España.

Podemos, con un discurso rupturista y un lenguaje novedoso, alejado de los marcos de referencia al uso (frente a la disyuntiva izquierda/derecha que soslayaba todo debate programático – donde se apela a la bandera y a los símbolos para reclamarse de la izquierda pese a las políticas que se puedan impulsar en las instituciones y en los gobiernos – se habla de “los de abajo y los de arriba”, “casta” o “pueblo”) logró conectar con las aspiraciones de una población cansada de recortes y desilusionada también ante una clase política que se sucedía en el poder desde la transición. Podemos, por segunda vez en la historia reciente de España, ponía en peligro la arquitectura institucional del país y provocaba una grieta de incalculables consecuencias en el edificio central del bipartidismo. Por primera vez “es posible”...

Que en el mismo momento en que Pablo Iglesias y su partido adelantaban en intención de voto al PP en las encuestas se puso en marcha toda la maquinaria para frenar tan peligroso ascenso, es algo evidente. Ciudadanos se potencia inmediatamente como la alternativa “responsable” para quienes estén desencantados con el sistema (promoviendo así un cambio lampedusiano) y se mira con lupa cada gesto, cada acto, cada palabra de Pablo Iglesias y su gente buscando la desacreditación.

Por segunda vez decía. La primera vez que “el fantasma” del cambio hizo aparición fue con Julio Anguita y aquella Izquierda Unida concebida como movimiento político social y también entonces la campaña de desprestigio fue brutal, calculada y efectiva. Se neutralizó la potencia revolucionaria de IU con precisión quirúrgica – El País y el Grupo Prisa fue entonces el cirujano jefe – del mismo modo que se busca ahora hacer con Podemos. Sobre aquella operación y sobre el papel de IU y el PCE desde la transición recomiendo la lectura del extraordinario libro “Atraco a la memoria” de Juan Andrade y Julio Anguita.

Antonio Gramsci distinguía entre “partido institucional” y “partido orgánico”: el partido institucional se presenta a las elecciones, tiene candidatos, gobierna. El partido orgánico incluye a ese partido, medios de comunicación, intelectuales... El partido conservador y el partido liberal de la época competían en la arena electoral, pero ambos formaban parte del partido orgánico que incluía a la prensa burguesa, la banca, los grandes empresarios... Hoy hay un partido orgánico que afirma la continuidad de la monarquía, que no cuestiona la Troika, que no se plantea otra política económica, que defiende la austeridad y los recortes, que privilegia a la banca y que tiene por interlocutores principales a los grandes empresarios. Partido Popular, Ciudadanos, PNV incluso Convergencia forman parte de ese partido orgánico. El Partido Socialista, preso de enormes contradicciones entre sus dirigentes y sus bases populares, también.

Podemos no. Por mucho que no comparta algunos posicionamientos recientes de esta organización, creo que Podemos e Izquierda Unida - junto a muchos otros colectivos sociales y organizaciones - formamos parte del partido orgánico de la revolución democrática (en palabras de Manolo Monereo en Cuarto Poder 28/01/2015).

Los recientes gobiernos de Madrid y Cataluña y las candidaturas de unidad popular (real) que en estas dos ciudades - o en Galicia con las Mareas – se formaron son una prueba del enorme potencial de cambio que podemos impulsar si el partido orgánico se antepone a los respectivos partidos institucionales.

Podemos no es mi enemigo. Ni siquiera mi adversario. Es mi aliado. En la construcción de otro modelo económico y político, en la alternativa al bipartidismo, Podemos es mi aliado. Que mi “partido institucional”, Izquierda Unida, quiera construir su opción electoral en torno a un ataque brutal y sin contemplaciones a Podemos es un error de calado. Hay diferencias y son importantes, pero si queremos establecer puentes – y será muy necesario después del 20d – debemos ser conscientes que nuestro enemigo no es Pablo Iglesias. Esta misma reflexión ha motivado la reciente dimisión de importantes dirigentes de IU y debería hacernos reflexionar a quienes formamos parte del partido de Julio Anguita.

Podemos es mi aliado, pero no mi partido. La parálisis evidente de los Círculos, una estructura de toma de decisiones demasiado vertical y la confección de sus listas planchas explican el cierto desencanto que se ha instalado en parte de la ciudadanía potenciales votantes suyos (nos equivocaríamos y se equivocarían los dirigentes de Podemos si creen que todo obedece exclusivamente a la campaña mediática en su contra). Pero tras las próximas elecciones todos – TODOS – deberemos pensar seriamente cómo ser capaces de construir un espacio que sea alternativa al partido orgánico del Capital.

Durante la campaña electoral no lo perdamos de vista. No cometamos ese grave error.

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