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Rita Barberá sin Pecado Concebida

El PP apoyaría al PSPV si le deja gobernar ciudades donde ha ganado en votos

Víctor Casco

“Santa María, sin pecado concebida”... Durante el oficio de las misas los católicos repiten esta letanía al unísono, todo el cuerpo de la Iglesia, plural, se funde en una sola voz: Santa María, sin pecado concebida. No hay margen para el cuestionamiento ni para la duda. La reiteración tiene siempre esa ventaja. Repites y mientras, va quedando el poso en tu imaginario. Antes que Goebbels, los sacerdotes ya habían comprendido las virtudes performativasde la repetición. A este respecto, nihil sub solenovum. 

El dogma de la Inmaculada Concepción, caballo de batalla de los franciscanos durante el tardomedievo, tardó no obstante en ser asumido por el conjunto de la  Iglesia Católica. El dogma nos viene a decir que la Madre de Dios no fue alcanzada por el pecado original, por ese pecado con el que todos venimos marcados al mundo  y que solo el bautismo limpia. 

En el Partido Popular, más en bruto y sin la finura intelectual de Duns Escoto, más groseramente diríamos, también están embarcados en estos días en una formulación del dogma en torno a la fallecida Rita Barberá cuyo objetivo no es sólo declararla libre de todo pecado sino, y eso es lo importante, lo relevante, aprovechar su muerte para crear las condiciones que hagan posible un pacto por la impunidad de los corruptos: después de Rita conviene silenciar – o cuanto menos atemperar – aquellas informaciones que afectan a nuestros políticos y cuestionan su comportamiento al frente de las instituciones. 

“Los que habéis publicado información sobre las corruptelas del PP en Valencia la habéis matado”.  Así de sencillo. Rafael Hernando habla de las hienas, el ex ministro de exteriores de la persecución y la diputada Celia Villalobos de una cacería. Hay que extender el sentimiento de culpabilidad por la muerte de la senadora Barberáy sobre ese sentimiento perdonar el pecado de la corrupción.Y sobre todo, silenciarlo. 

De todos los comportamientos cínicos e hipócritas que estamos viendo desde que la ex alcaldesa de Valencia falleció tras un infarto en Madrid, el uso miserable y cruel de una persona muerta para obtener rédito político y lograr con ello acobardar a medios y partidos políticos en su labor de vigilancia de la acción del ejecutivo y de denuncia de los comportamientos deshonestos en que puedan incurrir la clase dirigente de este país es el más peligroso. Peligroso e inteligente. 

Si la jugada le sale bien al Partido Popular, la autocensura operará en cada periodista que se sienta delante de un teclado a redactar cómo dar la noticia de un alcalde, de un diputado, de un secretario de estado o de un ministro al que, por ejemplo, hayan pillado evadiendo impuestos en Suiza o negociando un convenio con una constructora a cambio de una mordida. ¿Y si le provoco ansiedad por ésto que debo escribir?... 

El poder siempre define “qué es lo normal y qué es lo decente”. El Portavoz del Partido Popular, que acusó a los familiares de las víctimas del franquismo de acordarse de sus padres, de sus hermanos, de sus abuelos sólo cuando hay una subvención por medio, se desgarra ahora las vestiduras porque los diputados de Unidos Podemos no concurrieron al minuto de silencio decretado por ellos. 

Y de paso define que la decencia consiste en compartir y participar en el relato hagiográfico de la finada. No se trata de exculpar a Rita Barberá, su memoria poco les importa, sino al Partido Popular. Lavar sus delitos, blanquear su historia reciente. Por eso, tras afianzar un sentimiento de culpabilidad por la muerte de la ex Alcaldesa, lo extienden al conjunto del PP: ella es todo el PP, al que injustamente mantenemos en la picota del escarnio público. 

El minuto de silencio en el Congreso ha sido el primer paso necesario para convertir en aceptable el régimen de impunidad de los corruptos. El minuto de silencio ha sido el pistoletazo de salida y todos aquellos que puedan dejar en evidencia que la supuesta muestra de respeto y afecto por una persona fallecida no es sino un acto político de desagravio del corrupto, de todos los corruptos, deben ser señalados y expurgados. 

El régimen de impunidad que se quiere construir viene de lejos. Bajo el epígrafe aparentemente neutro de que “hay que reflexionar” se vienen reclamando desde hace mesesmesura, discreción o no cargar las tintas si hay que informar sobre el saqueo sistemático al que hemos asistido durante años en este país, mecidos por el capitalismo de amigos y una burbuja inmobiliaria que ha empobrecido a la inmensa mayoría. 

La muerte de Rita Barberá les ha caído del cielo. No nos engañemos. Rafael Hernando, Rafael Catalá, Dolores de Cospedal y Mariano Rajoy tienen ya a la víctima propiciatoria con la que lograr la bendición de la impunidad. 

También hay precedentes: el persistente silencio que se impuso desde el Golpe de Estado del 23F a la hora de informar sobre los puntos oscuros, y los hubo muchos, del reinado del hoy emérito monarca Juan Carlos I. Lo sabíamos, pero no queríamos verlo. Muy pocos se atrevían a agrietar el consenso construido en torno a la figura totémica de la Transición, un consenso construido sobre una afonía mediática, política y social: de “esto” no hables. 

Rita Barberá es su oportunidad, su Golpe de Estado, lo que necesitaban para amedrentar de manera definitiva a grupos editoriales, redacciones, periodistas y partidos políticos de la oposición. De implantar una nueva afonía: no hablemos de corrupción.

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