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Juan Benet y el trasvase Tajo-Guadiana

Antonio Vélez, ex alcalde de Mérida

Cuando murió Juan Benet, en Enero de 1993, el prestigioso diario The New York Times, numero uno de Estados Unidos, equiparó su dimensión literaria a las de Marcel Proust, James Joyce y William Faulkner. No fue caprichosa la valoración otorgada por un medio que ostenta casi el centenar de premios Pulitzer de periodismo. Más bien respondía a la evidencia de que el autor de “Herrumbrosas lanzas” se proyectaba como uno de los activos más referentes de la literatura universal. Podría parecer excesiva esta consideración, para algunos, pero esta es la medida de la posteridad que a otros, tan actuales y efímeros, no se les otorgará.

Juan Benet llegó a Mérida, terciados los ochenta, por razón de su profesión de Ingeniero de Caminos. Fue un tiempo singular para las Obras Publicas, tanto en Extremadura como en la propia ciudad. El sentía especial fijación por los parajes indómitos y los retos de calado, derivado de su afán por domesticar el agua, conducirla. Y en estos territorios, por entonces, los proyectos del ramo abundaban y las sorpresas arquitectónicas también. Era el caso del Museo de Moneo, su amigo, que construía Cubiertas y MZOV, la Empresa a la que el escritor estaba ligado desde 1956. En sus muchas visitas al prometedor edificio siempre aseguraba que su mole racionalista elevaría el “fulgor” de Mérida.

Era difícil que Juan Benet pudiera abstraerse de la referencia que había sido Emérita, en tantas secuencias históricas relacionadas con el agua: Los primeros momentos, con Cornalvo y Proserpina. O en “Rabo de Buey”, a cuyas subterráneas y frescas tripas bajamos, con el adorno de sus explicaciones, abarcando la geología, los ritmos de filtración de aquellos suelos, su capacidad de almacenaje, los caudales liberados en el tiempo, la calidad de aquellas aguas y su recomendación de reaprovecharlas. Como la monumentalidad de “Los Milagros” y el paseo apacible bajo sus pilares, observándolos desde su porte de explorador. Y repasando los momentos históricos: Primo de Rivera, Indalecio Prieto y el soplo Republicano, el Plan Badajoz.... En fin, toda la suerte de sentirte atrapado, intelectualmente y en directo, por quien había sido capaz de desmenuzar, con pasión topográfica y milimétrica, su ficción creativa, en la mítica y celebrada obra de “Volverás a Región”.

Recuerdo que en sus visitas solía contarme los pormenores de algo apasionante. Eran consideraciones muy estudiadas sobre un necesario trasvase desde la Cuenca del Tajo a la del Guadiana. Se haría desde el embalse de Azután, en Toledo, utilizando el río Uso, hasta un embalse de nueva construcción. Parte del agua elevada podría revertirse para generar electricidad en horas favorables. A partir de ahí se utilizaría un viejo ferrocarril abandonado. Se trataba del Talavera de la Reina – Villanueva de la Serena, por la Comarca de La Jara. Sobre ese trazado ferroviario, utilizando sus viaductos y túneles, se colocaría una tubería de cuatro metros de diámetro, hasta llegar, tras solo cincuenta kilómetros de andadura, hasta el río Guadarranque y García Sola. El volumen anual de agua, potencialmente trasvasable, seria de cuatrocientos hectómetros cúbicos. Aunque me resultara familiar la memoria transferida de aquella línea, y su espectacular arco en Guadalupe, me impactaron tanto las consideraciones de Juan Benet que, en mas de una ocasión, recorrí las huellas de aquel ferrocarril, iniciado con la Dictadura del general jerezano y abandonado a comienzos de los años sesenta: El colosal viaducto del Azután, la Estación de Calera y Chozas, la minera de Santa Quiteria, cerca del significado Puerto de San Vicente, los túneles de la Jara....

Una mañana quiso que le acompañara hasta el despacho de Juan Serna, consejero territorial de Obras Publicas, calle Félix Valverde Lillo de Mérida, para contarle su propuesta y hacerle fedatario, también, de su ensoñación de hombre imaginativo, creador, mas cercano al protagonista de una novela de Baroja. Y allí volvió a desplegar sus iniciativas de hombre de acción. Años después, en 1994, la Dirección General de Obras Hidráulicas, del Ministerio de Obras Publicas encargó un estudio técnico de la propuesta-solución que había planteado el Ingeniero Juan Benet que, como suya está reconocida, tanto que aun conserva su rabiosa actualidad y su consideración a futuro.

Nuestra fortuna fue conocer aquel proyecto, en primicia, encandilados por quien lo describía, como si de un argumento de novela se tratara. Con el sugerente añadido, además, de aquella línea ferroviaria de leyenda. Por eso lo cuento, obligado a valorar un empeño que, tal vez algún día, adquirirá otra dimensión, dado el trascendente perfil literario de quien lo alentó. También por señalar las claves anecdóticas que rodearon unos afanes de indudable densidad intencional. Y porque ocurrió en Mérida, Ciudad a la que Juan Benet fue paulatinamente calibrando, en grado creciente, con sentida emoción. Lo marcó bien patente, de su puño y letra, cuando inauguró la Feria del Libro de 1985. A titulo altruista y como escritor de altura que es como lo tratará la Historia. Y no dudo que en el arqueo de su vida una referencia tendrá Mérida, enclave de aguas conducidas, soporte intermitente de las huellas que el mismo forjó, desde la soledad de tantas noches.

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