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Templo romano o plaza de toros

Antonio Vélez, ex alcalde de Mérida

Nos deben de tomar por tontos, cuando los del Consorcio de la Ciudad Monumental y Arqueológica de Mérida, arañan medio metro en el suelo de la Plaza de Toros y certifican que no hay nada que impida seguir las obras para locales comerciales, de usos no taurinos, sorteando o vulnerando, tal vez, las disposiciones especiales del Plan General de Urbanismo o de la propia Ley del Patrimonio Artístico Español, referidas al Conjunto Histórico-Arqueológico de Mérida.

¿Acaso no consideran que desde el fantástico Mosaico Cosmogónico hasta la arena del ruedo de San Albín hay bastantes metros de desnivel? Aquí hay más expectativas de restos que en el dichoso pozo del peristilo del Teatro. Además están los testimonios de la época, cuando, iniciado el siglo veinte, durante las obras del coso, la gente se llevaba piezas romanas en carros y carretillas.

Tan apresuradamente como hoy se quiere avanzar en la instalación de negocios, cocinados los despachos de urbanismo de la corporación saliente, casualmente en la recién comprada Plaza de Toros. Como si en el centro de Mérida no hubiera cantidad de locales cerrados.

Llegados a este punto, deberíamos reconsiderar a que estamos jugando, con la Arqueología Emeritense, porque la sensación es que vamos a terminar matando la gallina de los huevos de oro. No hay otra Ciudad en España que presente un potencial de subsuelo, repleto de vestigios romanos, con la intensidad que tiene el de Mérida. La historia nos dio la espalda y el legado de Roma se salvó. Es verdad que en los años del desarrollismo la violencia constructiva fue desmedida, pero aun así los mármoles, los granitos, los mosaicos, siguen esperando, como Lázaro, que alguien los resucite.

Si Mérida recibiera la mitad de los visitantes que recibe Pompeya, se garantizaría un nivel de actividad y empleo que ni siquiera imaginamos. Miles de puestos de trabajo, en la limpia industria del turismo. Y no es tan difícil, instalados en un triangulo poblacional, con Madrid, Lisboa y Sevilla, de diez millones de habitantes, a menos de tres horas de la vieja Capital de Lusitania. Y el turismo de Europa, que demanda sorpresas fuertes. Ese factor de sorprender, de incitar la visita, está en las entrañas de este solar entre colinas, como Roma. Pero para ello hay que recuperar los foros y parte de la retícula urbana, como esta de San Albín, en el área de los Columbarios y la Casa del Mithraeo.

Destruir el futuro

Resignarse en el error de aceptar que lo único que puede hacerse con los restos romanos es construir sobre ellos, o adosarles negocios como en el Arco de Trajano, es destruir el futuro de una Ciudad irrepetible, precisamente por su Legado Arqueológico. Por ello urge rescatar espacios. No puede argüirse que no hay dinero. Hay que buscarlo. Es nuestra inversión vital, para asegurar la vida de los emeritenses, los de ahora y los que vengan generacionalmente. La Arqueología y el Turismo son el cincuenta por ciento del proyecto de I+D+I de esta Ciudad. Y de Extremadura, por implementación y diversidad. De lo contrario deberían devolverse las competencias de Arqueología al Gobierno Central para evitar que los celos de campanario, catetos y anacrónicos, impidan salvar el legado de Augusta Emérita, vista la cicatería con que se comporta el Gobierno Autonómico en la recuperación de una Herencia Universal.

Sorprende y extraña que la compra de la Plaza de Toros, por un particular y a precio asequible, no creara una polémica publica. O un movimiento desde el Ayuntamiento para hacerse del recinto, por razones obvias de utilidad polivalente. Ni tampoco desde la Consejería de Cultura, ni del Consorcio de la Ciudad Monumental. ¿A tan triste grado de inhibición e indolencia han llegado las fuerzas vivas, la intelectualidad, las instituciones, los funcionarios del ramo, la sociedad civil en suma, de esta Capital? Ni siquiera los Cronistas han alzado su voz, para decir algo. Tal vez han estado más atentos en capotear al motorista, como el ilustrado narrador de Amarcord, la genial película de Fellini.

Así es que ahora resulta inevitable el ejercicio de pensar. Si conviene un gran yacimiento abierto en San Albín, Templo incluido, para multiplicar turismo y empleo. O, por el contrario, seguir con el laberinto de las licencias de obras a medida, con un Consorcio navegando hacía ninguna parte, asociado al gremio de los locales de copas, para consumo de los nativos que es para lo que ha quedado la costosa obra del Templo de Diana. Mejor hubiera sido abrir las medianeras y convertirlas en fachadas, como propusimos algunos. La cuestión debiera ser el futuro y la felicidad de los ciudadanos, salvando el legado de Roma. Porque derruir o levantar una plaza de toros es, dicho con el mayor respeto, solo cuestión de coyunturas sociales o de gustos. Sentir debajo de nuestros pasos, entre los latidos emocionados de tanta memoria encadenada, un gigante arqueológico, pidiendo pacientemente una respuesta en clave renacentista, inteligente, obligada, eso si es una empresa de calibre. Colosal, es la palabra que nos demanda Mérida. A nosotros que pisamos su piel, sin el respeto que merece tanta Historia dormida.

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