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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Aislados, pero no solos (todavía)

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Pablo Sánchez

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Confinados en los débiles muros de nuestras casitas de cartón piedra vemos cómo se desmorona en un periquete el mundo, el único mundo que conocíamos hasta ayer mismo.

El estado del miedo ya gobierna en nuestra casa, en la casa del vecino cercano y en el hogar del vecino más alejado de cualquier lugar del mundo. No éramos diferentes, no somos diferentes, sufrimos el mismo miedo. El miedo iraní es igual que el dolor en la Lombardía, idéntico al de Madrid o Arroyo de la Luz. Y lo queda por venir, es otra epidemia de miedo a no poder pagar la hipoteca de la casa, la universidad de los chicos o la vejez de los mayores.

¿Alguien puede creerse que a éste estado del miedo nos ha llevado solamente un maldito bichito al que hemos dado en llamar Corona Virus?

El virus existe, por supuesto, y es el agente que está destruyendo nuestra zona de confort, con la inestimable ayuda de los gobiernos y las autoridades sanitarias que han reaccionado con excesiva pereza y sin la menor coordinación, separados por autonomías, corralitos, países, fronteras y otras menudencias que las grandes mafias globales colocan para los demás y evitan para sí mismas.

Pero al margen del maldito bicho, en estos días de soledades forzadas, habrá que reflexionar sobre la debilidad de unas sociedades que creíamos sólidas y cuando llega el peligro se quiebran de puro terror.

El capitalismo especulativo que nos gobierna nos viene enseñando cada día su propia barbarie: Las sociedades en paraísos fiscales de las que tanto sabe nuestra vitoreada monarquía, la mafia de las multinacionales tecnológicas, farmacéuticas o bancarias, la negación del valor del trabajo, el desprecio de las élites hacia la miseria de la mayoría, la destrucción del planeta en pro de la rapiña inmediata… Todo eso lo veíamos día a día, estaba ahí para recordarnos que el mundo está cambiando sin más ley que la ley del más fuerte.

Llegamos a creer que todas esas afrentas que padecemos pudieran ser a cambio de obtener una cierta seguridad del Estado en caso de grave apuro, como si el feudalismo medieval tornase bajo otros ropajes.

Pero esos gobiernos que deberían darnos la ansiada seguridad son tigres de papel, débiles y azorados, sin capacidad para dar golpes de timón que cambien el rumbo al fracaso.

Esos gobiernos que votamos y esas instituciones opacas que nadie vota pero mandan mucho no cesan de invertir billones en armas mientras perdonan impuestos o miran a otro lado esperando que prescriban los delitos económicos de sus amigos.

Evidentemente con ese dinero se podría investigar, frenar a muchos bichitos y mejorar la vida de medio mundo. Pero está claro que los que llevan la manija tienen otras prioridades. Por eso ha venido este bichito y los que seguirán viviendo mientras sigamos aislados en nuestras casitas.

Pero, a pesar de los pesares, la vida puede bella (Goytisolo) y nos ofrece mañanas con familias cantando en los balcones para alegrar las calles, hay grupos de voluntarios que hacen la compra a los mayores. Hay camioneros pegados al volante para que no falten lechugas o patatas en la tienda. Y cuando llega la noche los balcones se iluminan para defender la sanidad pública.

Seguimos aislados, pero todavía no estamos completamente solos. Todavía. Pero si queremos parar al próximo bichito, va siendo hora de hacer algo más que aplaudir desde los balcones.

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