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Brecha generacional y feminismo

Rosa Luxemburgo en un mítin en Berlín

Alicia Díaz

Podría parecer una cuestión metafísica, incluso existencial: ¿hacia dónde nos lleva la etapa esplendorosa que está viviendo el feminismo actual? Miles de ensayos y libros agrupan todo un marco teórico encargado de recoger la genealogía historiográfica de una de las corrientes filosóficas con trascendencia socio-política más importante del último siglo.

Por dicho motivo es imposible volcar en un solo artículo las decenas de impresiones desarrolladas por las intelectuales feministas más importante e influyentes. Teorías de una lucidez y brillantez tan pasmosa que cuesta creer que hayan pasado desapercibidas, ignoradas e incluso vilipendiadas injusta y desmerecidamente.

Pese a los logros de la reivindicaciones feministas, y pese a que son numerosos los países que siguen exigiendo derechos que las sociedades occidentales tienen incorporados desde hace décadas, lo cierto es que hay una enfoque común que empaña la lente revolucionaria del masivo torbellino feminista.  Resulta inapropiado barrer tres siglos de historia ya que echar la vista atrás parece ser clave para poder conceptualizar y reencontrarnos políticamente con aquella necesidad de nuestras antecesoras de colocar a las mujeres en el corazón del debate por y para la reforma.

Muchas han olvidado, porque les ha venido dado o porque no han tomado conciencia social renegando  así del feminismo, que pueden ejercer su derecho al voto gracias a que una mujer como Emily Wilding Davison, una de las sufragistas más reivindicativas y molestas de la historia, terminó perdiendo la vida tras lanzarse a la pista del Derby de Epsom para colocar una banda al caballo ganador, propiedad del Rey Jorge V, exigiendo el derecho al voto femenino. El caballo terminó arrollándola a su paso perdiendo la vida de la misma manera que la había vivido: protestando.

Sonadas fueron también las huelgas de hambre realizadas, junto a otras compañeras de prisión, protestando por el trato inhumano que se daba en las cárceles a las presas. A Rosa Luxemburgo la asesinaron un 15 de enero de 1919 en Berlín, por su firme creencia feminista, socialista y antimilitarista. La detuvieron en el Hotel Eden tras ser saludada con insultos y responder altivamente a las ofensas de aquellos soldados que terminaron arrastrándola a su vehículo. En el asiento de atrás le dispararon un tiro a quemarropa arrojando el cuerpo al canal,  y cuyo cadáver fue hallado días después con el rostro desfigurado e irreconocible.

Y así podríamos llenar millones de páginas con historias de mujeres que dieron – y perdieron – su vida para que hoy nosotras podamos, por ejemplo y como en este caso, contarlas a través de un medio sin necesidad de firmar con un pseudónimo masculino. Nos toca dar el callo, fijar objetivos inamovibles hasta conseguir nuestras pretensiones; nos toca tomar el poder, redefinirlo e implantar intelectual y activamente las bases ideológicas y políticas de las generaciones venideras para que puedan seguir consiguiendo derechos y heredar una sociedad más justa e igualitaria.

Las amantes del feminismo clásico, en su vertiente marxista y radical, acudimos generosamente a todas esas mujeres que lucharon por lo que tenemos ahora. No las perdemos de vista, nos siguen empujando y recordando que debemos terminar lo que empezaron, resolverlo y cruzar con valentía los límites que nos impiden arrasar con el bloqueo social que tapona nuestro proceso y  progreso. Pienso en todo esto y luego miro de soslayo a mi hija de 14 años y a sus amigas, a las jóvenes de veinte y treinta años, a las de cuarenta y así hasta mi abuela.

La diferencia entre la última mujer que he mencionado con relación a las primeras, es tan abismal que es de extrema necesidad hablar – también en feminismo –  sobre la brecha generacional que nos aboca, si no lo remediamos, a una profunda desinteligencia; a la incomprensión, al desgaste emocional por incompetencia comunicativa y a una marea que lucha de manera equidistante por revoluciones diferentes que, lejos de ser conexas, habilita a sus polos al enfrentamiento y a la pérdida irrevocable de la esencia feminista.

Tras varias generaciones de progreso social y material nos encontramos ante una situación donde una parte de la sociedad ha crecido con una democracia ya construida alejada de modelos referenciales, un hecho palpable ideológica, económica y culturalmente invirtiendo a su paso incluso los modelos solidarios intergeneracionales. Hubo un tiempo donde existía un horizonte colectivo de justicia social, minoritario – el feminismo siempre lo ha sido –  pero con un objetivo claro, concreto y con unos cimientos tan sólidos que la apuesta por  el caballo ganador conseguía arrollar todo a su paso.

¿Hacia dónde nos lleva la etapa esplendorosa que está viviendo el feminismo actual? Muy lejos si conseguimos entendernos bajo los mismos objetivos. Olvidar el pasado y aceptar un futuro igualitario sobrevolando la tendencia neoliberal diluye e invisibiliza siglos de historia, y por tanto, el avance.

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