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“Sientes miedo, es la primera vez que ocupo una casa. Entré en la Corrala de Mérida para darle un techo a mis hijos”

Foto de familia de los habitantes de la Corrala de Mérida

Jesús Conde

La estampa es meramente familiar: un vecino desbroza parte del descampado frente a las casas, más adelante un grupo de mujeres charla en grupo. En otra de las viviendas otro prepara la comida colectiva: hoy toca lentejas –vegetarianas--.

Son escenas que cada día se repiten en la Corrala 1º de Mayo de Mérida. Se cumplen dos semanas desde que las 12 familias presentes en la corrala anunciaran que habían ocupado una de las viviendas. Han pasado los días y han llegado nuevos inquilinos, a quienes también se les ha hecho hueco, tras aprobarse en asamblea, y con dos semanas de prueba.

Hasta el momento no han recibido ninguna clase de denuncia, y algunos de ellos ya han iniciado el proceso para empadronarse en unas viviendas propiedad del banco malo (La Sareb). Detrás de estas personas, el mal trago de una ejecución hipotecaria, problemas para llegar a final de mes. Otros tantos permanecen a la espera de recibir la renta básica, sin recursos y con menores a su cargo.

Las casas solo tienen agua, aunque los termos fueron robados hace tiempo. También se llevaron el mobiliario, las cristaleras o los cuadros eléctricos. Están en la barriada de La Calzada, a la entrada de la ciudad, y han sido sometidas al expolio desde que fueron terminadas. Los habitantes de la corrala no solicitan quedárselas, sino que les concedan un alquiler social.

Las pocas pertenencias que tienen, han sido traídas de sus casas antes de ser desahuciados. En otros casos traen hasta su nueva vivienda los objetos que le han dado familiares y amigos. La mayoría lleva años en paro, desahuciados, con problemas para llegar a final de mes, precarios. Otros tantos permanecen a la espera de recibir la renta básica, sin recursos y con menores a su cargo.

Poco a poco van acondicionando su nuevo techo. Empiezan a amueblar las paredes desnudas. El trasiego se convierte en algo habitual. La mayoría ya ha conseguido un colchón, y las despensas comienzan a almacenar alimentos. Todo lo que hay en la corrala se comparte, y las comidas se hacen de manera colectiva con los alimentos que vecinos y familiares les traen.

“La mayoría hemos sufrido desahucios y hemos quedado fuera en los procesos de adjudicación de vivienda. No defendemos sólo nuestro derecho, sino el de las más de 400 familias solicitantes de vivienda social y el de otras muchas que sufren el abuso de los bancos, que han convertido el desahucio en una rutina”, señalan en torno a una mesa de madera, en la casa número 74.

Esta casa se ha convertido en su 'centro de operaciones'. Los vecinos permanecen siempre reunidos en esta vivienda, donde preparan la comida, reciben a visitantes y organizan las labores comunes.

Detrás de las paredes del número 74 surgen conversaciones, momentos de confesiones, historias personales que contar para desahogarse, para sentir el calor humano de sus compañeros. Antes de entrar aquí, la mayoría jamás se imaginó que iba a terminar siendo un 'okupa'.

Eusebio acaba de recoger en los juzgados la carta de desahucio de la vivienda social propiedad de la Junta en la que habitaba con su mujer y con sus tres hijos, dos de ellos menores. Lleva cinco años en el paro, sin subsidio, sin renta básica. Hasta ahora ha sobrevivido gracias a la ayuda de sus padres. 

“Ves a tus hijos, ves que estás en la calle. No nos ha quedado otra solución que venir aquí, al menos hasta que nos den una alternativa, un techo”, comenta este hombre. Reconoce que viven con incertidumbre, con algo de miedo. No ha sido fácil para él ocupar una vivienda. Ha sido la primera vez que lo hace, al igual que el resto, pero insiste en que no tenían otra alternativa.

“Sientes miedo, es la primera vez que ocupo una casa. Entré en la Corrala de Mérida para darle un techo a mis hijos”. No obstante, los menores no se han trasladado a las casas, y no lo harán al menos hasta que tengan agua caliente, electricidad y mobiliario. Mientras tanto permanecen con familiares y amigos.

La historia de Meca también es entristecedora. Cobró la renta básica durante seis meses, le tocaba la renovación, y lleva unos tres esperando cobrarla de nuevo. Vive en Mérida con sus ocho hijos, cinco de ellos menores, su nuera y su nieto. Nadie trabaja, en casa no entra dinero.  Mientras que llega de nuevo la ansiada renta básica ha ocupado otra de las viviendas. 

Le acaban de diagnosticar un cáncer y acaba de ser operada hace tan solo una semana. “No cobro de un duro, solo el dinero que le dona la gente. Mi situación es límite, porque ahora tengo que descansar, estoy muy hinchada y he sangrado mucho a causa de mi cáncer en la matriz”, explica.

Otro de los casos es el de una joven, con un menor a su cargo, que prefiere no desvelar, ni su identidad ni su edad. El motivo, las asistentas sociales están llamando a algunas de las madres presentes en la corrala, según comenta. “Nos están amedrantando, y nos tocan donde más nos duele”, lamenta esta madre. Los niños no viven en la corrala –al menos hasta que no tengan luz, agua caliente y las viviendas con más mobiliario--.

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