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Tres mujeres, un viejo Seat Ibiza, y la lucha por la vivienda en Badajoz

Isabel Pintado e Isabel Rodríguez, con su Seat Ibiza y sus pancartas.

José L. Aroca

Isabel Rodríguez e Isabel Pintado, 32 y 48 años de edad respectivamente, aún continúan 53 días después en la protesta callejera que en las inmediaciones del domicilio del presidente Monago en Badajoz, promovieron los Campamentos Dignidad. Llegó a haber otras cinco familias más, pero el agotamiento y cierta falta de resultados han dejado la presión directa en manos de esas dos mujeres, y provocado alguna grieta en este movimiento.

El punto clave fue el pasado 10 de febrero, cuando la asamblea del Campamento decidió que había que ir más allá y elevar el tono de la queja ocupando alguna vivienda social, y se eligió una situada en la barriada de Suerte Saavedra. Las dos Isabel, que en principio acataron la decisión asamblearia, finalmente se negaron, y fue la más veterana de todas, Juliana Garlitos, la que se decidió.

Tenían detectada una vivienda abierta, pero inhabitable, y allí entró Juliana; la Policía, que sigue todos los pasos de este movimiento en Badajoz, la detuvo por usurpación, y en el juicio celebrado pero pendiente de sentencia, el fiscal (la Junta de Extremadura, pese a ser propietaria de la vivienda social, no presentó acusación) le pide 270 euros de multa y 900 euros de responsabilidad civil.

Juliana, de 56 años, con minusvalía, reúma y bronquitis, dice estar tranquila. “Yo no rompí ninguna puerta, la casa estaba abierta y entré para verla e ir luego a la Junta a ver si me la podían dar una vez arreglada; no tiene ni grifería. No estoy preocupada por el juicio pero desde luego no es agradable”. Son los vecinos de Suerte de Saavedra los que la han acogido a ella, a su hija y a su nieta, mientras su marido y su hijo pasan el día con ellas pero por la noche marchan a las afueras de Badajoz a dormir en la casa de una parcela donde se alumbran con velas.

Isabel Rodríguez, de 32 años, no era partidaria de ocupación alguna. “Yo no estuve en la asamblea donde se tomó la decisión, y en principio la acepté pero luego reflexioné: para qué llevo 27 días haciendo la tonta en la calle, ¿para eso? Me dije, si ocupo una casa pierdo todos mis derechos y de qué me ha valido dormir en la calle”. Su compañera Isabel Pintado la secundó, y desde entonces ya no están vinculadas a la acción del Campamento Dignidad, de hecho se quedaron sin la furgoneta en que dormían.

Ha sido la generosidad de un británico escocés residente en Badajoz, que supo en su día lo que era dormir en la calle, la que les ha proporcionado al menos un techo de metal para pasar la noche. Les prestó 500 euros y con ello han comprado un viejo Seat Ibiza con el que se mueven y pernoctan.

Manuel Cañada, dirigente de los Campamentos Dignidad, ve lógico que personas como Juliana, con su edad y achaques, no aguanten en la calle protestando. Dentro de que cada familia tenía sus circunstancias, “hemos tratado de buscar solución para todos, de hecho, qué paradoja, la misma barriada Suerte de Saavedra donde la Policía detuvo a Juliana, es la que la ha acogido”.

“Aquí están pasando cosas muy graves”, se indigna, por ejemplo que pese a su situación física, a Juliana tras la detención la desnudaran y bajaran al calabozo.

O que por segunda vez en pocas semanas un juicio por acciones del Campamento Dignidad, el realizado a Juliana, se haya celebrado a puerta cerrada. “Ese poder, que es incapaz de proporcionar a los ciudadanos sus derechos básicos, es el que cierra las puertas para que no se sepa lo que allí se cuenta, y que no es ni más ni menos lo que está pasando en la calle”.

A él le acaba de llegar un embargo de 1.800 euros por multas gubernativas.

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