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La nueva huelga comienza en el barrio

El comité de huelga de Benimaclet, avanzando hacia el centro de València.

Laura L. David / Juan Enrique Tur

Apenas superadas las 10 de la mañana, un centenar largo de ciudadanos, la mayoría de ellos jóvenes, se concentraban alrededor de una pancarta en la plaza del vecindario valenciano de Benimaclet. El enclave que sirvió de escenario al vídeo clip de Corazón de tiza de Radio Futura, se convertía ahora, por segunda huelga general consecutiva, en el punto de encuentro y de partida de una iniciativa que este 14N, se extendió a otros barrios de València: la del piquete social vecinal.

Organizados en un Comité de huelga, algunas asociaciones sociales del barrio —entre las que se incluyen desde la de vecinos hasta los AMPAS de algunos colegios— reincidían en una iniciativa que, experimentada en la anterior cita del 29M, pretende devolver la sensación de sensibilización con la jornada y paro comercial que muchas veces se percibe exclusivamente en el centro de las ciudades.

La actividad comenzó, no obstante, la madrugada del miércoles, cuando los manifestantes iniciaron la ronda informativa en los mismos bares de copas en los que son clientes habituales. “Tienes que cerrar, son las doce pasadas. ¿No dices que vas a hacer huelga?”, apuntaba Rosa —dos hijos, 47 años, cuatro de ellos en el paro— al propietario de un local, mientras sostenía en la mano el cartel que éste había colocado en la puerta asegurando que cerraría.

La misión nocturna no resultaba tan difícil. Sin embargo, sí costaba más madrugar para la primera del día. A las 7:30 mañana, medio centenar de personas trataban de facilitar a los empleados de Mercadona su derecho a huelga (las centrales sindicales señalarían más tarde a esta gran superficie como una de las que han presionado a sus trabajadores de una manera “más sutil” para que no ejercieran este derecho constitucional), pero varias dotaciones policiales disolvían a los participantes en la acción, reteniendo a dos de ellos.

Entre la curiosidad y la simpatía

Sin embargo, el acto principal del comité, integrado por vecinos que actuaban a título individual, sin reivindicar siglas de organizaciones políticas o sindicales, era el programado a las 10 horas. Fue entonces cuando el grupo reunido en la plaza del barrio, emprendió la marcha por sus calles, sumando paulatinamente a más vecinos, con el fin de comenzar el piquete informativo por comercios y cafeterías. Algunos, muchos más que en la anterior huelga general, secundaron la jornada en este barrio con identidad propia –y fisonomía y fiestas patronales- en el que conviven estudiantes, inmigrantes y vecinos de los de “toda la vida”; algunos exhibiendo incluso su adhesión en carteles.

Pero no fueron todos. Entonces el piquete entraba en acción. “Si no cierran hoy, cerrarán mañana. Veremos cómo van a aguantar, si no les compra nadie, si nadie tiene un duro”, señalaba Eva, desempleada, que acudió con su pareja, afectado por un ERE en su empresa que, de momento, le va a tener parado tres meses. La comitiva se detenía en kioscos, peluquerías o bares, y aunque sin forzar la tensión, mostraba un mensaje explícito: “si hoy no cerráis, mañana no venimos”.

En una cafetería llena de hombres de edad avanzada, Rosa, de nuevo activa, entra a informar al dueño. Hay un forcejeo, la insultan, le invitan a salir. “Ni un café os vais a poder tomar cuando os suban las pensiones, insolidarios, entonces sí saldréis a la calle”, se oye afuera. Sus compañeros aplauden. En la acera de enfrente, han conseguido que Alberto, que regenta otra cafetería sí cierre. “Yo les entiendo, están en su derecho. Voy a aprovechar para limpiar. Total, pensaba cerrar esta tarde”, aseguraba resignado.

En todo caso, el resultado del piquete vecinal es evidente al poco de comenzar a ejercerse por segunda vez la iniciativa: la acción va calando. Respecto a la anterior ya participa el doble de gente, y más de un 50% de los pequeños comercios está cerrado. ¿Mérito de la iniciativa o demérito del gobierno? Lo cierto es que el vecindario mira la marcha con una mezcla de curiosidad y simpatía, siendo muy aisladas las reacciones adversas.

Una acción de barrio

Sin embargo, la acción tampoco se realiza al gusto de todos los participantes. Manolo Lledó, trabajador del colegio municipal de Benimaclet, lamenta que, tras una hora de marcha por el barrio, la comitiva lo abandone para sumarse a otras protestas. “Aquí poco podemos hacer y nuestra influencia es más limitada”, explica Manolo mientras camina por una avenida residencial que conduce al centro de la ciudad, pegada al jardín de los Viveros, con apenas un puñado de sucursales bancarias, la sede de una universidad privada y un Opencor. “En el barrio, los comerciantes nos conocen de toda la vida, por eso muchos han cerrado hoy, porque saben que estamos del mismo bando”, asegura este vecino a media mañana, que prefería que “los mayores” se hubieran quedado en el barrio y “la juventud” se hubiera unido a las protestas universitarias entonces.

También piensa así Olga Villaplana, una pensionista afectada por una enfermedad inmunológica que también se suma a la marcha. “Para la próxima huelga habrá que hacerlo mejor”, sentencia con la determinación de quien sabe que quedan muchos días de salir a la calle. “Tendríamos que quedarnos en el barrio haciendo pedagogía. Ir donde compramos el pan y tomamos el café cada día, para que entiendan por qué hacemos esto. Ahora que nos hemos ido, algunos volverán a abrir la persiana”.

No obstante, con la iniciativa y sus acciones aún por perfilar, el caso de Benimaclet no fue el único en València, pues otros barrios como Orriols, Velluters, Sant Marcel·lí, Malva-rosa o Patraix (en cuya plaza, la Federación de Asociaciones de Vecinos y Vecinas de la ciudad realizó una cacerolada) también se organizaron para la huelga. Y así lo resaltaron ayer los sindicatos en la rueda de prensa en la que hicieron balance sobre el seguimiento de la jornada en el País Valencià. Una señal de que este paro comenzó a trascender la protesta exclusivamente sindical para metamorfosear en una reacción ciudadana.

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