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Espacio para la reflexión y el análisis a cargo de parlamentarios europeos españoles.

Ganemos también al cambio climático

Florent Marcellesi / Alba Del Campo

Portavoz de Equo en el Parlamento Europeo / periodista y asistente de la oficina europea de Equo —

¿Te imaginas Andalucía sin olivos? ¿Valencia sin naranjas? ¿o La Rioja sin viñedos? ¿Te imaginas el sur de Europa con un clima parecido al norte de África y el norte de Europa con un clima similar al que ahora tiene el sur de Europa? No es ciencia ficción: es el próximo capítulo de la historia del cambio climático, el fenómeno que, como señala Naomi Klein en su último libro, lo cambia todo.

Como presentábamos hace poco en el informe Cambio climático en Europa: Percepción e impactos 1950-2050, el cambio climático ya nos ha afectado, nos afecta aquí y ahora y nos afectará aún más mañana: a nuestra tierra, a los paisajes y ciudades que habitamos, a nuestras playas y montes, a nuestras economías, a nuestros seres queridos, en definitiva, a nuestro bienestar y al de nuestros hijos e hijas.

El cambio climático no solo es el oso polar y el iceberg que desaparece en el polo norte, son también nuestros empleos amenazados en sectores claves de la economía (como la agricultura o el turismo), es la salud de nuestras personas mayores (como los miles de muertos en Francia y Sur de Europa durante la ola de calor en 2003) o la desaparición de ecosistemas claves para nuestro imaginario colectivo y patrimonio cultural. Y, mientras el Mediterráneo se convierte en un inmenso y trágico cementerio azul, recordemos de nuevo que el cambio climático, según Naciones Unidas, es también la mayor causa de migraciones hacia los países del norte: solo en 2011 más de 40 millones de personas migraron por razones climáticas.

Así, el cambio climático no es una cosa etérea o una maldición de los tiempos modernos. Es consecuencia directa de un modelo de producción y consumo incompatible con la vida en la Tierra tal y como la conocemos. No es sostenible la producción y consumo de cantidades ingentes de bienes innecesarios y energívoros, que son trasportados día y noche de un rincón a otro del globo generando unas emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) por encima de la capacidad de absorción del planeta. Y es consecuencia directa de la ceguera y avaricia de un sistema económico, promocionado por sus élites, totalmente desconectado de la realidad física de la Tierra.

¿Están a la altura las respuestas al cambio climático?

Desde luego, no. La Unión Europea, en otro tiempo líder en la lucha contra el cambio climático, acumula las malas señales. Su propuesta de reducción de emisiones de 40% de GEI en 2030 respecto a 1990 está muy lejos de los 60% que serían necesarios para cumplir con los objetivos científicos de que la temperatura de la tierra no pase de los 2ºC, línea roja entre el mundo que conocemos y la imprevisibilidad climática. Al mismo tiempo, tampoco nos puede satisfacer una propuesta de Unión Energética incapaz de plantear una salida ordenada de la adicción a los combustibles fósiles.

Pero sobre todo, ¿qué decir de la apuesta decidida por parte de la Comisión Europea y de la Gran Coalición (en la que se encuentran el PSOE, el PP, Ciudadanos, UPyD, PNV y CiU), del TTIP, el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea? El TTIP es una huida hacia adelante que ahonda en un modelo económico suicida para las generaciones presentes y futuras con más crecimiento ilimitado y más globalización fósil. En concreto, el TTIP:

Al igual que lo reconoce la propia Comisión Europea, supondrá –al fomentar el transporte transatlántico– un aumento de las emisiones de CO2.

Aumentará el poder de las multinacionales energéticas para intentar imponer la continuidad de las energías más sucias y contaminantes, implantar en contra de la voluntad ciudadana técnicas climáticamente peligrosas como el fracking o vetar la implantación local de las energías renovables.

No hay mayor aberración que promover por un lado una reducción de emisiones de C02 y poner en marcha por otros tratados económicos en contra de sus propios objetivos climáticos. Esta incoherencia de políticas no es seria, y aún menos responsable y oscila entre incongruencia y cinismo más absoluto.

Por si fuera poco, la falta de ambición no es propia de la Unión Europea. El escaso compromiso climático mostrado por la mayoría de los países, empezando por Estados Unidos y China, de cara a la cumbre climática de París en Diciembre del 2015 (COP21) nos lleva a los peores escenarios planteados por los científicos internacionales. Allí los primeros afectados por este darwinismo climático serán los países, colectivos y personas marginados o con menos recursos para protegerse o adaptarse.

¿Qué podemos hacer?

En este Día de la Tierra, vamos a dejar de lamentarnos. Si bien es verdad que somos en parte responsables de esta situación, lo más importante es que somos también parte de la solución. Además de tomar conciencia de la magnitud del problema sin esconder la cruda realidad, debemos ser conscientes del poder que tenemos en nuestras manos para cambiar de rumbo.

Para ello, además de seguir presionando y trabajando para un acuerdo post-Kioto a la altura del reto climático en COP21, no esperemos milagros de las grandes cumbres, ni que los mal-líderes vean de repente la luz. Desde hoy, desde nuestros barrios y nuestros pueblos, apoyemos y pongamos en valor las alternativas ciudadanas e institucionales ya en marcha hacia una transición energética justa, sostenible y democrática.

Ganemos la batalla cultural de que “el cambio climático lo cambia todo”. Ganemos la batalla de las alternativas donde sea la ciudadanía quienes pongamos en marcha la economía solidaria y ecológica así como el consumo responsable que queremos ver en este mundo. Ganemos la batalla institucional para que a nivel local, autonómico, estatal y europeo gobiernen los que pensamos que las personas y el planeta no somos una mercancía. Ganemos, también, la partida al cambio climático.

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