Periodista. Entre rebote y rebote 'cambió' el baloncesto por la actualidad.
Recuerdo del plomo
Hace dos años que las armas de ETA, todavía sin entregar, callaron. Hace 24 meses que Euskadi se libró del abrigo de plomo que lastraba su caminar. Dos años sin violencia terrorista. Esta efemérides es la del triunfo de la libertad y la democracia frente a la barbarie, la violencia y la sinrazón. Hace dos años que desaparecieron las dos 'Euskadis', la de los violentos y la de los amenazados, para dar paso a la Euskadi de verdad. Hay un millón de matices más, pero eso es en esencia lo que sucedió.
Recuerdo aquel día. Aquel comunicado de los derrotados. Aquellas lágrimas mezcladas de rabia y de alegría. De rabia por la inutilidad el sufrimiento, por lo absurdo del dolor causado. Rabia porque las casi mil muertes, los secuestros, la extorsión, las amenazas, la 'kale borroka', las empresas cerradas, las inversiones perdidas, la sociedad partida y enfrentada habían sido, como era lógico, para nada. Rabia y dolor por no entender que los terroristas hubieran necesitado llenar Euskadi de sangre para darse cuenta, y me temo que no por convicción ética, de que la violencia solo es el camino a más violencia. Y alegría por la paz. Sólo quien ha vivido sin ella sabe lo importante que es disfrutarla. Y en Euskadi desde el golpe de Estado del julio del 36 hasta el cese de la violencia de ETA no sabíamos lo que era vivir en paz. Queda mucho trecho, pero el paso más importante ya está dado y es, estoy convencido, irreversible.
Pero este aniversario no es ninguna fiesta. A pesar de la derrota de la violencia, es el recuerdo del dolor causado, de las miles de víctimas que sufrieron y sufren. Es la memoria de un relato que algunos pretenden ahora escribir desde la equidistancia, desde el retrato de un país dividido en dos bandos enfrentados cuando, en realidad, lo que hubo era un país amedrentado por una banda criminal.
ETA ha sido lo peor que jamás le ha sucedido a Euskadi. Nunca ha habido nada que supere el daño de ETA, nada que haya hecho más daño a esta tierra ni dentro ni fuera de sus fronteras. ETA ha sido el intento de dictadura tras la dictadura. Pero ETA ya está derrotada y hay que construir el presente y el futuro. Primero, con el relato veraz de lo sucedido. De todo lo sucedido. Principalmente del dolor causado por los terroristas, que ha sido la causa principal, pero también de los excesos inaceptables del Estado, de la política penitenciaria dirigida por la política y no por la Justicia, de leyes de partidos que han condenado ideas por encima de hechos. Hay que dejar constancia de todo ello y pasar página. Pasarla después de haberla leído, después de haber renunciado y reconocido los errores del pasado. Una vez conseguido, entonces, la Euskadi de verdad, la que ha estado amenazada por la violencia, se encontrará y será lo que deba de ser. Sólo entonces nuestros problemas serán los de una sociedad avanzada y civilizada y no los de una tribu dividida y primitiva.
Esta labor corresponde en primer lugar a ETA, que debe entregar las armas, y después a las fuerzas políticas. A todas. Empezando por las que gestionan tanto los gobiernos de España y Euskadi, que tienen que ser capaces de tener valentía y altura de miras, como por la remozada izquierda abertzale, que debe demostrar tantas veces como sea necesario que ha abandonado manías y guiños inaceptables. Y, aunque los herederos de Batasuna han mejorado, su postura sigue sonando más a estrategia que a convicción democrática.
El siguiente paso es separar los anhelos políticos del relato de los hechos. La suma de aspiraciones políticas y violencia ya ha dejado suficiente sangre. Se trata de asumir el daño causado y aceptar la culpa. Ni las reivindicaciones ni la revancha tienen cabida en la memoria.
Y el tercer paso, paralelo a los anteriores, es anular medidas injustas. Modificar la Ley de partidos, aplicar una política penitenciaria justa y anular procesos inverosímiles en un país plenamente democrático.
Este aniversario debe ser el del siguiente paso, el de la página que comienza a escribirse para ser leída, aceptada y recordada. Pero, sobre todo, para ser pasada y empezar una nueva.