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Autores para leer en la cuarentena: Antonio Machado

El Ayuntamiento de Baeza aprueba el nombramiento de Antonio Machado como Hijo Adoptivo a título póstumo

Gonzalo Bolland

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En el siglo IX, Jia Dao, un poeta chino, lacónico, raro y lejanísimo, escribió en sus diarios: “¡Tres años para escribir dos versos!. Los canto para mí mismo y lloro...”. No es corriente leer un buen verso del mismo modo que no es corriente encontrar un buen poeta. Hay muchísima gente haciendo versos, pero con fortuna un país suele tener uno o dos poetas por siglo. En la trágica historia de España durante la primera mitad del siglo XX se produjo el inusual fenómeno de que coincidieran en la misma época poetas que en cualquier otro país hubieran sido honrados como realmente se lo merecían: Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Miguel Hernández o Antonio Machado. Tal vez de todos ellos tan solo sea este último quien haya conseguido lo que nadie más ha conseguido en este país: aunar a los españoles en la consideración, el respeto y la admiración hacia uno de nuestros compatriotas... Esto tal vez sea debido, entre otras virtudes, a la impecable advertencia que Dionisio Ridruejo, dirigiera en París, en el año 1961 a un puñado de jóvenes españoles: “Estáis agrandando peligrosamente la figura de Machado, y eso no es bueno. El caso de Lorca es distinto, porque lo que se manipula de él no es su vida ni su obra, que no son fácilmente manipulables, sino su muerte. Pero la vida y la obra de Machado se prestan a ser instrumentalizadas, y esto las deteriorará. El mito de Lorca se desvanecerá, porque, como individuo y como poeta, Lorca no es imitable, y por tanto no es ejemplar. En cambio, el mito de Machado crecerá, porque su figura es la de un hombre común, disponible para ser usada políticamente como reclamo moral; y en política los reclamos morales los usan quienes los necesitan, y los necesitan quienes tienen una moralidad política cuando menos dudosa”.

Antonio Machado, tras haber coqueteado en su juventud con el modernismo de Rubén Darío y con la elegante ironía de Oscar Wilde; hombre que le procuró el dinero necesario para un billete de vuelta a España cuando en su juventud, en compañía del actor Ricardo Calvo, probó la bohemia en las calles de París, se casa en Soria con Leonor Izquierdo y comienza a escribir el libro Campos de Castilla donde describe tanto los paisajes de Castilla como los males de España; desde la melancólica pérdida del Imperio Colonial hasta la brutalidad ciega que campa a sus anchas en un país rural, analfabeto, pobre, supersticioso y trágicamente católico.

Conocido es que Machado, además de un magnífico poeta, geográfico, sobre todo, fue un ciudadano ejemplar, pero en su biografía lo más llamativo es la constancia de la adversidad sentimental, lo que explica la contundente sentencia de Josep Pla afirmando que “Machado era un hombre abrumado por el dolor”. Su estancia en Baeza, por ejemplo, tras el fallecimiento de su joven esposa soriana, es de una tristeza conmovedora; paseante solitario por los caminos del campo andaluz que solo regresa de noche a la ciudad para que nadie le vea llorar. Los poemas, las cartas a Juan Ramón Jiménez, a Unamuno y a Ortega y Gasset y la esporádica compañía de su madre son el único consuelo que encuentra en aquel poblachón moruno repleto de hombres y mujeres sujetos a legendarias supersticiones religiosas; mendigos, furcias, borrachos de mala sombra, señoritos calavera arruinados en la ruleta y puteros destruidos por la sífilis y la modorra nacional; desidia, en definitiva, que al poeta le deprime de una manera abrumadora...

La España de entonces, bruta y analfabeta, de una pobreza telúrica, mal gobernada por unas élites corruptas y tremendamente dominada por la Iglesia, tuvo su momento de despertar con la proclamación de la Segunda República. Es entonces cuando Machado adquiere una indudable relevancia social apoyando en todo momento y trabajando casi hasta el desmayo para tratar de culminar los esfuerzos, - vanos a fin de cuentas -, de los republicanos por modernizar un país al que los continuos retrocesos históricos le habían supuesto tantas desgracias, tantos muertos, tantas amarguras... Pero tal vez sea su último enamoramiento, su fascinación por la poetisa Pilar de Valderrama, lo que resulte más conmovedor de la historia de este “hombre bueno, en el buen sentido de la palabra”. Conmueve imaginar a este viudo, catedrático de francés y reconocido poeta, ya mayor, pero entregado y febril, concertando citas amorosas en un Madrid con las entrañas andaluzas de buñuelo y verbena, republicano y prebélico, por el que el poeta pasea con su amada mendigándole un amor que la casta poetisa, tan católica como hermosa, fue incapaz de colmar.... En las pocas cartas que se conservan de aquella relación amorosa, carente de contacto físico dadas las creencias religiosas de la poetisa, mujer casada con el ingeniero Rafael Romarate y madre de familia con tres hijos, Machado se muestra como un adolescente arrebatado, anhelante, necesitado de la constante presencia de la amada ya que, por entonces, al poeta, la vida, sin la compañía de la 'diosa Guiomar',' como él la denominaba, le parece vana, insulsa, vacía, carente del más mínimo sentido... Lo demás, todo lo demás, es de sobra conocido. La guerra, el exilio, la muerte, el larguísimo olvido impuesto por la dictadura de unos generales asesinos y su posterior resurrección en la temblorosa voz de Joan Manual Serrat en su disco del año 1969 “Dedicado a Antonio Machado. Poeta”...

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