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¿Por qué les cuesta a los padres ver que su hija adolescente es maltratada por su novio?

Las redes sociales pueden ser empleadas como un medio de control.

Eduardo Azumendi

“Si los padres intuyen que su hija puede estar siendo maltratada, es muy probable que lo esté siendo, incluso desde hace más tiempo del que creen”. La psicóloga Sonia Vaccaro es la autora de esta frase, una profesional que ha dedicado mucho tiempo a investigar sobre los malos tratos a mujeres y, sobre todo, a responder a la pregunta de qué pueden hacer los padres cuando su hija es maltratada.

Las diferentes guías de actuación que están proliferando para alertar sobre la violencia de género en los noviazgos de adolescentes coinciden en que muchas madres y padres presentan sentimientos de vergüenza o de culpa por no “haber visto antes” la violencia que estaba sufriendo su hija. Estos sentimientos se basan, la mayor parte de las veces, en ideas erróneas, como que la violencia es fácilmente detectable, que siempre es física o que al maltratador “se le ve venir”.

Sin embargo, la violencia de género en la pareja (y especialmente en parejas jóvenes) es difícil de detectar por diversas razones. Por una parte, los comportamientos con los que la pareja va dominando a la joven no suelen ser conductas agresivas (más evidentes y detectables) sino comportamientos que favorecen la desigualdad, el dominio y el abuso. “Estos comportamientos son más difíciles de detectar: estrategias de aislamiento, de imponer sus ideas, de controlarla, coacciones, chantajes emocionales...”, se apunta en la Guía para madres y padres de hijas adolescentes víctimas de violencia, publicado por el Instituto Andaluz de la Mujer.

En otros documentos similares se incide en que las estrategias de dominio, cuando se utilizan en el noviazgo suelen tener un carácter más sutil, “indirecto, encubierto y disfrazado o mezclado con muestras de afecto y sentimientos amorosos”. “Identificamos la violencia con la violencia física, sin entender que las conductas de desigualdad, de dominio, que buscan la cesión o la sumisión son las puertas de entrada a una relación marcada por la violencia de género y son también formas dañinas de violencia”.

Según los especialistas, muchos de los comportamientos que se emplean para imponer el dominio están “normalizados” por las ideas de pareja y del amor presentes en la sociedad. Por ejemplo, los celos se ven como normales (o incluso deseables) aunque sean la coartada perfecta para el aislamiento. También se ve “normal” que el chico imponga sus criterios en la pareja, la posesividad se entiende como muestra de amor, se excusan comportamientos porque “tiene mucho genio”...

Imagen pública y privada

“La estrategia de aislamiento a la que va sometiendo a la adolescente hace que la comunicación de los padres con ella sea más difícil y limitada, obstaculizando que puedan percibir cambios que podrían ponerles en alerta. La imagen que la pareja de transmite o cómo ven los padres que la trata cuando están presentes va a ser en la mayoría de los casos normal o incluso muy positiva. Esto se debe a que los hombres que ejercen violencia de género presentan una imagen y unos comportamientos muy diferentes cuando están en público y cuando están a solas con ella”.

En público, suele ser una persona “normal”, sin conductas violentas en sus relaciones sociales, no se observa nada que haga pensar en actitudes violentas en su relación de pareja. Sin embargo, en lo privado es cuando emplea comportamientos amenazantes y utiliza violencia psicológica y física, como si se transformase en otra persona.

También la hija, por la propia dinámica que se da en las relaciones de pareja con violencia de género, “va a mantener comportamientos muy distintos en público y cuando está con él. En público va a ocultar a su entorno social la violencia que sufre por parte de su pareja, mientras que cuando está con él adopta conductas sumisas para no dar motivos para el maltrato y conductas evitativas, temerosas, que incrementan su aislamiento”, recalcan los especialistas.

Así, muchas de las “señales” que podrían alertar de la existencia de violencia suelen ser confundidas con características de las jóvenes en el periodo de adolescencia o atribuirse a conflictos “normales en esta etapa adolescente”. Por ello, “es importante que a los padres no les paralice la culpa o la vergüenza por no haberlo detectado antes. No se pueden quedar anclados en ‘si yo lo hubiera visto antes’, ‘cómo hemos estado tan ciegos’. Es preciso actuar”.

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