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La ecuación final de ETA: más de 300 crímenes sin resolver, 285 presos tras las rejas

"Tenemos Euskal Herria para ganar": pintada en las calles de Portugalete (Bizkaia) el primer día sin ETA, tras su disolución.

Aitor Guenaga

“Tenía yo diez años. Suena el teléfono en casa de mis abuelos y contesto. Era ETA, llamaban para decir que iban a matar a mi abuelo. No entendí nada, se dieron cuenta y me dijeron: ”niño, dile a un mayor que se ponga“. Me quitaron la niñez de golpe.

Jaime de Berenguer, de la familia de alta alcurnia de los Berenguer, se expresaba así a través de un 'tuit' el primer día en su vida sin la existencia de ETA, la organización creada en unas navidades de 1958 que ha dejado -tras casi 60 años de historia- 853 víctimas y miles de heridos y exiliados a su pesar. ETA se llevó a golpe de atentados, asesinatos, bombas y secuestros la inocencia de una sociedad que salía del túnel del franquismo y cuyas heridas, seis décadas después, siguen supurando pese a que la organización terrorista es ya historia.

Los programas de radio y televisión del día después, la jornada en la que los mediadores internacionales auspiciaban la Conferencia Internacional de Cambo en esa localidad vascofrancesa -que ha alumbrado la Declaración de Arnaga-, daban la palabra a la sociedad vasca, ese “pueblo del que surge” ETA y “ahora se disuelve en él”, como la ya extinta organización apuntaba en un comunicado final plagado de vacía retórica y en el que las víctimas y el reconocimiento del daño injusto causado simplemente no existen para ETA. Y en esa sucesión de entrecomillados, de declaraciones en las radios, de cruce de impresiones y sentimientos ante las cámaras de televisión, el poso que queda es el de una ciudadanía que hace mucho tiempo ha pasado la página del terror de ETA. Como mínimo, desde la Conferencia de Aiete de octubre de 2011, esa que los mediadores internacionales han pretendido emular con un éxito desigual este viernes en Cambo, y que precedió a la decisión histórica de los terroristas de cesar definitivamente su actividad armada. Ese fue el día del final real de ETA para los vascos, cuando las pistolas dejaron de humear, los escoltas dejaron de ser las 'sombras' necesarias para no caer abatido por las balas cargadas de munición 9 mm y la paz llegó a Euskadi con todas sus imperfecciones.

“La vida me cambió a partir del 20 de octubre de 2011, cuando pude bajar tranquilamente a tomar una caña por mi pueblo sin tener miedo a mirar atrás y sin las 'sombras' que me habían protegido durante tantos y tantos años”. Esto que plantea Alexia Castelo, cargo socialista de Bizkaia, es un buen resumen en el que, sin duda, se sienten identificados los miles de políticos, periodistas, empresarios, jueces y fiscales a los que un día los del hacha y la serpiente decidieron poner una diana en la cabeza simplemente por que pensaban diferente.

Las paredes de las calles de Euskadi amanecieron en el día después del final con pintadas de agradecimiento a ETA y con lemas provocativos del tipo “Tenemos Euskal Herria para ganar”, como rezaba una pintada en el municipio de Portugalete, pueblo de la Margen Izquierda, la cuenca obrera. Al día siguiente, esos mensajes se multiplicaban por decenas de municipios vascos.

Si uno lee con atención el comunicado final de ETA, la Declaración de Arnaga y escucha las comparecencias de las víctimas del terrorismo a las que han puesto voz el filósofo Fernando Savater y la portavoz de Covite, Consuelo Ordóñez, puede entrever cuáles son los raíles por donde,a partir de ahora, va a discurrir la agenda política en este país. Otra cosa diferente serán los ritmos, pero los ingredientes son claros: presos, víctimas y, en el camino de la (re)conciliación, cómo se llegará hasta la convivencia pacífica que sea posible lograr.

Ha pasado muy desapercibido del comunicado final de la organización terrorista -dirigido exclusivamente al pueblo vasco- el objetivo político prioritario que los terroristas han dejado en manos de la izquierda abertzale y de su capacidad para acumular fuerzas, activarlas y lograr acuerdos entre diferentes en Euskadi. Y ese camino que a juicio de ETA debe transitar la sociedad vasca no es otro que “materializar el derecho a decidir para lograr el reconocimiento nacional será clave”. Son los deberes que ha puesto la organización a su brazo político en su epitafio.

Sumarios enterrados

El realizador vasco Iñaki Arteta es la persona que más tiempo y metraje a dedicado en los últimos años a la tarea de evitar el blanqueamiento de la actividad terrorista de ETA y, sobre todo, a recordar a las víctimas que aún claman justicia en los sumarios enterrados en la Audiencia Nacional: más de 300 crímenes pendientes de resolver. En esa tarea titánica le acompañó en su día desde Covite el periodista Juanfer F. Calderín, que desveló en su libro 'Agujeros del sistema: más de 300 asesinatos de ETA sin resolver' (Editorial Ikusager ediciones) el catálogo de “despropósitos judiciales” en muchas de las investigaciones de asesinatos a manos de los terroristas etarras. En conversación con este periódico, Calderín revela que en su estudio en marcha sobre los sumarios pendientes en la Audiencia Nacional ha confirmado “poco más de 200 asesinatos sin sentencia”. A esos, apunta, habría que “añadir el menos 20 asesinatos documentados con sentencias condenatorias para meros colaboradores, otros 21 crímenes documentados con sentencia por los que no han pagado todos los terroristas implicados y 34 asesinatos más documentados en los que no se condenó a ningún autor material, cómplice o colaborador”.

Se quejaba amargamente en 2016 Arteta de que el cine español había dado la espalda al asunto de las víctimas, de “los damnificados” de ETA. Un dato: ese año se habían producido en España 150 películas (90 de ficción y 60 documentales) y únicamente 'Contra la impunidad' abordaba ese espinoso asunto.

Han tenido que ser algunos intelectuales y portavoces de determinadas asociaciones de víctimas (Covite) los que en pleno final por entregas de ETA han alzado la voz para clamar contra la “memoria selectiva”, el blanqueamiento del pasado terrorista.

No son las únicas víctimas pendientes de reparación. Junto a las de la violencia del Estado (guerra sucia, torturas y abusos policiales) quedaría también otro grupo de personas que tampoco ha sido reparado, toda vez que el decreto aprobado por el gobierno del lehendakari socialista Patxi López solo reconoció casos en el periodo enre 1960 y 1978, y la ley que pretendía reparar al resto, aprobada durante el mandato del lehendakari Íñigo Urkullu ha sido recurrida por el Estado ante el Tribunal Constitucional. En total, estamos hablando de unas 400 víctimas de abusos policiales.

El sociólogo Imanol Zubero fue quien mejor vio lo que significa la paz en el País Vasco tras el cierre de la persiana de ETA de 2011. “Así que la paz es esto. Cuanto antes lo asumamos, mejor para todos. Pero habrá algo más, ¿no? ¡Por supuesto! Está la memoria del sufrimiento, está la justicia debida a las víctimas, está la reinserción de quienes han cumplido sus penas, está la construcción de una patria amable, cívica y plural…”, dejó por escrito en enero de 2014.

Ahora, en un artículo tras la cita de Cambo, envía un mensaje crítico a los impulsores de la misma y, sobre todo, al abogado sudafricano y líder del Grupo Internacional de Contacto (GIC), Brian Currin, actor de parte en este final casi de novela de 'remake' de serie b de ETA. “Los mediadores se han ido” -apunta Zubero-. “Y este pobre nativo no es capaz de ver la relación que existe entre su propia experiencia y la explicación del ”problema vasco“ que el Grupo Internacional de Contacto ha querido convertir en relato canónico. No acaba de ver cuáles han sido sus déficits de generosidad, sus faltas de honestidad, su carencia de voluntad reconciliadora. Será que la sombra del ”super-vasco mitológico“ es muy espesa. Será que nunca he estado a la altura de lo que se esperaba de un vasco: no he sido generoso, ni honesto, ni he hecho lo suficiente para reconstruir una comunidad compartida”.

En el otro lado del fiel de la balanza quedan los presos de ETA, mercancía devaluada en todas las negociaciones de los gobiernos que, de una manera u otra, han buscado el fin de la violencia en España (Argel (1989), Lizarra-Loiola-Aznar (1998-1999), Suiza-Oslo 'operación Eguiguren-Zapatero' (2004-2007). ETA, en su fuero interno, siempre pensó que sus reclusos -llegaron a tener alrededor de 800 [en octubre de 2011 eran 703 reclusos, ahora quedan 285 tras la rejas de las prisiones españolas (menos de 250), francesas (varias decenas) y uno en Portugal]- caerían como fruta madura en unas negociaciones en las que su único interés fue siempre colar sus reivindicaciones políticas de máximos. Exigencias que siempre estuvieron encima de la mesa en todas las experiencias negociadoras vividas (PSOE y PP), pero en las que los diferentes presidentes de gobierno españoles nunca cedieron.

La situación actual de los presos es que la práctica totalidad de los terroristas encarcelados en España está en primer grado. Con el segundo grado, la ley permite un máximo de 36 días de permiso al año en periodos no superiores a siete días seguidos. El tercer grado permite salidas de fin de semana o, incluso, más prolongadas si, por ejemplo, tienen una oferta de trabajo. Todo ello cuando se acerque el cumplimiento de las 3/4 parte de la condena del reo. Y ya después se puede solicitar la libertad condicional -que ahora técnicamente se denomina “suspensión de la ejecución el resto de pena”-.

En prisiones cercanas al País Vasco, de los 250, solo 11 están en cárceles a menos de 300 kilómetros. Aunque todos los pronunciamientos del Gobierno español -desde el portavoz del Ejecutivo, hasta Mariano Rajoy, pasando por su ministro del Interior- han reiterado que no va a haber ninguna contrapartida por la disolución de ETA, ni variación alguna de la política de dispersión.

PNV y PSE-EE pactaron en noviembre de 2016 en su documento de acuerdo político para cerrar el Gobierno de coalición en Euskadi un acercamiento de los presos de ETA para facilitar la “normalización de la convivencia”. Este asunto no ha sido planteado aún por ambos partidos ni en el Parlamento vasco, ni en el Congreso de los Diputados, a través de sendas proposiciones no de ley para lograr una “reorientación de la política penitenciaria que fije como objetivo fundamental la reinserción, atienda prioritariamente las problemáticas de mayor incidencia humanitaria [excarcelación de presos enfermos], favorezca el acercamiento de los presos e inste a la transferencia de la competencia de centros penitenciarios al País Vasco”, tal y como recoge el texto. Una iniciativa parlamentaria que, de momento, no tiene fecha para su formalización en ambas cámaras.

El acercamiento de los presos de ETA y la modulación de la política penitenciaria debería ir acompañada de una política de reparación para las víctimas del terror que esperan una respuesta desde los tribunales. Y ahí es donde el Gobierno vincula el posible avance individualizado del itinerario de cada preso de ETA: su colaboración para esclarecer los crímenes pendientes, algo considerado por el colectivo de presos EPPK (grupos que no se ha disuelto) como una línea roja infranqueable: “la delación”.

Todo esto pasará en los próximos meses porque, como señalaba en su intervención Jonathan Powell, exjefe de Gabinete de Tony Blair, en la Conferencia Internacional de Cambo “sin violencia muchas cosas son posibles a nivel político, económico y social” para Euskadi. Y ETA, pese a sus casi 60 años de existencia, solo es “un diminuto instante inmenso en el vivir” de la historia de Euskadi, como señalaba el cantautor cubano Silvio Rodríguez. Sin duda, el más trágico de todos ellos. Y nada más.

Esta extraña tarde,

Desde mi ventana,

Trae la brisa vieja

De por la mañana.

No hay nada aquí:

Sólo unos días que se aprestan a pasar,

Sólo una tarde en que se puede respirar

Un diminuto instante inmenso en el vivir.

Después mirar la realidad y nada más.

Y nada más.

Ahora me parece

Que hubiera vivido

Un caudal de siglos

Por viejos caminos.

No hay nada aquí:

Sólo unos días que se aprestan a pasar,

Sólo una tarde en que se puede respirar

Un diminuto instante inmenso en el vivir.

Después mirar la realidad y nada más.

Y nada más.

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