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Cuando ETA socializó el sufrimiento

Manifestación convocada por el Lehendakari Juan José Ibarretxe bajo el lema "ETA no. Paz", Bilbao, octubre 2000. Foto: Santos Cirilo

Eduardo Azumendi

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El 25 aniversario del asesinato por parte de ETA de Gregorio Ordóñez, teniente de alcalde de San Sebastián del PP, sirve para recordar la etapa conocida como ‘la socialización del sufrimiento’, que abarca desde 1995 a 2011. El asesinato de Ordóñez un 23 de enero de 1995 supuso la inauguración de esa etapa, en la que ETA aumentó de manera exponencial el espectro de sus víctimas potenciales. A los habituales asesinatos de policías, guardias civiles, militares se sumaron los atentados contra políticos e intelectuales constitucionalistas, ertzainas, jueces, periodistas…….“La campaña de hostigamiento contra personas y partidos no nacionalistas fue sistemática y en ella participaron tanto ETA como el resto de la ‘izquierda abertzale’, repartiéndose las funciones”, recuerda Raúl López Romo, historiador, miembro del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo y coautor del libro ‘Nunca hubo dos bandos’.

En el libro, López Romo analiza en un capítulo el momento histórico que abarca desde 1995 hasta 2011. La operación policial contra la cúpula de ETA en Bidart (Francia) permitió descabezar a la banda. Las posteriores detenciones en cascada consiguieron neutralizar numerosos comandos, infraestructuras y efectos materiales. La recomposición llevó años y la banda nunca volvió a ser lo que era. Pero lejos de asumir su debilitamiento, que era progresivo desde principios de los ochenta y ahora se había acelerado, la respuesta fue una huida hacia adelante: la socialización del sufrimiento. Es decir, extender el miedo a todos. Y para ello, combinó los asesinatos (muy selectivos para buscar mayor efecto desestabilizador) con la violencia callejera. Así evidenciaba a todos la realidad del conflicto y que el dolor debía repartirse. En mayo de 2001, un 70 % de los vascos percibía “miedo en el ambiente”, según un estudio del Euskobarómetro de la época. “Si la violencia en política es una herramienta de poder, al verse debilitados necesitaban pasar a la ofensiva”, apunta López Romo.

El libro recoge una cita muy ilustrativa procedente de un debate abierto entre la militancia de ETA tras la caída de Bidart. Un etarra sin identificar planteó entonces que “el día que un tío del PSOE, PP, PNV va al funeral de un txakurra (policía en la jerga de ETA) o cien (…) no ve en peligro su situación personal (…), pero el día que vayan a un funeral de un compañero de partido, cuando vuelva a casa quizás piense que es hora de encontrar soluciones o quizás le toque estar en el lugar que estaba el otro (o sea, en una caja de pino y con los pies por delante)”.

“En los años de la Transición”, explica el historiador, “las diferentes ramas de ETA ya habían asesinado a políticos de UCD, de AP, de Falange…Pero era una estrategia totalmente distinta la que después pusieron en marcha con el asesinato de Ordóñez”. Con aquellos asesinatos en la Transición, ETA trata de sentar al Gobierno para que negocie y acepte sus exigencias. Desde mediados de los años 90 la banda terrorista cambia esa estrategia de la negociación por la del frente nacionalista. Es decir, intenta juntar a todas las fuerzas abertzales bajo la bandera de la autodeterminación. Y lo acompaña hacia afuera con la socialización del sufrimiento“.

Esa 'socialización del sufrimiento' implicó una persecución sistemática de políticos, hasta el punto de que en su etapa anterior estos asesinatos supusieron el 1 % y a partir de 1995 pasa al 30 %. “Es una fijación. El primer asesinato es el de Ordóñez porque era una figura prominente en el escenario político del momento, teniente de alcalde de San Sebastián, presidente del PP de Gipuzkoa, parlamentario vasco…Era un hombre que no se callaba, con un discurso muy contundente contra el mundo de ETA, su entorno y sus prácticas mafiosas. Ya le habían amenazado antes, lo consideraban una especie de colono-invasor. Su asesinato no fue al azar, ero el primero pudo ser otro porque ETA ya estaba decidida a actuar y el mes anterior la policía interceptó a un comando los nombres de otros objetivos”.

Consuelo Ordóñez, hermana de Gregorio y actualmente representante del Colectivo Víctimas del Terrorismo, cree que sí hay una diferencia entre quienes apretaban el gatillo y quienes ordenaban los asesinatos, como el de su hermano. “Los que diseñaban las estrategias de terror y las ordenaban, los jefes de la banda que no se manchaban las manos de sangre, son mucho más peligrosos, sin duda, que los que apretaban el gatillo. Y estos son los que hoy están condicionando la política a todos los niveles. ¡Qué rentable les ha salido matar!”, se lamenta.

Andoain

ETA no solo se fijaba en cargos públicos, también en periodistas, intelectuales, profesores. “El objetivo era golpear a todo lo que pudiera oler a identidad vasco-española. Estaban decididos a todo”. El exalcalde de Hernani, José Antonio Rekondo (de EA), calificó aquella etapa como de “tormento a gran escala”. Un tormento que era más notorio en los pueblos, sobre todo, en los próximos al área urbana de San Sebastián, auténticos feudos de la izquierda abertzale.

“En áreas donde tenía fuerza, como San Sebastián y los pueblos de alrededor la persecución fue en toda regla contra los disidentes ideológicos. Hasta se volvió contra el PNV, con otra magnitud. Atacaron batzokis y bienes materiales de concejales, pero sin asesinar a nadie”, rememora López Romo.

Gipuzkoa es el territorio donde se concentraron más asesinatos terroristas: 324 entre 1968 y 2010. Eso significa, más de un tercio del total. Andoain (a 15 kilómetros de San Sebastián) aparece varias veces en el libro porque fue un pueblo que aglutinó todas las tensiones de la época, incluyendo los cuatro asesinatos cometidos por ETA.

Estanis Amutxastegi fue concejal por el PSE-EE, teniente de alcalde y finalmente alcalde de Andoain en 2009-2011. En el libro enumera los ataques directos que sufrieron tanto él como su familia y su entorno “Primero, en el 97, se equivocaron: le quemaron el coche al vecino en vez de a mí. Luego me hicieron una pintada de ‘ya te pillaremos’ y me dijeron que no se iban a volver a equivocar. [En marzo de 1999] tuve otro ataque con cócteles en el balcón y esa misma noche me incendiaron el coche. También le prendieron fuego al coche a mi hija [Aitziber, en septiembre de 2000] porque decían que era la hija de un dirigente socialista. Además, una vez pedí por favor a mis escoltas que fuéramos andando para tomar una copa con los amigos de EE un 31 de diciembre [de 2002]. Dejaron el coche al lado de mi casa durante 10 ó 20 minutos y en ese rato se lo quemaron. El control que tenían era tremendo. En 2003 llegó el ataque más fuerte. Estaba sola mi hija la pequeña [Nerea], estudiando. Teníamos cerrado el balcón porque ya nos habían atacado antes. Pero ella salió a fumar un cigarro y dejó la ventana un poco abierta. No faltó nada para que le echaran un par de cócteles. Destrozaron la casa y casi la queman dentro”. La familia estuvo dos años viviendo de alquiler antes de poder volver a su piso.

Con la perspectiva del tiempo, aquella etapa de la socialización del sufrimiento fue el canto del cisne de ETA y de su mundo, aunque el periodo fue largo (casi 15 años), generó mucho dolor, odio, polarización… “Al poner a tantas personas en el punto de mira”, explica López Romo, “ETA y su entorno generaron una reacción en su contra, como el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Aquellas movilizaciones estimularon una rebeldía cívica y ayudaron a que ETA perdiera apoyo y a deslegitimar el terrorismo, pero el miedo en la sociedad ha sido un factor importante hasta el final. Para explicar el final de ETA, hay que combinar la movilización social con factores como la asfixia policial y judicial, la presión de Francia….”.

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