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Exhumando dignidades

Miembros del Batallón Celta, de la CNT, en Larrabetzu, donde luchó Ramón Portilla.

Aitor Guenaga

Bárbara Portilla es la pequeña de una saga familiar de siete hijos de Putxeta, un barrio del municipio vizcaíno de Abanto-Zierbena. De la prole ya solo queda ella. A sus 89 años no tiene el cuerpo para subir la ladera de ningún monte, ni el corazón para sobresaltos. Pero sí estaba preparada para reencontrarse con su pasado: los restos de su hermano Ramón Portilla Acedo, un miliciano de la CNT al que la muerte le asaltó con apenas 18 años en mayo de 1937 cuando formaba parte del Batallón Celta (batallón número 6 de la CNT) dirigido entonces por Manuel Mata. Se había alistado con 17 años, tras abandonar las minas; las 250 pesetas de nómina tuvieron en parte la culpa. La lucha contra los franquistas debió hacer el resto.

El pasado 16 de enero, los infatigables miembros de la Sociedad Aranzadi arrancaron de las entrañas de una fosa en el monte Urkullu, en Larrabetzu (Bizkaia), los restos óseos y algunos enseres que pertenecían al miliciano ‘cenetista’ Ramón Portilla, con chapa de identificación 64.160, Tercera Compañía de batallón. Junto a parte de su esqueleto había también seis monedas de dos pesetas acuñadas por el Gobierno Provisional de Euskadi, una cuchara de hierro, el mango de una maquinilla de afeitar y los restos de un monedero de cuero. Era todo lo que quedaba de él.

“Nos dieron una piedra de las que ponían encima de los cadáveres y una bala. Mi hijo se quedó con la bala y mi madre Bárbara cogió la piedra. ¿Sabes lo que hizo con ella? La metió debajo de la almohada” relata Emilio López, sobrino de Ramón Portilla.

Qué recuerdos le asaltaron aquella noche a la hermana de Ramontxu Portilla solo ella lo sabe. Al día siguiente de la exhumación el corazón le dio un aviso y se vio entre batas blancas de cardiólogos otra vez. Ya está más tranquila pero Emilio prefiere no tentar a la suerte removiéndole más el pozo de los recuerdos. En septiembre cumplirá 90 años. “Es extraño, cuando le comente antes de la exhumación que parecía que habían encontrado a su hermano hizo como si nada, pero luego es evidente que la cabeza y los recuerdos le han ido de un lado a otro”, apunta su hijo.

Él tampoco pudo acudir el día de la exhumación, pero su esposa Blanca Alba y su hijo Iker no se lo perdieron. Fue un acto “muy emocionante”, cuenta ella. “Toda la vida buscando y ¡por fin dimos con Ramontxu! Estaba en un sitio precioso. Las veces que le he oído a mi suegra: ”por ahí estará Ramontxu“, señalando los montes del cinturón de hierro en torno a Bilbao. Ha sido un descanso, mucha tranquilidad, pero también pena. He llorado mucho estos días y aún me emociono al recordar”, admite Blanca. De esta forma se hace posible el derecho a la verdad y a la memoria que tienen los familiares de los represaliados durante la Guerra Civil española. Así vuelven del olvido los que un día fueron abatidos por las balas de la guerra y la sinrazón.

“Una guerra no la quiero yo para nada”, apunta con vehemencia Emilio, mientras Blanca, que va pasando en su móvil las fotos que hizo de la exhumación, apostilla: “la guerra fue un pena para todos los bandos”. Durante la contienda murieron en Euskadi 6.300 personas del bando republicano y 5.700 del franquista. En total hubo 2.352 vascos fusilados por el bando franquista y otras 764 personas por la parte republicana.

Milicias republicanas

La fosa de este miliciano ‘cenetista’ es uno de los 80 enterramientos que serán localizados e investigados dentro el Plan que el Gobierno vasco, en colaboración con la sociedad Aranzadi, tiene ya en marcha, y que se extenderá hasta el año 2020. Unos pocos días antes, el dos de enero, y en la misma zona, los técnicos de Aranzadi con su director a la cabeza, el reconocido antropólogo y forense Paco Etxeberria, y la presencia del portavoz del Gobierno vasco, Josu Erkoreka, la tierra fue removida para recuperar los restos de otro represaliado de la contienda civil en Euskadi. En ella se hallaron restos óseos correspondientes a un brazo y un cráneo, además de cartucheras, restos de correajes de cuero, y abundante material balístico que los investigadores de Aranzadi relacionan con las milicias republicanas.

En Euskadi están localizados actualmente 80 enterramientos de la guerra civil: 20 en Álava, 28 en Bizkaia y 32 en Gipuzkoa. 28 de esos emplazamientos están en fase de investigación con prioridades de actuación en función de la mayor o menor probabilidad de localizar restos, como los del municipio vizcaíno de Larrabetzu. Siete de ellos tienen una “prioridad de actuación alta”, según consta en la documentación oficial del Plan Vasco 2015-20 de investigación y localización de fosas, para la búsqueda e identificación de las personas desaparecidas durante la Guerra Civil.

Las 80 fosas de la Guerra Civil en Euskadi estarán investigadas para el año 2020, aunque la previsión es que aparezcan otras ahora desconocidas, según ha explicado el presidente de la Sociedad Aranzadi, el forense Paco Etxeberria. Cuando se presentó el plan, pocos días antes de la primera exhumación en Larrabetzu, Etxeberria envió un mensaje de tranquilidad a las familias: el objetivo es llegar a todos esos enterramientos y a los que, sin duda, van a aparecer. “La idea es poder investigarlas todas, es un trabajo que se puede acometer, en lo que a la exhumación se refiere”, anunció entonces Etxeberria, junto a la directora de Víctimas y Derechos Humanos del Gobierno Vasco, Monika Hernando. “Con el nuevo plan se visibiliza lo que se ha hecho hasta ahora y se pone un poco de orden de cara a las acciones de futuro”, explica Hernando. “Seguiremos investigando y exhumando fosas, pero hay que ser conscientes de que, no todas las fosas se van a poder exhumar, no todos los cuerpos exhumados van a poder ser identificados. Sin embargo, las investigaciones servirán para recuperar su memoria, su dignidad y poner algo de verdad a lo que pasó”.

Aranzadi contará este año con una subvención del Gobierno de 75.000 euros para sus trabajos de búsqueda de información, recogida de testimonios y exhumaciones. En total, el Ejecutivo de Urkullu ha destinado en las Cuentas de 2016 para actividades relacionadas con la memoria histórica 381.000 euros.

Mapa de fosas

Desde que en 2003 el Gobierno vasco pusiera en marcha un plan de investigación sobre las personas represaliadas, fusiladas y desaparecidas en la Guerra Civil, se han atendido más de 1.500 solicitudes de familiares que querían saber y descorrer el velo del olvido que pesaba como una losa sobre sus familiares. Esas solicitudes han motivado consultas a más de 175 archivos, registros y otros centros de documentación repartidos en diferentes ministerios españoles.

Los trabajos de recuperación de la memoria histórica han incluido también la grabación en vídeo más de 500 testimonios  de protagonistas y familiares, lo que constituye la base fundamental de memoria oral sobre lo ocurrido. Además, el Ejecutivo socialista presidido por el lehendakari Patxi López puso en marcha el mapa de fosas que recoge las zonas en las que están los enterramientos.

Pero el objetivo de todo este trabajo -que comenzó con el lehendakari Ibarretxe y su declaración del 10 de diciembre de 2002 como primera piedra de una política activa de recuperación de la memoria, continuó con el Ejecutivo de López y se mantiene ahora con el presidente Íñigo Urkullu- no es para que acabe en las universidades. Este forense, reconocido internacionalmente por sus trabajos de memoria histórica, ha destacado que se enfundan las botas y se manchan de barro no para escribir tesis doctorales. El objetivo es hacer memoria histórica muy viva en favor de las familias de los desaparecidos y de las organizaciones memorialistas embarcadas en esa tarea; por eso al final se les entrega un informe completo de cada investigación.

El propio Etxeberria ha augurado que surgirán nuevas fosas: siempre hay un “efecto llamada” y cuando se desentierran unas, hay testimonios avisando de nuevas localizaciones. “Hace solo diez días nos notificaron un fosa común en Bizkaia con dos personas, por gente que antes no se había atrevido a desvelarla. Nos dijeron que sabían dónde estaba la fosa”, reveló entonces.

Paco Etxeberria es un buen comunicador. Y de entre todo el material que pasa por sus manos en lo que a memoria histórica se refiere es capaz de rescatar el testimonio preciso o la imagen que condensa a la perfección una vivencia determinada para dar un sonoro aldabonazo a las conciencias. Como la historia de Secundino Antón Sancho, quien antes de ser fusilado dejó escrito en un papel arrugado sus últimas voluntades vitales, sus deseos postreros. Encarcelado en la prisión de Ondarreta, escribió una carta a su esposa Juanita, que seguía cuidando en el exterior de la cárcel a sus dos hijos. “Enséñales a nuestros hijos a respetar mi memoria”. Etxeberria utiliza este y otros testimonios para seguir dando pasos en la exhumación de dignidades. “Mantenemos nuestro compromiso con la memoria. Compromiso traducido en una auténtica política pública, dotada de recursos e implementada en coordinación con las diferentes asociaciones y entidades locales sin cuyo trabajo y responsabilidad no sería posible, y contando siempre con la certeza del buen hacer científico y riguroso que aportan los profesionales de Aranzadi”, subraya Hernando.

Un trabajo que ya tiene la hoja de ruta marcada en el País Vasco por lo menos hasta 2020.

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