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El precedente gallego de Zaldibar: 25 años sin hallar a la víctima

La catástrofe de Zaldibar y la de Bens, en A Coruña, en 1996 tienen muchos puntos en común

Rubén Pereda

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Alberto Sololuze y Joaquín Beltrán. Son los nombres de los dos operarios que quedaron atrapados tras el derrumbe del vertedero de Zaldibar el pasado 6 de febrero. Los engulló una lengua de basura de medio millón de metros cúbicos. La historia de estos dos trabajadores, cuyos cuerpos todavía se buscan, recuerda a la de Joaquín Serantes, un coruñés que quedó sepultado tras una catástrofe parecida, acaecida en el vertedero de Bens en 1996. Una placa lo recuerda en su ciudad natal, pero su cadáver no se ha podido encontrar todavía.

El vertedero de Bens se vino abajo la mañana del 10 de septiembre de 1996 y sepultó el poblado de O Portiño. 200.000 metros cúbicos de basura arrasaron con todo lo que se encontraron por delante, desde vehículos hasta casetas. El coruñés Joaquín Serantes, de 58 años, se había desplazado hasta la zona para lavar su coche cuando la inmensa lengua lo sorprendió. No se pudo encontrar su cuerpo.

Mientras que los residuos que hicieron de O Portiño una Pompeya e impregnaron la ciudad de A Coruña de un fétido olor tenían un volumen de 200.000 metros cúbicos, en Zaldibar se vinieron abajo medio millón. La fila de camiones que haría falta para cargar todos esos residuos llegaría desde Vitoria hasta Madrid.

El cierre de Bens ya estaba escrito

Al margen de esa cifra, las similitudes entre una catástrofe y otra son varias. Cuando Bens se derrumbó, ya tenía fecha de caducidad: estaba al límite, la empresa encargada ni siquiera compactaba las basuras y el Ayuntamiento llevaba años recibiendo alertas sobre el riesgo de derrumbe. De hecho, ya se habían firmado los planes para su reconversión. Zaldibar, si bien tenía una vida útil de 35 años, estaba recibiendo residuos por encima de sus posibilidades y, tal y como reconoció el Departamento de Medio Ambiente, habría tenido que cerrar sus puertas en 2022. Además, en la planta vizcaína se había advertido la existencia de grietas o fisuras, lo que obligó a la empresa gestora a presentar un informe sobre la “estabilidad” del vertedero apenas 17 días antes de la avalancha.

A raíz del desastre, las tierras sobre las que hasta entonces se habían ido amontonando sin control las basuras de los coruñeses se reconvertieron en un idílico parque con vistas a la costa. La ciudad, sin embargo, se vio obligada a repensar su gestión de los residuos. A Coruña intentó apostar por el reciclaje con la inauguración de una planta de residuos, la de Nostián, a la que se destinaron 42 millones de euros en 2002. No obstante, también estuvo envuelta en polémica, en un cruce de acusaciones entre la empresa y los diferentes grupos políticos municipales, que se achacaban su deficiente gestión. De manera similar, en Euskadi se ha abierto un debate del que habrán de extraerse respuestas a los interrogantes que surgen a raíz del déficit de capacidad de los vertederos vascos, que alcanza ya las 800.000 toneladas.

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