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El periodismo gráfico en la Transición: fuera la venda de los ojos

Portada del libro 'Cuando cambió la luz', de José Ignacio Fernández Bañuelos.

Patricia Burgo Muñoz

“¡Atención censores! Todas las fotografías sobre campeonatos de deportes de la Sección Femenina en las que las camaradas estén enseñando las rodillas están prohibidas, y por tanto, han de ser tachadas”.

Durante la dictadura de Franco los fotógrafos se enfrentaban a estrictas normas como esta que dirigían su labor hacia un trabajo que dejaba de lado el objetivo informativo de sus cámaras. Pero llegó la Tansición, una época en la que, a los cambios políticos y sociales, se unió una regeneración del periodismo gráfico que dejó de ser un elemento auxiliar y adquirió entidad propia como elemento informativo.

Los problemas sociales y económicos de la época empezaron a tener nombre y cara gracias a las fotografías que acompañaban a los artículos. También los asesinados por la banda terrorista ETA ocupaban portadas y empezaban a acompañarse de instantáneas que retrataban cuerpos acribillados a balazos y que se convirtieron en una constante informativa a partir de entonces. El nacimiento de nuevas cabeceras dotó de un nuevo ritmo a las coberturas informativas donde los elementos gráficos cobraron protagonismo.

Juan Ignacio Fernández Bañuelos (Bilbao, 1959), comenzaba en esa  “etapa crucial de la historia de España” su carrera periodística sin ser consciente entonces de la importancia que esos años iban a tener en la evolución informativa futura. Con la perspectiva de sus 30 años de profesión, los últimos 20 como jefe de edición de El Correo, ha editado el libro ‘Cuando la luz cambió’, un análisis de lo que supuso para el periodismo gráfico el inicio de la democracia.

Fernández Bañuelos se centra en los cambios sufridos entre 1975 y 1982. “La Transición fue el lugar donde todo era posible, un espacio de libertad repentina, única, en un momento transformación que marcó un nuevo punto de partida para la profesión e impuso otro ritmo a nuestras vidas de informadores”, relata en el epílogo del libro. Ese momento de transformación lo asumieron los periodistas de la época, “creo que éramos mucho más peleones, estaba todo por descubrir y todo por hacer, la sociedad estaba cambiando y todo eso era extraordinariamente atractivo, y creo que los periódicos estábamos en un momento en el que teníamos que cambiar radicalmente”, recuerda.

Uno de los objetivos del periodismo de entonces fue quitar la venda de los ojos de la sociedad sobre muchos temas. “Uno de los papeles fundamentales de los informadores es despertar conciencias, que la gente se dé cuenta de las cosas y las analice”. Los dramas sociales, como el chabolismo que se generó en Bizkaia durante los años del despegue económico del franquismo -uno de los ejemplos que utiliza en el libro-, dejan de ser entonces problemas abstractos y adquiere rostro humano, “la fotografía de una mujer entre lágrimas ante los escombros de lo que fue su hogar, una chabola demolida en el barrio de Ollargan publicada por Deia en 1978, es emotiva y sorprendente”, detalla uno de los capítulos.

Fernández Bañuelos ha querido destacar este aspecto porque en aquellos años humanizar los problemas sociales no era lo común. “Una de las cosas que se ven en las fotografías de la época es que la gente común y corriente prácticamente no existe, salvo como un elemento casi decorativo en una historia, o su utilización en las multitudes en las grandes manifestaciones de adhesión al régimen. La gente era una masa, y cuando no era así no se hablaba de ellos”. Pero con el inicio de la democracia las páginas de los diarios muestran mayor proximidad al ciudadano, el periodismo adquiere un carácter más humano, y las fotografías seguirán esa línea.

La cobertura de un atentado según el medio

También la cobertura de los atentados de ETA sufre una evolución, “una consecuencia positiva inmediata fue que las cámaras más humanas, pero también, como reverso triste, mucho más duras a veces”. El fin de la dictadura supuso el nacimiento de nuevos medios como El País y Diario 16 en 1976, o en Euskadi Deia y Egin en 1977 que imprimieron un nuevo ritmo al periodismo de la época. “Los medios quieren llegar rápido a la noticia. Y lo consiguen. En especial los nuevos, que parecen mucho más ágiles. Otros siguen atrapados por una situación que no les permite mejorar y llegan a creer que los acontecimientos se pueden contar sin rostros”, explica en uno de los cápitulos.

Como ejemplo pone el atentado contra el presidente de la Diputación de Bizkaia, Augusto Unceta, junto a dos miembros de su escolta, los guardias civiles Antonio Hernández y Ángel Rivera, el 8 de octubre de 1977 en Gernika, y cuál es el tratamiento informativo que hacen El Correo, Deia y Egin. “Es muy curioso ese ejemplo porque pone de manifiesto cómo trabaja cada uno, cuál es la inercia que sigue cada uno a la hora de contar un gran triste acontecimiento. Es especialmente relevante porque uno de los periódicos, Egin, llevaba en los kioskos  8 o 9 días. Ahí se ve qué capacidad tienen para las coberturas de los temas, qué tipo de imagen utilizan, y eso te cuenta de dónde proceden unos y cuáles son sus inercias, y hacia dónde van otros y cuáles parecen ser sus tendencias”, explica.

Han pasado 35 años desde que la Transición removió los cimientos de una sociedad adormecida por un régimen dictatorial. El impulso inicial que recibió el periodismo en esos años es, en opinión de Fernández Bañuelos, el responsable de la información que consumimos en la actualidad. “Los cambios fundamentales desde el punto de vista fotográfico vienen desde el punto de la tecnología y de la cultura. Las fotos que se publican hoy en día son técnicamente mucho mejores, más atractivas, se nota que han sido alimentadas de un mundo cultural mucho más rico y menos endogámicas que en aquella época. Hay una diferencia sustancial en cuanto a la calidad, ¿en cuanto al objetivo? El objetivo sigue siendo el mismo: el deseo de descubrir cosas, incluso cosas terribles, como las que se pudieron encontrar los que fotografiaron los campos de concentración al final de la II Guerra Mundial. Yo creo que un poquito de ese idealismo todavía continúa”.

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