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La solidaridad que hace sonreír a África

Unos niños desayunan en el centro Sunu Buga Buga que gestiona Verónica Hormaechea en Gambia.

Patricia Burgo Muñoz

El día a día de Verónica Hormaechea está lleno de sonrisas, de proyectos y de vida. La vida que se respira en la escuela que ella misma fundó hace cuatro años en Gambia. Sunu Buga Buga es el nombre de este proyecto educativo que ha llevado la esperanza a Bijilo, una localidad de este país de África Occidental.

La iniciativa personal de Verónica Hormaechea es uno de los muchos empeños de mujeres que han dejado atrás sus países, sus trabajos y sus comodidades para colaborar, con pequeños gestos, en el progreso de África. Todas estas historias se recogen en el libro ‘Todos los caminos llevan a África’ que cuenta las vivencias de 40 impulsoras de algún proyecto solidario en el continente africano.

Los relatos viajan de país en país –Kenia, Camerún, Ghana, Senegal…- y se detienen en las historias de médicos, azafatas, empresarias o deportistas que han dado un vuelco a sus vidas y han puesto en marcha proyectos que van desde escuelas, clínicas, u orfanatos a centros de protección de animales.

Historias como la de Verónica Hormaechea, una auxiliar de vuelo de Getxo que se enamoró de Gambia en su primer viaje en enero de 2009, y tras 12 visitas más en dos años, dejó su trabajo en Spanair y decidió establecerse allí. “Supongo que no fue una única cosa lo que me llevo a esta parte de mi vida, entiendo que ha sido un camino en el que se ha ido definiendo lo que ahora vivo. Si lo pienso, tengo que decir que mi vida y mis vivencias anteriores han sido un entrenamiento para esta etapa, que yo no planee durante años, ni fue el objetivo de mi vida antes, sino que se fue dando y sigue cogiendo forma y creciendo a partir de mi primer viaje a Gambia”, explica desde el país africano.

La comunicación con Verónica no ha sido fácil porque la línea de internet va y viene, pero este es el menor de los problemas a los que día a día se enfrentan los ciudadanos de este país que tiene una dimensión algo menor que la del País Vasco y una población de menos de dos millones de habitantes.

“Habiendo sido colonia inglesa hasta 1965, sin guerra, sin conflicto tribal, Gambia tiene un índice de desarrollo humano bajísimo (uno de los más bajos del planeta). Cuesta entender cómo este índice es posible en un país donde las tribus conviven en armonía, no hay minerales ni guerras… ”

Durante sus viajes fue “poco a poco” entendiendo la situación que vive Gambia, con una población analfabeta en su mayoría y con un nivel de confianza en sus posibilidades bastante bajo, la población se enfrenta a la falta de recursos, de acceso a medicinas y de escolarización de sus niños.

Y así nace Sunu Buga Buga, un centro de actividades y desarrollo comunitario que en estos años se ha convertido en el punto neurálgico del pueblo. Allí, cerca de 300 niños desayunan y reciben una educación de calidad que busca potenciar la iniciativa y el logro personal de cada uno. Además por las tardes, el centro se convierte en un lugar de actividades lúdicas, juegos, talleres y estudios complementarios, y los sábados en un cine, donde si la electricidad es constante, se proyectan hasta tres películas.

Otro de los logros de este centro es haber mejorado enormemente la asistencia sanitaria de los vecinos ya que también funciona como ambulatorio y facilita el acceso al hospital, algo prácticamente imposible hasta entonces.

Pero quizá lo que más destaca de este lugar es que “después de tres años y medio trabajando y viviendo activamente en la comunidad, el Sunu Buga Buga es sin duda el centro de todos, donde los vecinos y vecinas de la zona se acercan cuando los problemas oprimen, o simplemente a saludar y pasar un rato”, relata Verónica.

Esta era uno de los objetivos de la vizcaína cuando empezó a idear el proyecto, por eso ahora no entra en sus planes volver a Euskadi. “En principio lo que tengo planeado es seguir aquí durante muchos años, hasta que el proyecto pueda ser sostenible y llevado totalmente por la comunidad, hasta que los niños y niñas que están creciendo ahora en el Sunu sean adultos para poder gestionarlo ¿15, 20 años más…? No tengo ni idea”, cuenta convencida. Mientras tanto seguirá aprendiendo de una cultura muy diferente que lo más importante que le ha enseñado es “la humildad” de un continente que necesita ayuda.

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