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“Si compras ropa barata no está ganando la trabajadora, sino la compañía que hace negocio con ella”

Kalpona Akter dirige el Centro de Solidaridad con los Trabajadores de Bangladesh

Alba Díaz de Sarralde

El Bangladesh Center for Worker Solidarity (BCWS) -Centro de Bangladesh para la Solidaridad de los Trabajadores-, es una de las organizaciones de defensa de los derechos laborales más prominentes de Bangladesh. Su directora ejecutiva, Kalpona Akter, se ha acercado a Euskadi para hablar acerca de las condiciones laborales de las trabajadoras de la industria textil, casi cinco años después del desastre ocurrido en la capital del país tras el derrumbe del Rana Plaza.

En el edificio de ocho plantas se confeccionaba ropa que venden las marcas occidentales. El 24 de abril de 2013, hace casi cinco años, el Rana Plaza se colapsó y un derrumbamiento causó la muerte de 1.100 trabajadoras, resultando heridas más de 2.000. Las trabajadoras, que por un salario de miseria trabajaban largas jornadas en condiciones inhumanas, confeccionaban ropa para marcas como Primark, El Corte Inglés o Benetton, quienes confirmaron entonces que tenían acuerdos de producción con alguna de las empresas locales implicadas en el siniestro.

Kalpona Akter es una defensora de sus derechos laborales reconocida internacionalmente que ha participado en las Naciones Unidas y las reuniones informativas para miembros del Congreso de los EE. UU, entre otras, para denunciar esas condiciones a las que se enfrentan las trabajadoras de la confección de Bangladesh cada día. Ha sido entrevistada por medios internacionales como The New York Times o BBC y recibió en 2016 el prestigioso Premio Alison Des Forges de Human Rights Watch por su activismo extraordinario. Ahora SETEM, coordinadora de la Campaña Ropa Limpia por las condiciones en las que estas trabajadoras siguen trabajando, organiza su paso por Euskadi.

Comenzó a trabajar con solo doce años en la industria de la confección y cobraba seis dólares al mes. La despidieron años más tarde y la pusieron en la lista negra por intentar formar un sindicato en la fábrica. A parte de por factores como su edad y su sueldo, ¿por qué las trabajadoras de aquel sitio necesitaban organizarse?

Cuando empecé a esa edad tuve que empezar porque mi padre cayó enfermo, así que primero yo, y luego mi hermano menor de diez años, fuimos a trabajar a la fábrica. Trabajábamos en las peores condiciones laborales: sin conocer la ley ni nuestros derechos. Mi horario era de unas 400 horas cada mes cobrando esos seis dólares. Así que puedes imaginar cómo de largas se hacían esas horas. Nuestros supervisores nos golpeaban sin razón o por errores menores y teníamos que trabajar de pie unas dieciocho horas diarias. No había ni siquiera sillas para sentarnos; si las hubiera, los supervisores las patearían y nos gritarían “levántate”.

Cuando conocí la ley supe que mi horario debería ser de ocho horas diarias, que yo no debería ser golpeada, que mi fábrica debería ser segura, que si había un fuego debería haber salidas de emergencia. En mi fábrica solo había una salida de emergencia y la mitad estaba bloqueada por la mercancía. Con todo esto aprendí algo precioso: yo podía crear un sindicato. Mis compañeras y yo podíamos unirnos para ello y demandar al dueño de la fábrica. Esto es lo que yo realmente no conocía. Todo estaba escrito, pero nada de ello se aplicaba. Es lo que entendimos: si no nos uníamos, no podríamos cambiar nuestras condiciones laborales, las peores condiciones laborales en las que alguien podría trabajar.

El incendio de 2012 en la fábrica Tazreen Fashions, donde murieron 117 personas, y el colapso de Rana Plaza, donde fallecieron más de 1.000, no son accidentes casuales. El dueño del Rana Plaza sumó tres plantas a las cinco originales y en Tazreen Fashions, según un periódico de Dakha, los jefes prohibieron salir a los trabajadores una vez declarado el incendio. A parte de las estructuras o la actitud de los dirigentes, ¿qué viven las trabajadoras a diario en las fábricas?

Sobre el Rana Plaza, yo diría que las trabajadoras no tenían el poder de decir “no” a trabajar allí. Vieron que había unas grietas en el edificio, tenían miedo de ese colapso. Cuando fueron a la gerencia a decir “tenéis que cerrar la fábrica y traer ingenieros que lo revisen. Si no, estamos inseguras en el edificio”, fueron amenazadas de no ser pagadas y empujadas, golpeadas, para entrar a trabajar. No podían decir “no” porque no tenían sindicatos.

En Tazreen Fashions, cuando olieron el humo, los gerentes las empujaron a trabajar a las máquinas. Esta fue la situación. Pero cuando estas dos catástrofes pasaron… Yo no diría que fue un desastre, fue un desastre prevenible. No lo llamaría accidente. Lo que pasó después de esto es que vosotros, los periódicos en todo el mundo, cubristeis lo que pasó. Eso, presionó muchísimo a los gobiernos, presionó a las marcas que se proveían de mi país. Los consumidores también presionaron, y esa presión llegó a mi Gobierno y hubo mucho cambio. Una de las cosas que pasó fue que las marcas globales y los sindicatos locales firmaron un documento legal sobre seguridad que causó un fenómeno en el sector. No la firmaron todas las compañías pero sí muchas, de 400.000 que habrá unas 16.000 tienen acuerdos de este tipo. Llegaron a cerrar unas cuantas por estar en las condiciones en las que estaba Rana Plaza, o algunas que no tenían las salidas de emergencia en caso de incendio tuvieron que instalarlas.

En términos de seguridad las condiciones son un poco mejores, pero los juzgados tienen que continuar su trabajo para no dar pasos atrás. Hay que llevar a esas fábricas a juicio y pedir responsabilidades. Esto es sobre seguridad, pero si hablamos sobre sindicatos no hay demasiada diferencia después de estos dos desastres. Antes, los trabajadores no eran libres de unirse, y aunque ahora con la presión el gobierno ha abierto una pequeña ventana para ello, muy pocas fábricas, igual menos de cincuenta, tienen sindicatos. En este aspecto no hay mucho cambio y el salario medio sigue siendo de 68 dólares al mes. No es suficiente. Se está tramitando una subida, no sabemos de cuánto será pero pedimos que el salario mínimo sean 250 dólares al mes.

Usted fue detenida en Nueva Jersey protestando tras el colapso en el edificio Rana Plaza de Dakha, pero este no ha sido su único problema de este tipo. ¿Es difícil ser activista de esta causa y, además, en Bangladesh?

Antes de ser arrestada en los EE.UU., fui detenida en Bangladesh en 2010. Fue bastante peor que la vez en Nueva Jersey. Estaba ayudando y dando voz a las trabajadoras para revisar los salarios. El gobierno nos culpó de once cargos diferentes a mí y a mis compañeros. Nos detuvieron a mí y a dos compañeros míos, creo que a otro más de otra federación. Estuve un mes en prisión y fui interrogada dieciocho horas seguidas, fue miserable. Fui liberada junto con mis compañeros por la presión internacional pero tuve que enfrentarme a esos cargos hasta 2014.

Mi arresto en Nueva Jersey fue por Rana Plaza: estábamos demandando una compensación para las víctimas. Muchas marcas implicadas, una era Children’s Place, estaban negándose a pagar la indemnización de 71 millones de dólares que demandábamos. Tuvimos que reducirla porque se negaban a pagarla. Ni siquiera la llamaban 'compensación' por su responsabilidad, sino que se referían a ella como una especie de caridad. De aquello fuimos liberadas y hace poco retiraron los cargos, aunque creo que un par de activistas norteamericanas han tenido que enfrentarse a algún tipo de multa.

En cuanto a ser activista: no es seguro. No es seguro en ningún sitio. Los dueños de las fábricas en Bangladesh son muy poderosos, están hasta en el Parlamento. Las marcas a nivel mundial también son muy poderosas porque tienen esas fábricas en muchos países. Pero mi madre, cuando empecé a organizarme y le pregunté “Mamá, soy muy joven, ¿puedo hacer esto?”, me dijo: “Si hay injusticia, siempre hay alguien que puede levantarse y luchar. Si alguien puede, ¿por qué no tú?”. Ella me inspiró y esta frase me ha inspirado toda la vida, y voy a hacer esto hasta mi último aliento.

En Bangladesh hay unas 5.000 empresas de manufactura textil, donde trabajan unos cuatro millones de personas en unas 200.000 instalaciones. ¿Qué porcentaje de estas personas, instalaciones y empresas diría que hay que seguir luchando?

Por todas ellas. Si pensamos en un pastel grande, la seguridad es solo una porción. Hay que hablar de sueldos, de unión laboral, de condiciones laborales, de espacios libres de violencia de género. Hay muchas cosas. No hay seguridad social para nuestras trabajadoras. Tenemos que trabajar por todas ellas y hasta que consigamos todas estas cosas.

En Occidente, a veces es más importante comprar barato que el origen de la ropa. ¿Puede imaginarse la gente las condiciones en las que trabajan las trabajadoras y trabajadores que fabrican lo que llevan puesto?

Creo que el 95% de los consumidores ni siquiera saben de dónde viene su ropa. La ropa barata y la fast fashion no es la solución. Solo piensa en una o dos generaciones anteriores. O de otra manera. Si una chica de 20-25 años que ama la moda y la ropa barata pregunta a su madre cuántos abrigos de invierno tenía, estoy segurísima de que su madre le responderá: “Uno solo durante varios años”. Y le dirá que lo hicieron con amor, que pagó un buen dinero donde lo compró. Hay mucha diferencia porque quien lo hizo cobraría un salario suficiente para mantener una familia, no usaría tanta agua, no habría consumido tanta energía para hacerlo.

Pero la diferencia está incluso en la madre, que seguro que estaba contenta con ese único abrigo durante varios años. La hija, que no conoce las consecuencias de la fast fashion, primero está contribuyendo a que haya salarios inapropiados o no piensa en cuánta agua se usa para crear una sola prenda. La trabajadora que la creó igual se está llevando cinco céntimos por esa prenda. Ni siquiera gana lo que cuesta. Si compras ropa barata no está ganando la trabajadora, sino la compañía que hace negocio con ella. No ayudas a la sociedad, ni a la madre tierra. Los consumidores deberían ser conscientes y alzar sus voces, pido que se compre con responsabilidad.

Entonces, este sentido, el papel que tiene Occidente es dar a conocer estas situaciones y ser conscientes de las consecuencias de comprar así.

Es algo de lo que cada persona tiene que ser consciente. La ropa puede estar hecha en Vietnam, en India, en Myanmar, en China… Pero las condiciones no son buenas, no es Europa, no es EE.UU. Son todos esos países los que hacen producciones masivas. Solo piensa en la persona que está haciendo ropa para ti. Es necesario. Estos países y esas compañías tienen intereses de negocio. Ellos se llevan el gran beneficio. Antes de comprar solo piensa: ¿Deberías comprarte tanta ropa? ¿O deberías comprar una buena prenda que cueste un buen dinero para ayudar al progreso?

La Campaña Ropa Limpia es una red internacional de ONGs, sindicatos y organizaciones de personas consumidoras que trabaja para mejorar las condiciones de las trabajadoras y los trabajadores de la industria global de la confección. ¿Para ellos es más difícil cambiar esa mentalidad occidental o cambiar el sistema dentro de las industrias en esos países?

Yo diría que el sistema dentro de las industrias. Pero tanto en los que producen como en los que proveen. Es un negocio que nunca ha cambiado. Hasta los consumidores lo saben: sin ellos no hubiera habido cambios en la seguridad. Son los consumidores los que cambian las cosas. Pero son el negocio y las compañías las que no han cambiado. Si retrocedemos 150 años veremos que este negocio estaba en Nueva York, en la capital de la moda. O en Milán, en Italia. Allí se alzaron voces por mejores condiciones laborales y mejores salarios. Lo que hicieron las compañías fue mover los negocios al sur de EE.UU., o a México. Luego se movieron a Europa, luego a Asia. Si miramos, vemos que las compañías son las que no han cambiado nada excepto el sitio donde producen. La Campaña Ropa Limpia hace un trabajo impresionante, están sensibilizando y educando a los consumidores y están trabajando con los responsables políticos en la Unión Europea. Pero debemos poner más presión en las compañías para hacer cambios.

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