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Iker Rioja Andueza

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De junio a octubre de 2017, el lehendakari, Iñigo Urkullu, se sumergió de lleno en su función de mediador entre el Govern de Carles Puigdemont y el Gobierno de Mariano Rajoy para evitar primero la declaración unilateral de independencia en Catalunya y, después, la aplicación del artículo 155 de la Constitución. No frenó ni lo uno ni lo otro y salió “desazonado” del proceso, en el que implicó al PDeCAT y al PP, entonces en Sant Jaume y en La Moncloa, pero también al PSOE, al PSC y al PSE-EE, al jefe del Estado -el rey Felipe VI-, a dirigentes europeos, a ERC, a los presidentes autonómicos de Valencia y Baleares, a cinco referentes de la Iglesia católica o a empresarios. Urkullu siempre tuvo claro que la arquitectura jurídica en la que se fundamentó el 1 de octubre escapaba de la legalidad y que el propio referéndum no podía tomarse “en serio” por la ausencia de garantías jurídicas. Y consideró todavía peor la “fractura social” que se produjo en la sociedad catalana hasta el punto de temer que, en vez del 155, lo que se aplicase fuese el 116, la fórmula empleada en 2020 para declarar el estado de alarma por la pandemia y que prevé también los estados de excepción.

A finales de julio, unos pocos días después de que Carles Puigdemont publicara sus memorias de aquellos meses en el libro ‘M'explico: De la investidura a l'exili’, Urkullu autorizó la consulta de las más de 600 páginas que ha acumulado de su trabajo en Catalunya, que no se agota precisamente en 2017 y que ha seguido hasta al menos hasta febrero de 2019. En ese momento, Urkullu y su archivador sobre Catalunya –que tiene en el lomo una ‘senyera’ y no una ‘estelada’- comparecieron como testigos en el juicio del ‘procés’ ante el Tribunal Supremo. Acto seguido, Urkullu entregó ese material a tres archivos, al de Euskadi, al de la Fundación Sabino Arana del PNV –que ha abierto sus puertas a elDiario.es/Euskadi- y al del monasterio de Poblet. Desde que salió el libro de Puigdemont, de quien el entorno de Urkullu considera que ha tergiversado su papel, el lehendakari ha permitido leer decenas de notas, informes, recortes de prensa e incluso correos electrónicos, cartas, SMS y conversaciones de Whastapp y Telegram. Solamente las respuestas de los interlocutores no son aún públicas hasta que ellos den su visto bueno.

La deriva “irresponsable”

Los archivos -mayoritariamente escritos en castellano pero también en euskara y en catalán- muestran a un Urkullu implicado en Catalunya casi cada día y desde primerísima hora de la mañana hasta altísimas horas de la madrugada. “Evitar el choque parece una obligación. El procés y la deriva de Puigdemont/Junqueras/Mas está situando de manera irresponsable fuera del radar la auténtica cuestión. Hay una mayoría de 2/3 amplia que tiene como horizonte un autogobierno más profundo y un planteamiento de recomponer en un nuevo marco constitucional en encaje de Catalunya en el Estado”, redactó en octubre de 2017. Otra de sus obsesiones -trasladada al actual presidente, Pedro Sánchez- era la “visibilización y visualización de un tercer espacio social y político en Catalunya y en España dispuesto a generar una masa crítica a favor de una solución” que podría pasar por una “consulta legal y pactada que cuente con respaldo europeo y que pudiera acordarse mediante una convención constitucional”. Tampoco logró ese objetivo.

Entiendo que el PNV le ha puesto muy buena voluntad y que tiene ganas de que lleguemos a acuerdos. Pero no me piden que desacelere. Me piden que me rinda. Y eso no lo puedo hacer

Carles Puigdemont

“El modelo Quebec-Canadá demuestra que otra alternativa es posible para un referéndum legal y pactado”, defiende Urkullu, que habla a las claras de que el ‘procés’ estaba claramente situado al margen de la legalidad. Las siguientes notas compartidas con un grupo asesor secreto llamado ‘Zazpiko’ están traducidas del euskara: “La primera obligación de un presidente (más si es nacionalista) es mantener vivas las instituciones de su pueblo (de su nación). […] Un referéndum hecho sin las suficientes garantías no puede ser la base legal y legítima para avanzar hacia la independencia, aunque sea la prohibición del Gobierno de España el motivo de la ausencia de garantías (Me parezca bien o mal la prohibición, ese referéndum no se puede tomar en serio como base legal y legítima para llevar a cabo la independencia)”. “El proceso que habéis desarrollado en Cataluña ha mostrado al mundo la gran capacidad de organización, firmeza y determinación. Es indudable que marcará un hito en vuestra historia y ofrecerá un legado positivo porque ha evidenciado la existencia de una voluntad social netamente diferenciada que, de manera mayoritaria, demanda la adopción de soluciones políticas […]. Pero, sinceramente, no parece que alcanza la mayoría significativa de la sociedad, por lo que mucho es también el riesgo de pérdida de lo conseguido en sentido de autogobierno y bases para una solución acordada. Lo alcanzable es más si se actúa desde el realismo y la responsabilidad, desde la suma de fuerzas también fuera de Cataluña […]. Lo alcanzable es más que en el caso de que la sociedad cayera en un ejercicio mantenido en el tiempo de fractura social y frustración de una parte muy importante de aquella”, le añadió a Puigdemont.

¿Cómo empezó todo? Urkullu viajó a Barcelona el 19 de junio de 2017 con motivo del trigésimo aniversario del atentado de ETA en Hipercor, uno de los más sangrientos de su historia. De aquel acto queda una imagen de un sonriente Puigdemont tendiendo la mano al lehendakari en medio de la multitud. Tras el homenaje, ambos se reunieron por espacio de cuatro horas en Sant Jaume acompañados primero por la consejera catalana Neus Munté y por el secretario de Derechos Humanos de Urkullu, Jonan Fernández, y luego ya a solas. “Recibí la petición de que intentara hacer lo posible para ayudarles con el presidente del Gobierno español”, recoge el lehendakari. “No hay marcha atrás, lehendakari. Son ellos quienes no quieren. Todo lo que puedas hacer para conseguir que Rajoy se mueva será bienvenido”, explica Puigdemont sobre aquella cita.

Con Sáenz de Santamaría en el aeropuerto

“El mismo día, posteriormente, coincidí en la sala de autoridades del aeropuerto de El Prat [ahora llamado oficialmente Tarradellas, uno de los referentes del catalanismo] con la vicepresidenta del Gobierno español [Soraya Sáenz de Santamaría], a quien relaté brevemente el encuentro con el President y a quien solicité que lo comentara con el presidente Rajoy y le dijera que me gustaría estar con él”, abunda Urkullu. De manera secreta, Rajoy y Urkullu se reunieron en La Moncloa el 19 de julio de 2017. Al día siguiente, Urkullu citó a Sánchez en Vitoria.

En agosto, Urkullu volvió a Cataluña. Ese verano se produjeron los atentados yihadistas y, en los actos de homenaje, el lehendakari prosiguió con su misión. “Me reuní un momento con el ‘president’. Pude hablar también con Sánchez”, explica. A los tres días, coincidiendo con el inicio del curso político en Euskadi y el acelerón del pulso soberanista en Catalunya, Urkullu realizó sus primeras declaraciones públicas sobre el tema, aunque de momento sin revelar su verdadero papel en el tablero político.

Septiembre arrancó con dos plenos en el Parlament los días 6 y 7, dos jornadas clave en las que se aprobaron las leyes de transitoriedad y del referéndum. Urkullu archivó los informes de legalidad contrarios emitidos por los letrados de la Cámara y también por el Consejo de Garantías Estatutarias. Dos semanas después la tensión parecía ir en aumento y se produjo la operación policial en Hacienda. Urkullu, empeñado en evitar la “radicalidad” y la “polarización” afeó a Rajoy la actuación de la Guardia Civil, al igual que los gritos de '¡A por ellos!'. Tiene anotado el lehendakari que el presidente le prometió que, de cara al inminente referéndum, sus pasos “iban a ser muy medidos”.

Curiosamente, en los archivos de Urkullu hay poco sobre su actividad el 1 de octubre, pero sí escribe que “a partir de la celebración del referéndum, se multiplican los mensajes y propuestas de forma exponencial”. Habla, por ejemplo, con el presidente valenciano, Ximo Puig, y busca también la colaboración de la balear Francina Armengol. El histórico dirigente de la antigua Convergència Francesc Homs -a través del dirigente del PNV, Joseba Aurrekoetxea- consiguió que Urkullu hablara con el monarca y le trasladase su malestar por el discurso televisado posterior a la consulta popular. De aquellos días datan sus propuestas de “distensión-diálogo-negociación” y de “declaraciones concordantes y encadenadas” y la incorporación a las conversaciones de Santi Vila, consejero crítico con la vía unilateral, de Alfonso Alonso, entonces líder del PP vasco y de la máxima confianza de Rajoy y Sáenz de Santamaría, y de varios representantes de la Iglesia católica. Concretamente, Urkullu contactó con el arzobispo de Bolonia, Mateo Zuppi -quien meses antes había participado en los actos de desarme de ETA-,  y, a través del obispo emérito de San Sebastián, Juan María Uriarte, con los abades de Montserrat y Poblet y con el cardenal Juan José Omella.

El 10 de octubre estaba convocado otro pleno en el Parlament y se esperaba un primer pronunciamiento de Puigdemont sobre la independencia tras haber dado como vencedor al ‘sí’ en el escrutinio del referéndum. No sólo Urkullu estaba activo, sino también el presidente del PNV, Andoni Ortuzar. Puigdemont transcribe su última conversación con él, una cena: “Si renunciáis a la independencia, el Gobierno de Madrid hablará de lo que queráis. En Madrid quieren desescalar. Pero tenéis que renunciar a pronunciar la declaración de independencia. El presidente Rajoy no tiene ganas de aplicar el 155. En realidad, no quiere hacerlo, lo que pasa es que le aprietan mucho”. El president interpretó ese “no declaréis la independencia” de Ortuzar más como un “ruego” que como una “petición”. “Entiendo que el PNV le ha puesto muy buena voluntad y que tiene ganas de que lleguemos a acuerdos. Pero no me piden que desacelere. Me piden que me rinda. Y eso no lo puedo hacer”, escribe Puigdemont sobre esas conversaciones. “No puc descovocar el ple. No puc i no vull”, le dijo el president a Ortuzar en catalán.

“Plantea condiciones ilógicas”

En todo caso, él mismo admite que habla con Urkullu unas horas después con este mensaje: “Abriré una puerta a la negociación. No declararé la independencia y ampliaré el plazo para dar tiempo a las conversaciones que estamos teniendo estos días”. Sobre esta conversación, la versión de Urkullu es la siguiente: “Me dice, con testigos, que al día siguiente no quería proceder a la DUI en el Parlament”. Por ello, el mediador traslada estas novedades a Rajoy y a Sánchez.

Lo que ocurrió aquel día es conocido: Puigdemont anunció la independencia y la suspendió a los ocho segundos. Ahí empezó la maquinaria del Estado a preparar el 155 por más que Urkullu se empeñara en hacerles ver que no se había aprobado en el Parlament la independencia como tal. En los días siguientes, el clima político continúa enconándose -hay una nota en la que el lehendakari teme el “enfrentamiento civil”- y llamaron a Ajuria Enea empresarios catalanes como Emili Cuatrecasas, conocido abogado, o el Síndic de Greuges (Ararteko), Rafael Ribó. “Envío consideraciones y reflexiones largas por escrito al president”, apunta Urkullu en su diario. En efecto, desde ese momento, casi cada día el lehendakari le envía párrafos y párrafos a Puigdemont, que no siempre responde. Incluso le escribe intervenciones para que las lea directamente. Se cartean, sí, pero también hablan por teléfono. El 21 de octubre, por ejemplo, tienen una conversación “grave”.

Poco a poco se acerca el 27 de octubre, día marcado en rojo en el calendario para que la declaración de independencia volviera a estar encima de la mesa del Parlament. El día 25, Urkullu y Puigdemont conversan por teléfono pero “en presencia de testigos”. “Plantea condiciones ilógicas a plantear al presidente Rajoy”, considera Urkullu, quien, al mismo tiempo, creía que no llegaría la DUI. Sin embargo, el nerviosismo sí se había apoderado de La Moncloa y el ministro Rafael Catalá y Santi Vila apelaron a Urkullu para que “intercediera” con Rajoy.

O algunos están calculando mal todo o la estulticia ha llegado a límites espeluznantes donde todos perdemos y la casa común europea tiene un boquete de proporciones más considerables que la salida de España del euro

Iñigo Urkullu

En la madrugada del 26 al 27 de octubre, Urkullu se va a dormir tranquilo porque, después de una jornada intensísima, el president le adelanta su “intención” de convocar elecciones autonómicas. Las garantías arañadas a la otra parte -aunque también se habló de la libertad de los ‘jordis’, Sànchez y Cuixart, así como la retirada de efectivos de las Fuerzas de Seguridad del Estado- pasaban básicamente por que el Gobierno de Rajoy no interviniese la Generalitat aunque formalmente el Senado aprobase el 155. Urkullu lo tenía “conseguido” después de mucho discutir sobre ello. “La aplicación del artículo 155 se está contemplando con una frivolidad jurídica que espanta […]. O algunos están calculando mal todo o la estulticia ha llegado a límites espeluznantes donde todos perdemos y la casa común europea tiene un boquete de proporciones más considerables que la salida de España del euro”, le contó Urkullu a Marta Pascal, con quien compartió también que Catalunya tenía “dimensión” para desestabilizar a toda España.

El lehendakari, sonriente, llegó ese 27 de octubre al Parlamento Vasco, donde había sesión de control a su Gobierno. Fue ese el día en el que trascendió la noticia de que Urkullu había estado ejerciendo de mediador y que había logrado frenar el choque de trenes convenciendo a Puigdemont de que convocara elecciones. En el entorno del PNV incluso se ponía una fecha: el 20 de diciembre. Ortuzar, además, tenía previsto explicar lo ocurrido en una comparecencia pública que nunca se produjo. Nunca se produjo porque todo cambió con un mensaje recibido a las 14.03. Desde Barcelona, desde Sant Jaume, le expresaban las “dificultades” para mantener esa decisión. Esa tarde, Puigdemont dio un volantazo y declaró la independencia.

 “He sentido la confusión permanente por parte del president Puigdemont”, se sincera Urkullu, quien le afea a su interlocutor que “dijera que fuera a proceder de una manera” y actuara “dramáticamente” de otra. Urkullu, enfadado, le escribió a Vila. “Tú eres honrado. Sea que yo siga como lehendakari como si no (siendo que quizás a mí me sea difícil aparecer por Cataluña), estaré encantado de, si tienes ocasión, si vienes a Euskadi, darte un abrazo físico que hoy te envío figurado pero sentido”, le dijo. Envió mensajes similares a Miquel Iceta y a Marta Pascal, pero también acabó airado con el papel de Rajoy y de Sánchez. De Oriol Junqueras, con quien no tuvo mucho trato, llegó a decir que “lo peor de la política se había encarnado en él”, aunque quien mayor animadversión le generaba eran las CUP, a quienes culpaba de “reventar la estabilidad institucional”.

Tras aquellos acontecimientos, se acabó la relación con Puigdemont. Pero no con Catalunya. Todavía a principios de 2019 Urkullu le contaba a Sánchez que seguía recibiendo muchas llamadas. “Estimado presidente! Sabes que me tienes a tu disposición para ayudar en lo que en mi mano esté en relación a Catalunya. Son muchas (lo digo sin petulancia) las peticiones de entrevistas que he rechazado así como diversas las peticiones de encuentros con agentes de Catalunya (que algunas sí he mantenido y seguiré manteniendo de manera absolutamente discreta). Me vendría bien estar lo más informado posible -siempre desde la discreción total incluso en Euskadi- para responder en dichos encuentros a los análisis más certeros posibles, siempre y cuando lo consideres pertinente”. ¿Seguirá haciéndolo en 2020?

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