Feliz Día de Extremadura
Hay meses más largos que un día sin pan. Hay finales de mes que comienzan apenas acaba la primera quincena, cuando la paga mengua y es necesario estirarla por las interminables celdillas del calendario. Hay madrugadas en las que el demonio de la falta de dinero agita el sueño y despierta la angustia en mitad de un silencio parecido a la nada, y uno o una lucha por dormirse de nuevo para habitar el país donde las preocupaciones no existen, donde se puede vivir –no sobrevivir- sin tener que afrontar los gastos a los que obliga una sociedad consumista, repleta de relucientes escaparates por los que es muy difícil, por no decir imposible, pasar sin girar la vista.
Hay casas tomadas por la miseria. Entra sin darnos cuenta, subrepticiamente, y va tomando poco a poco los cimientos de quienes la habitan, tiñendo las paredes de amargura. El monedero vacío, la billetera exigua, no saben de gastos imprevistos y de lo cara que está la vida. Vivir con lo justo es difícil en un mundo donde la justicia también cuesta dinero.
La oficina de empleo es el altar del desamparo. Día tras día, una procesión acude a cumplir sus oficios religiosamente frente a un mostrador donde se confiesan las penas mediante un formulario. Allí, hermanos, escucharéis el sermón de la montaña: búsqueda activa de empleo, formación, emprendimiento y una larga letanía de promesas laborales en el paraíso del no-trabajo, donde no existen parados con nombre y apellidos, sino desempleados con un número de cita previa. Prestaciones, subsidios, renta activa de inserción…, es la absolución que da el Estado a vuestra penitencia, el perdón al pecado del paro, la limosna en ejercicio de caridad y bienestar social.
Y después no queda nada. Es entonces cuando desaparece el orgullo, porque del orgullo no se come, y se trabaja por menos que más, se rebusca o se dan horas sin contrato de por medio. El hogar, la vida misma, queda bajo sospecha cuando se declara públicamente la miseria, y pasa a ser fiscalizada. Entrarán extraños en tu casa ya tomada por la desesperación y mirarán en los cuartos, abrirán la nevera vacía, supervisarán la limpieza de los baños. Buscan la constatación de esa miseria, en la que se considera un lujo tener wifi o una televisión en el salón. Un baremo de puntos determinará si mereces o no la caridad del Estado. Ya lo dejó escrito Francisco de Quevedo: “¿Quién hace que al hombre aqueje el desprecio y la tristeza? La pobreza”.
Las largas listas de aspirantes a bolsas de trabajo siguen pintando de blanco los tablones de anuncios de los Ayuntamientos. En Extremadura algunas empresas y empresarios sin escrúpulos explotan a su gusto a las trabajadoras y trabajadores de nuestros pueblos, con sueldos precarios, contratos imposibles, sobreexplotación, horas extras no pagadas como tal, sueldos discriminatorios entre hombres y mujeres. Viven su agosto frente a unos Ayuntamientos que hacen la vista gorda sin defender los derechos de sus paisanos, que son los derechos fundamentales del empleo digno. Independientemente del signo político, gobiernos municipales y gobierno autonómico son incapaces de fomentar iniciativas que erradiquen definitivamente la falta de trabajo, que sólo parchean mediante la conversión de los ayuntamientos en ETTs, empresas de empleo temporal, donde la diferencia está en ser funcionario de la casa o empleado para la limpieza y adecentamiento de las calles. Consideran el paro extremeño “endémico”, un adjetivo extraído del corpus de la biología que califica a la enfermedad como propia o exclusiva de determinadas localidades o regiones y frente a la que, declaran, no hay nada que hacer. El enfermo no tiene cura y hay que aprender a convivir con la enfermedad. De ese modo se justifica lo injustificable.
Y del sindicalismo... mejor ni hablemos.
Ya lo dejó escrito Paul Lafargue (1842-1911), en su precioso panfleto El derecho a la pereza: “Nuestro siglo –dicen- es el siglo del trabajo. En efecto, es el siglo del dolor, de la miseria y de la corrupción”. Lafargue, yerno de Karl Marx, fue uno de los introductores de las ideas socialistas en España. Tal vez sus tataranietos deberían volver a leer –o simplemente leer- estas ideas.