Una de asesores
Ciento sesenta y dos asesores tiene Ana Botella en la alcaldía de Madrid, entre ellos una docena sin estudios primarios, pero que al parecer tienen mucha destreza a la hora de pegar carteles y hacer recados. En Extremadura el “verso loco” del PP es mucho más económico -por eso con su Visa se pagaba los viajes a Tenerife-, y solo dispone de una treintena de asesores de publicidad y propaganda y dos consejeros para asuntos propios, uno de ellos es el de Ocurrencias. Treinta asesores no son pocos, Monago debe tener incluso quien lo asesore para sacudírsela, porque hay que echarle mucha imaginación para ocupar a tanta gente en parir chorradas. Aunque suene a coña, tiene incluso una “directora de discursos”, que a su vez tendrá un equipo discursil, que a su vez… Todos ellos coordinados por una perla importada desde el País Vasco. ¡Ay Dios, estos vascos tontos, que se dejan ir a lo mejor que tienen!
Los asesores cobran especial relevancia en momentos de declive y suelen acabar siendo tan influyentes que son los que deciden, quitan, ponen y remedian. Se denominan de forma diferente y se agrupan en entelequias llamadas “gabinetes”, bajo la batuta de un hechicero que, qué casualidad, casi siempre asesoró a algún presidente de EE.UU. Ninguno asesoró a un candidato que perdió las elecciones. No es nada nuevo, siempre hay necios dispuestos a comprar el bálsamo de Fierabrás, crecepelos, alargapichas y el elixir de la eterna felicidad. Validos o asesores siempre han pululado en los aledaños del poder para ejercer su impostura de forma torticera, aunque algunos, como los que solía usar Isabel II, solo asesoraban de cintura para abajo. Hitler tuvo a Goebbels, Mussolini a Ciano, Stalin a Krivitsky, Monago tiene a Redondo. Al poder nunca le faltan verdugos, listillos, meretrices ni asesores.
Tiberio también cayó en la tentación de ponerse en manos de un asesor, un susurrador como Lucio Elio Sejano, al que temían incluso los senadores porque disponía de vida y hacienda. Su poder era tal que recibía más regalos y agasajos que el propio emperador, al que consiguió incluso desplazar de forma indefinida hasta la isla de Capri, para poder lucir su poderío en la huérfana Roma. Pero como Tiberio era un tipo inteligente acabó con Sejano de forma muy “tiberiana”, atando su cuerpo a una cadena tirada por cuatro caballos que se relevaban cada dos horas y que estuvieron durante tres días paseando su despojo por las calles de Roma… Calígula también tuvo un “malasombra”, Valerius, que ejercía de asesor para la economía del Imperio… Un día le demostraron que el tipo no tenía contacto alguno con los dioses, que se inventaba sus predicciones, que los astros no le decían nada y Calígula, que era muy ahorrador, aprovechó una de sus visitas para saciar el hambre de sus perros. Desde entonces solo se dejó asesorar por Incitatus, su caballo. En eso acertó.
Este gremio no ha sucumbido porque cualquier cualquierilla que quiera aparentar tiene que tener asesores, siempre bajo la supervisión especial de un enreda como Valerius, Sejano, Ciano o Pedro Arriola, el mago de Rajoy, el chef manazas que tiene en la cocina para condimentar el plato del día y que prepara unos guisos tan indigeribles como el de su propia mujer, doña Celia, posiblemente la diputada, exalcaldesa y exministra más ordinaria de la España democrática. ¡Con qué esplendor luciría la Villalobos en un “torrente” de Santiago Segura! Pero hay asesores y asesorillos, porque hay personajes y personajillos. Aquí, con lo que tenemos ya vamos bien servidos y hasta pude que nos hayamos pasado.