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Tengo 28 años y me estoy extinguiendo

En la imagen de archivo, una mujer camina por el paseo marítimo de A Coruña.

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Cuando cumplí 6 años mis padres se mudaron a A Coruña desde A Picota, en Mazaricos, el lugar en el que nací. Iba a escribir que “decidieron mudarse”, pero ya aprendí que pocas de esas elecciones son realmente libres: mamá y papá tenían 26, 27 años y necesitaban buscar trabajos nuevos, ganar más dinero. Ahí está de nuevo el éxodo rural, que no es nuevo porque no se acabó nunca, ni se acabará (por mucha pandemia que nos cayese encima, por mucho urbanismo deshumanizado). El caso es que nos instalamos en la ciudad durante el verano. Recuerdo que mamá era la encargada de buscar una escuela para mí. Visitamos varias. No sé si ahí hubo tampoco mucha elección. Finalmente fui al CEIP de Prácticas, conocido popularmente como Aneja. Allí, en aquel colegio, en A Coruña, con 6 años, confieso que fui más triste que en ningún otro lugar.

En el año 2000, en el nuevo milenio, a una hora en coche del sitio en el que yo había nacido, las niñas, los niños y la maestra no hablaban la misma lengua que yo. Y no solo eso, se burlaban de mi acento: unos con maldad y otras con fingida dulzura. Por supuesto, yo sabía hablar castellano, lo había aprendido sobre todo de la televisión, de los libros (fue el idioma en el que, como casi todos aquí, empecé a leer) pero no era mi lengua. Aun así, hacía un esfuerzo, camuflaba mi seseo, mi gheada... En lugar de hacer pan, mi boca escupía harina y vomitaba agua. Tardamos pocos meses en marcharnos de la ciudad: mi padre había decidido emprender, mi madre era tan infeliz como yo o más (camarera de hotel, limpiando bares en Riazor desde las 5 de la mañana) y Noia era una villa de tamaño medio e ínfulas mayores que quedaba más cerca del lugar que nos había visto crecer a los tres, de nuestro hogar.

Hoy, 22 años más tarde, tengo una sensación parecida a la del patio de recreo de Aneja. El Instituto Nacional de Estadística cerró el año informando de que por primera vez el castellano es la lengua de uso mayoritario en Galicia. Además, casi un 30% de los menores de 20 años afirma que, pese a entender el gallego, lo habla y lo escribe con dificultad. Hace ya mucho que sabemos que la transmisión intergeneracional de la lengua está en vías de extinción, que las cifras avanzan en negativo. Pero, ¿se trata de que nos entendamos? ¿De que nos respetemos en la diferencia? Discutiendo con mi padre, él usa siempre ese argumento de: “Le hablé en gallego y me entendió perfectamente”. Y, en esa frase, hay orgullo por la incursión de nuestro idioma en un hospital o en unos juzgados, por ejemplo, pero también resentimiento, un resentimiento difícil de ver: nadie quiere formar parte de la resistencia, es mejor fingirnos libres, actuar como si nada. La propia frase es la prueba de que “hablar gallego” en este o aquel lugar no es normal.

Tengo 28 años y me estoy extinguiendo. Dentro de diez años, la población gallega habrá caído un 5% y, dentro de veinte, mis amigos y yo estaremos cada vez más solos, comidos por la nostalgia que devora a nuestros abuelos (que no supieron sobreponerse en muchos casos a la transformación del rural) y perdidos en medio de todas las crisis que avasallaron y deshicieron la conciencia de clase de nuestros padres (trabajadores precarios de la segunda o tercera ola del capitalismo salvaje). Aunque quizás el proceso no sea tan rápido y solo estemos viviendo una aceleración, un aproximarse de la muerte que no llega, como un muñeco que sale disparado en una casa del terror sin llegar a tocarnos nunca.

Los culpables directos de todo esto son aquellos que establecen nuestras políticas lingüísticas: de Feijóo, tan absurdo y retorcido que nos hizo extrañar el regionalismo posfranquista y folclórico de Fraga; hasta aquellos que quisieron instrumentalizar sin éxito popular la causa de la lengua. Tantas cosas arruinó la política de partidos en este país. Porque más allá del etnocidio, está la tendencia a desaparecer, a ser devorados por la masa: cada día, en cada lugar. ¿Sería yo el mismo si hubiese permanecido más de dos meses en aquel colegio de la ciudad? ¿Qué es un niño hablando solo en medio de la gente? Un cuerpo tiene que poder más que un porcentaje.

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