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Dos líneas se encontraron la víspera del 11M
Ahora que el numerito de Laura Borrás y la reaparición de Alvarezcascos han vuelto a poner de moda las teorías conspiranoicas en torno al 11M (desde que los Chévere –Premio Nacional de Teatro en 2014– utilizaron el apellido de Francisco como onomatopeya para recargar un Winchester ya no puedo pronunciarlo de otra manera), en mi cerebro se reactivó el recuerdo durmiente de algo que nunca entendí cómo había podido pasar tan desapercibido. “Porque entonces no había twitter”, me contesta mi yo de 2022 sin levantar la vista del teléfono. Estoy convencido de que tiene razón.
Iñaki Gabilondo conducía en Cuatro un programa sobre el resultado de las elecciones del 14M. No me preguntéis si era un análisis en caliente o ya había pasado algún tiempo. Lo que sí recuerdo es que Iñaki estaba acompañado por alguno de sus tertulianos habituales de la radio. En concreto, por un señor muy agradable y educado que luego se convertiría en el ministro de Educación más hooligan que haya ocupado ese puesto. El que pretendía “españolizar a los niños catalanes” (y, de paso, a todos los que pillase por delante) y que lleva asociada a su nombre la peor ley educativa de la historia de la democracia… y mira cómo está el listón.
José Ignacio Wert era el fundador de Demoscopia y estaba considerado toda una autoridad en encuestas, audiencias y procesos electorales. Aquel día explicó cómo, según se acercaba la fecha de los comicios, la intención de voto al PP caía mientras la del PSOE remontaba. En la última semana de campaña ya no se podían publicar encuestas, pero ellos seguían realizándolas cada día. Así vieron cómo las dos líneas, la ascendente y la descendente, confluyeron en un punto antes de seguir su camino. Sucedió a cuatro días de la cita con las urnas: el miércoles 10 de marzo. Justo la víspera del atentado. El jueves, cuando Aznar se encargaba de que las ediciones urgentes de los periódicos culpasen a ETA, el PSOE ya superaba al PP. Desde un punto de vista demoscópico –y sólo desde ese punto de vista–, lo que pasó en las 96 horas siguientes no fue más que la confirmación de una tendencia.
Como entonces no se podían utilizar los mercados de Andorra para esquivar la ley electoral, no creo que esa realidad llegase a ponerse por escrito (y puede que ni el propio Wert, dada su evolución futura, estuviese muy interesado en recordarla). Por eso, la facción más ultramontana de una derecha que daba aquella victoria por segura obtuvo la coartada necesaria para abrazar la teoría de la conspiración y, por el camino, olvidar cualquier escrúpulo, cualquier mínimo impedimento ético, en el acoso y derribo de un gobierno legítimo. ¿Les suena? Sí, todo esto que hoy estamos viviendo comenzó allí. De aquellos polvos, estos lodos.
Aparte del dolor que nos habríamos ahorrado, a veces me pregunto qué país tendríamos ahora si el 11M no hubiese existido y Zapatero –el único jarrón chino que no provoca bochorno con sus andanzas–, simplemente hubiese ganado las elecciones. Sin más. Como hicieron sus predecesores y sus sucesores. Si no fuese un “presidente por accidente” ni “el que llegó en tren a La Moncloa”.
Pero me dura poco. Lo que tardo en buscar Arralde en el mapa.
(Aquella conversación, aquella explicación está guardada en mi memoria, pero al intentar encontrar pruebas de su existencia, las fechas no cuadran. Cuatro no empezó a emitir hasta 2005 y Wert no era presidente de Demoscopia desde 2003. Yo estoy convencido de haber visto aquel programa en la redacción de Localia Coruña, de la que me marché en diciembre de 2004. Quizá el destino me esté gastando una broma macabra, pero tampoco es cosa de vengar memorias a pedradas contra los cristales de la radio ultra que hoy ocupa la sede de la tele. “Sé que no lo soñé”, diría Sabina. “O, al menos, eso creo”, apostillarían Def Con Dos).
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