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Cuando el crecimiento de la ciudad te expulsa de tu casa

Una de las viviendas amenazadas por el Plan General del 2013, ejemplo de convivencia de lo rural con lo urbano

Marcos Pérez Pena

1.198 viviendas podrían desaparecer en A Coruña si se llevan a cabo todos los desarrollos proyectados en el actual Plan General de Ordenación Municipal, que data del año 2013. Es la principal conclusión a la que ha llegado el colectivo de arquitectos Ergosfera, tras meses de investigación dentro del proyecto Co urbanismo nos talóns (Con el urbanismo en los talones), que busca analizar los efectos que la presión urbanística tiene en los núcleos y viviendas del municipio amenazados por los planes de crecimiento de la ciudad.

En el proyecto, que forma parte del laboratorio ciudadano CoLab, puesto en marcha este año por el Gobierno municipal, los activistas de Ergosfera se han puesto en contacto con los vecinos y vecinas afectados por esta situación para ofrecerles asesoramiento. Primero, información. Y, segundo, autorreconocimiento y organización, porque el objetivo final del proyecto (que tiene vocación de continuidad) es hacer un frente común entre toda la comunidad afectada para impedir que familias enteras tengan que abandonar sus hogares por el inicio de una promoción inmobiliaria en la parcela en la que se ubican sus viviendas.

Situaciones favorecidas por la ley, que sólo exige que la mayoría de los propietarios (no de los residentes) en una zona determinada estén de acuerdo para llevar a cabo el proceso de derribo y transformación. Estos y estas residentes poco o nada pueden hacer en esas situaciones. Deben aceptar perder sus viviendas y tierras de cultivo para convertirse en promotores, una situación que muchas veces no desean y que incluso pueden no tener capacidad de llevar a cabo.

Anticiparse a los conflictos

El proyecto de Ergosfera busca evitar cosas como las que sucedieron hace tres años en el barrio de Elviña, donde la movilización ciudadana no fue capaz de impedir la expulsión de una familia de su vivienda, finalmente derribada para completar el desarrollo del Plan Parcial Parque Ofimático. “Si algo aprendimos de esa lucha es que el urbanismo es un proceso de transformación del territorio en el que sus habitantes pueden verse convertidos en simples testigos y víctimas de unos planes que nunca les fueron explicados, ni mucho menos consultados”, destaca el colectivo. La pasada semana el Ayuntamiento de A Coruña anunciaba precisamente la desafectación en esa zona de otras cinco viviendas amenazadas de derribo desde el año 2014.

“El objetivo es evitar que cientos de vecinos y vecinas de A Coruña tengan que enfrentarse a los mismos problemas de presión urbanística y desplazamiento que provocó en los últimos años el Ofimático”, destacan desde Ergosfera, que añade que “es una responsabilidad adelantarse a los efectos de estas situación e indagar colectivamente cuántas personas se pueden ver afectadas”, si “existen alternativas para el vecindario” y “cuál podría ser el papel de la administración”.

Desde el pasado mes de octubre el colectivo ha venido contactando con los habitantes de estos núcleos, ha organizado caminatas explicativas por estas zonas y ha convocado dos asambleas buscando generar lazos entre personas que se pueden ver afectados y afectadas en el futuro por problemas parecidos. Este sábado 16 tendrá lugar la segunda de estas asambleas, en la que también participará una decena de entidades sociales con experiencia en lucha por el territorio y la vivienda, así como representantes de varias concejalías del Gobierno municipal.

Un proceso difícil de detener

“Puede dar la impresión que desde el año 2007, por la crisis, los procesos están parados. Pero para nada, continúan por detrás: se siguen comprando terrenos, los promotores siguen aumentando porcentajes”, destaca Iago Carro, uno de los integrantes de Ergosfera. “Por eso era importante, aunque ahora no pareciera lo más urgente del mundo, comenzar este trabajo lo antes posible. Porque cuanto antes se pillen estos procesos, más posibilidades habrá de que se pueda hacer algo para ayudar a los vecinos. Porque una vez que están iniciados, como vimos en el caso del Ofimático, es complicadísimo pararlos”, añade.

En el momento en que una constructora pone los ojos en una parcela afectada, comienza un proceso silencioso y opaco: compra de terrenos de propietarios no residentes en el lugar, ofertas económicas a los vecinos y vecinas expuestas cada vez con más insistencia, amenazas de expropiación, acciones legales, solicitud de cuotas de urbanización inasumibles, presiones mediáticas... Estas operaciones muchas veces no se hacen públicas y esta falta de información y difusión, unida al aislamiento del vecindario afectado (muchas veces envejecida y desconectada de las redes políticas y activistas), juegan a favor de los promotores. De ahí la importancia del proyecto puesto en marcha por Ergosfera. “Una de las claves de este proyecto es dejar claro que estamos ante un problema colectivo y que nos afecta a todos. Tiene que ser así, es la única manera de asumir estas luchas”, destaca Iago Carro.

Estos vecinos y vecinas, de hecho, ya están sufriendo perjuicios incluso antes de que la presión de los promotores urbanísticos llegue a sus zonas. Muchas veces, en aquellas parcelas que un PGOM declara transformables o urbanizables, no se realizan las obras de actualización urbanística convencionales hasta que no se ejecuten las figuras urbanísticas establecidas en el plan. Para eso pueden pasar 5, 10 o 30 años y, mientras, estos núcleos carecen de servicios públicos básicos (alcantarillas, aceras, iluminación, mobiliario urbano...). “A las administraciones no le interesa invertir en un territorio sabiendo que eso se va a transformar en el futuro”, explica Carro.

Coexistencia de lo nuevo y lo viejo, que proporciona riqueza

En los procesos de transformación urbana, el sistema favorece la destrucción de lo preexistente y la creación ex novo de los espacios que van a ser habitados. Ergosfera denuncia que esta práctica no sólo es insostenible, sino que ignora la riqueza urbanística previa, aquello que podría dotar de identidad y singularidad a los nuevos espacios construidos (a veces dolorosamente parecidos en una y en otra ciudad, en uno y en otro país). “La práctica actual no tiene sentido. Se debería al menos intentar incluir lo existente hasta donde se posible. Tanto por justicia hacia las personas que allí habitan si lo quieren seguir haciendo aunque sus alrededores vayan a cambiar, como por sus valores urbanísticos como piezas que dotan de vida, carácter y urbanidad a la nueva pieza de la ciudad ya desde su comienzo”, destacan, añadiendo que, además, “en la mayoría de ocasiones no tiene sentido malgastar recursos destruyendo viviendas para construir otras nuevas”.

No se trata sólo de viviendas: el urbanismo que sólo entiende hacer tabula rasa del territorio sobre el que diseña borra “suelos productivos-agrícolas, redes de caminos que priman la movilidad peatonal, vegetación y ecosistemas inexistentes en otros ámbitos de la ciudad, modos de vida, actividades y memorias diversas...”, destacan desde Ergosfera, que apuesta por la coexistencia “de lo nuevo y de lo viejo”, lo que permite introducir “complejidad” en la ciudad

Finalmente, está el derecho, tan básico, de los habitantes de un lugar a seguir residiendo en sus hogares, personas que no quieren dinero ni la posibilidad de construir otras viviendas. Ergosfera destaca que el sistema entiende las recalificaciones de terrenos y su afectación “casi como una bendición para quien le toque”. “¿Cómo no va a ser más deseable la participación en las plusvalías urbanísticas que el simple hecho de habitar un lugar?”, ironiza. “Incluso en los casos en los que no haya una voluntad explícita de beneficiar al sector inmobiliario, una buena parte del poder político considera que lo mejor que le puede pasar a una persona propietaria es hacer negocio con lo que hasta ese momento sólo tenía la opción de utilizar para vivir”, añade. “En el conflicto de Elviña se evidenció que esto no era así, que había gente a la que no le interesaba entrar en el negocio inmobiliario”, recuerda Iago Carro.

“Estamos hablando de un problema urbanístico, pero también social”, concluye Carro, que destaca que “es un modo de vida determinado lo que está siendo asimétricamente desfavorecido por la presión urbanística”. Carro destaca que en los encuentros mantenidos con el vecindario afectado encontraron “una cierta agresividad, desconfianza”. “Hay gente que está muy quemada. Es muy entendible”, comenta. Sin embargo, hay (sobre todo entre aquellos y aquellas que acudieron desde todos los puntos de la ciudad a la primera asamblea) “mucha curiosidad y ganas de comenzar a trabajar”.

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