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“La historia oficial de la Transición es el cuento de una fiesta a que la ciudadanía no fue invitada”

Charla de Xermán Labrador en Castellón

Marcos Pérez Pena

Xermán Labrador Méndez (Vigo, 1980) es profesor asistente en el Department of Spanish and Portuguese Languages and Cultures da Princeton University, después de haber dado clases en los últimos años en las universidades de Salamanca o Hamburgo. Centra sus investigaciones en la historia literaria y cultural, estudios de la memoria, la poesía, los movimientos sociales y las culturas urbanas y, por ejemplo, en los movimientos culturales autónomos y underground en la España de los años setenta y ochenta. Este jueves ofreció una conferencia en Compostela, en el ciclo de Pasados Incómodos que organiza el Grupo Histagra (USC).

En el texto “Lo llamaban transición”, publicado en 2010, demandaba la necesidad de una mayor pluralidad de relatos sobre nuestro pasado inmediato: “que proliferen los relatos. Que las transiciones se multipliquen. Que sea el pasado plural y democrático” y reivindicaba el fin de la “ley de hierro de la visibilidad de la cultura española contemporánea: el que está no se ve y lo que se ve no está. Esas son las condiciones de visibilidad del cristal de la bola”. “Que haya una pluralidad de formas de contar el pasado, que se demuestre la riqueza democrática en la pluralidad de discursos sobre el pasado. Ahí nos jugamos una parte de la salud de la democracia”, repite en conversación con este diario, una conversación en la que la puesta en tela de juicio del relato oficial sobre la Transición y el sistema nacido de ese proceso es protagonista.

Una crisis del sistema y del relato que lo estructura que en parte se produce por la propia rigidez de ese relato, por la prohibición tácita de su crítica y de la presentación de relatos alternativos. “Eso revela muy poca inteligencia por parte de los generadores de relatos” –dice–. “Es mucho más fácil controlar o tener poder a través del acuerdo que a través de la represión. Lo que pasa ahora es que hay un agotamiento de las estructuras, no dan para más. Es lo mismo que pasó en los años setenta: el franquismo se colapsa porque no es capaz de inventar proyectos para reproducirse”.

¿Cómo analizas la puesta en tela de juicio de los relatos uniformes y consensuados sobre la Transición a la que estamos asistiendo en los últimos años y, muy especialmente, en las últimas semanas?

Te cuento una anécdota sobre esto: cuando explotó el 15M yo estaba en Nueva York, corrigiendo exámenes, y un colega mío, también historiador y también con una sensibilidad parecida en las cuestiones de los años setenta, me mandó un mensaje que decía: “estamos en el año 76”. En un primer momento hay una cosa de pasión, como de Jurassic Park, es como para un paleontólogo ver despertar a los dinosaurios. La visión de toda la historiografía sobre muchos de esos debates y muchas de esas experiencias políticas y sociales era que nunca más se iban a repetir. Y aquí están de nuevo de la mano del 15M, entendiendo el 15M como un movimiento que cambia la percepción de procesos que ya están en marcha.

Es muy interesante: los eslogans y las prácticas políticas que estamos viendo, las nuevas politizaciones, las críticas a los partidos, la crítica del sistema institucional... recuerdan a todas las transiciones que no pudieron ser. Todo eso está reproduciéndose: hay una transmisión, hay una herencia, aunque no una herencia consciente. La gente que está parando los desahucios en muchos casos no tiene una clara conciencia de que todo eso tiene una tradición. Cuando pensamos en la muerte de Franco, pensamos en un cambio de régimen y en un consenso político, pero no pensamos en que en ese momento había cientos de miles de viviendas de protección oficial con situaciones de especulación, que había una especulación tremenda con el precio del suelo. Y había también un gran paro juvenil, una dura crisis económica... un contexto que recuerda a la actualidad. Y cuando pensamos en esa época tampoco pensamos en ocupaciones de viviendas y de tierras, cuando era algo que sucedía con frecuencia. Puede que fuera un fenómeno que tenía lugar en los márgenes del sistema, pero en cualquier caso sucedía como consecuencia del centro del sistema. Los años setenta fueron un tiempo caracterizado por la creación de burbujas en el Estado español, y el descrédito de la dictadura franquista tiene mucho que ver con eso, con la percepción generalizada de que son elites corruptas.

Y al pensar en los setenta tampoco pensamos en las muchas y muchas manifestaciones culturales autónomas y underground que marcan esos años. Lo que sucede es que al analizarlos, vemos cómo su desarrollo y su historia se cerraron, no tuvieron continuidad. Porque después llegó el PSOE, llegó 1982, y asistimos a un proceso político, cultural y social de un nuevo consenso. Esa sociedad de los setenta, con una hambre y unas ansias de democracia, de libertad, de autonomía en todos los ámbitos de la vida, choca con un espacio político y con una realidad mediatizada que no responde a esas expectativas.

El relato oficial sobre los años setenta es muy simplificador y encorsetado, primando la acción de las elites y ocultando o minimizando los procesos sociales que tenían lugar en la base, tanto en la política como en la cultura y en otros ámbitos...

Por supuesto, pero es que si uno ve los medios de comunicación de la época o al archivo de las prácticas ciudadanas de la época, ese discurso elitista no se sostiene. La historiografía oficial mantiene un relato totalmente fantástico sobre ese período, que está confirmado únicamente por aquellas instancias cuya función es, precisamente, legitimar al sistema. De manera oficial se hizo una historia de la Corona, la historia oficial de la Transición es un cuento de una fiesta en la que solo estuvo una poca gente y a la que la ciudadanía no fue invitada. Pero toda la producción que se realiza desde abajo habla de una realidad completamente distinta, la gente tenía claro que aquello no era una democracia, que era un sistema postfranquista, que no contaba con la ciudadanía, que no articulaba canales de expresión, que lo fiaba todo a la existencia de los partidos políticos. La ciudadanía fue expulsada del proceso porque tenían miedo de que se produjera algún tipo de cambio profundo en la estructura de la propiedad. No hay que olvidar que el PSOE se presenta a las elecciones de 1977 con un programa de estatalización de la banca.

¿Qué cuestiones trataste en la charla que ofreciste, organizada por Histagra?

La cuestión de la memoria como paradigma cultural. Tiene que ver con un diálogo con el pasado en el que hay elementos conscientes y elementos inconscientes. Hay también una suerte de retorno de las formas, en que se recuperan elementos del pasado, incluso cuando no somos conscientes de las tradiciones que lo constituyen. Por ejemplo, el grito de “lo llaman democracia y no lo es”, constituido en el gran motu desenmascarador de la estructura política en la que vivimos, fue transmitido intergeneracionalmente, desde los años setenta, a través de la canción de La Polla Records, Ellos dicen mierda y nosotros amén, que comenzaba precisamente con essa frase de “lo llaman democracia y no lo es”. La gente no sabe de dónde vienen esas voces del pasado, pero esas voces del pasado hablan de luchas y de experiencias colectivas que nos constituyen. La idea sería esa, que la historia nos habita, incluso sin darnos cuenta.

Tú estudias, sobre todo, esas manifestaciones culturales autónomas y underground, aplastadas bajo el peso de la Cultura de la Transición. ¿Cómo se produce ese proceso?

Se puede hacer cultura, pero la gente también tiene que comer. Y las posibilidad de hacer cultura autónoma a partir del año 1981 están muy dificultadas. No se trata de una conspiración en el ámbito de la cultura, sino de una decantación de una lógica cultural, comenzando por la separación del ámbito de la cultura y el de la política, que durante toda la segunda mitad de los setenta siempre iban juntos. Estas son historias bien contadas en los documentales de Joaquim Jordá o en las novelas de Rafael Chirbes, en ellas se puede hacer un buen mapa de todos estos procesos.

¿Por qué se produce ahora esta crisis del sistema y esta enmienda tan masiva a todo el relato previo? ¿Sólo por la crisis económica, o porque al igual que, como decía Condorcet, “a cada generación le corresponde su Constitución”, a cada generación le corresponde su relato histórico?

Sí y no. Evidentemente hay una cuestión generacional, pero hay muchas generaciones implicadas. En los años setenta había tres generaciones implicadas en el debate de cómo organizar la vida colectiva. Y en el 15M también hay una conversación generacional. A míme interesa mucho este aspecto de la comunicación entre generaciones. A partir del 2010 la gestión de la crisis por el PSOE y su deriva caníbal evidencia los mecanismos que estaban funcionando: hay un momento en el que una generación que lleva en la política o en la cultura más de tres décadas ya no tiene capacidad de comunicar con las generaciones siguientes su sentido del mundo e incluso desecha tener el deber de hacerlo. Y al no haber la posibilidad de debate de visiones, se produce un choque cultural. Esto ya se había producido en los años setenta: al igual que las elites franquistas fueron caníbales, también las elites socialdemócratas lo fueron. Toda la inteligencia que esa generación había demostrado en la entrada en la madurez, a lo mejor no la tuvieron en el final de sus trayectorias públicas.

Pero hay muchos aspectos unidos: hay por una parte un proceso de transformación biopolítica del sur de Europa, de cambio completo de modelo, de reestructuración de una sociedad de clases en la que se está destruyendo el Estado de bienestar. Aquellos luchadores vecinales que a finales de los años setenta lograron la construcción de centros de salud, hospitales o escuelas en sus barrios, están viendo en su vejez la destrucción de la cosa más grande que ellos hicieron como generación. Una forma de contar esto es que el proyecto de la socialdemocracia, el proyecto del Estado de Bienestar, nos implicó a todos en una suerte de pacto de inocencia política, en una ilusión de representación política a cambio de una serie de derechos. Hoy se están perdiendo esos derechos y por lo tanto se reclama la participación política de vuelta. Cuando ya no tenemos la posibilidad de tener lo que teníamos, tenemos que organizarnos para tenerlo de nuevo.

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