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La independencia de Cariño: 30 años de la primera segregación municipal en Galicia

Proclamación de la segregación de Cariño, el 21 de enero de 1988

Miguel Pardo

“Se abre una etapa en la historia de este pueblo. No va a ser un camino fácil porque partimos de cero, pero seremos nosotros mismos los que decidamos nuestro futuro”. No es una proclama tras un proceso descolonizador en América Latina o África, ni un discurso proindependencia en algún país báltico o post-soviético en la Europa del siglo XX. Las palabras, cerradas con la interpretación del himno gallego, fueron el punto final en aquel enero de 1988 a las celebraciones por la segregación de Cariño, localidad del norte de Galicia.

Esta pequeño pueblo pesquero y las parroquias de Sismundi, A Pedra, Feás y Landoi se habían convertido ya en un nuevo Ayuntamiento tras separarse de Ortigueira. Sólo unos días antes, el día 21, el Consello de la Xunta que presidía el socialista Fernando González Laxe había aprobado el expediente que confirmaba de manera oficial la primera segregación municipal de Galicia de la época moderna.

En tiempos en los que la Xunta promueve, impulsa y defiende las fusiones de ayuntamientos, Cariño conmemora el 30º aniversario de su independencia, una segregación que “ponía fin a una anomalía histórica, a la falta de servicios esenciales y a la discriminación” de sus habitantes, tal y como recuerda José Luis Armada, primer alcalde del municipio y entonces presidente de la Asociación de Vecinos San Bartolo, que lideró un proceso que duró seis años y acabó por “satisfacer la demanda unánime de la ciudadanía”. Fue este librero de profesión quien se encargó de aquellos apasionados discursos de hace tres décadas en una localidad que ocupa muchas más líneas en los medios cuando se alude a las poblaciones con los nombres más bonitos o curiosos de España.

“Los tiempos son llegados, como dice nuestro himno”, aseguraba Armada desde el palco en aquellos festejos en los que se aludía a la “larga lucha” del pueblo de Cariño y a la “fecha imborrable de la historia” que para la localidad había supuesto aquel 21 de enero. “La segregación no era un fin en sí mismo, sino la corrección de una anomalía y la satisfacción de una demanda social que abarcaba a todas las ideologías políticas”, recuerda ahora. Era una reivindicación antigua, de la que hay testimonios de hace siglos y hemeroteca cien años atrás. Incluso un semanario, El Pueblo de Cariño, había surgido en 1919 como firme defensor de la independencia y abogaba por que la crisis de aquellos tiempos no se pudiese “resolver de otro modo que no pueda ser la concesión, pura y simple, de un Ayuntamiento para Cariño”.

La guerra civil y la dictadura ahogaron las ansias independentistas hasta que fue reinstaurada la democracia. Aparece la revista Nordeste, que reivindicaba la creación de este nuevo Ayuntamiento, y se suceden importantes movilizaciones, como la que demandaba la construcción de un instituto de bachillerato para la localidad. “Cariño era un lugar dinámico, con un importante puerto pesquero y muchas empresas conserveras, pero carecía de servicios esenciales que Ortigueira no proporcionaba, lo que provocaba cada vez un mayor malestar entre la población”, explica Armada, que advierte de que la amplia extensión del municipio -uno de los más grandes de Galicia entonces- ahondaba en esa “anomalía histórica”. Entre el núcleo urbano cariñés y el ortegano, muy cercanos por mar, hay casi 20 kilómetros de distancia por carretera.

Ya en 1982, la asociación de vecinos inicia un proceso complejo y de continuos obstáculos burocráticos que acaban en aquel Consello de la Xunta del 21 de enero de 1988. En el balcón de la cofradía de pescadores, y tras una pancarta que rezaba O noso Concello é Cariño (Nuestro Ayuntamiento es Cariño), los impulsores de la iniciativa invitan a la ciudadanía a unirse a las celebraciones de un “día histórico y de alegría que culmina un largo proceso segregador”. Una caravana de coches une el núcleo urbano con la parroquia de Landoi, que limita con el primer núcleo perteneciente a Ortigueira. En el fin de semana siguiente, tras la vuelta de muchos marineros embarcados, los cariñeses se echan a la calle entre música y su tradicional y antigua danza de arcos. Festa rachada.

Años después llegarían en Galicia la separación de Burela del Ayuntamiento de Cervo y de la Illa de Arousa de Vilanova de Arousa, la última segregación municipal por el momento en Galicia, allá por 1997. Hasta que Oza dos Ríos y Cesuras -y después Cerdedo y Cotobade- inauguraron la vía contraria, la de las fusiones, hace cinco años. A día de hoy, en la comarca del Ortegal, ni se contempla que Cariño y Ortigueira se vuelvan a unir, pese a la fiebre fusionadora de la Xunta.

“Los de Cariño dicen que están mejor sin Ortigueira y los de Ortigueira, que también están mejor sin Cariño, así que, todos contentos”, dice Armada, que fue alcalde por el PSdeG en el inicio de su historia municipal (entre 1988 y 1995) y más adelante, de 2003 a 2011. Que pixíns -así son conocidos los habitantes de Cariño- y vilanchos -apodo con el que se denomina a los naturales de la villa de Ortigueira- vivan sin polémica cualquier alusión a la segregación es para el ex-regidor “otra prueba más de que se hizo lo que se debía hacer”.

“Al día siguiente de segregarnos siempre me preguntaban: y ahora, ¿con Ortigueira, qué? Y siempre respondía que había que trabajar y colaborar mano a mano, como con cualquier ayuntamiento limítrofe”, recuerda Armada, que dice no entender “la manía en negarse o poner obstáculos a algo que beneficia a todos”. Para el ex-alcalde, “ni segregar ni fusionar son, de por sí, algo malo”. “Hay que estudiar cada caso concreto; en el nuestro, estuvimos seis años preparando informes que demostrasen y certificasen que la segregación era lo mejor para la ciudadanía y que Cariño tenía capacidad para ser Ayuntamiento y para prestar los servicios básicos sin perjudicar a la otra parte; todo está perfectamente reglado y no hay por qué temer nada si responde a una demanda social y se hace de acuerdo con la ley”, insiste.

“Era un problema que había que resolver y así se hizo”, añade Armada, que recopila datos que, dice, demuestran la idoneidad de la decisión tomada por los cariñeses. “En el momento de la segregación el presupuesto municipal era de 400.000 pesetas y ahora es de 3 millones de euros, creamos todos los servicios que reclamábamos y no teníamos cubiertos y somos un ayuntamiento dinámico que sufre, por desgracia, el problema de despobación de toda la comarca”, cuenta desde un municipio rodeado de impresionantes acantilados -los más altos de la Europa continental-, de más de 600 metros y a tan sólo unos kilómetros del núcleo urbano.

En aquel 1988, la población del Ayuntamiento de Ortigueira, con Cariño incluido, rondaba los 16.000 habitantes, aproximadamente un tercio de ellos en el territorio ahora segregado. En la actualidad, Cariño supera por poco los 4.000 y Ortigueira no llega a los 6.000. El envejecimiento y la emigración de los más jóvenes son una constante en una comarca que clama ante su abandono.

Preguntado por las fusiones impulsadas en Galicia, uno de los grandes líderes de la primera segregación cree que no debe haber una norma general e insiste en que “cada caso y cada zona tienen sus peculiaridades”. “Segregar puede ser bueno y fusionar, también; Galicia, por su orografía, tiene unas peculiaridades que influyen mucho en las decisiones a tomar, incluso a la hora de unir parroquias a un determinado ayuntamiento u otro”, explica quien, en todo caso, advierte de la necesidad de la colaboración comarcal e intramunicipal como la clave.

También en la comarca de Ortegal, donde su capital, Ortigueira, tiene como emblema y escudo a los Aguillóns, tres rocas -las más antiguas de la Península Ibérica- que surgen del mar alineadas al pie del cabo que da nombre a la comarca y que pertenece, en realidad, al Ayuntamiento de Cariño, que también los emplea en su heráldica oficial. Todo un símbolo.

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