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El avión supersónico que nunca despegó y otras ideas delirantes de la Guerra Fría

Un trabajador de la empresa McDonnell Douglas con uno de los drones que la compañía construyó para DARPA

José Manuel Blanco

Se propusieron construir escudos antimisiles gigantes, aviones que viajaran al espacio y regresaran como si de un puente aéreo se tratase e incluso automóviles inteligentes. También intentaron poner en marcha proyectores cinematográficos que funcionaran con energía solar o aprovechar el supuesto potencial de los parapsicólogos. No tuvieron éxito, pero sentaron las bases de muchas de las invenciones tecnológicas actuales. DARPA, la agencia federal estadounidense para el desarrollo de la tecnología militar, lleva casi 60 años mostrando de lo que son capaces sus científicos e ingenieros.

Nacida en 1958 bajo el recelo por el desarrollo tecnológico soviético (apenas unos meses antes la URSS había sorprendido a todo el planeta con el lanzamiento del Sputnik), durante los años de la Guerra Fría DARPA trabajó para desplegar todo su potencial contra su archienemigo. La escritora y periodista Sharon Weinberger acaba de publicar 'The Imagineers of War', en el que repasa, entre otras cosas, los inventos que se idearon durante aquellos años para demostrar el poderío armamentístico estadounidense.

Uno de esos increíbles proyectos era un escudo antimisiles que cubriera todo el planeta. Weinberger explica a HojadeRouter.com que la idea ha planeado desde que existen misiles balísticos intercontinentales y armas nucleares. En 1958, nada más ser fundada, DARPA recibió el encargo de desarrollar este escudo por miedo a lo que pudieran estar creando en la Unión Soviética. No era un escudo cualquiera: protegería todo el orbe contra misilies balísticos intercontinentales quemándolos con un cinturón de electrones. El proyecto se desarrolló dentro de la llamada Operación Argus, que implicó la realización de explosiones nucleares en la atmósfera.

Al frente de ella estaba un científico griego, Nicholas Christofilos, cuya teoría era que una explosión nuclear a gran altitud podría crear un cinturón que eliminara cualquier posible ataque mediante los electrones que esta dejara sobre nuestras cabezas. Aunque el proyecto finalmente no salió adelante, “el experimento [las explosiones que se llevaron a cabo] fue un éxito”, explica Weinberger, porque la teoría de Christofilos sirvió para comprobar la existencia de los cinturones de radiación de Van Allen, dos cinturones con concentración de partículas sobre la Tierra.

Dichos cinturones contienen electrones de alta energía que formarían el escudo antimisiles junto a los que se añadieran de las explosiones nucleares. En los años 80, en el contexto de la guerra de las galaxias, la idea de crear un escudo antimisiles volvió a surgir. Y con ella, el proyecto de una nave tripulada muy particular.

Un avión espacial con dos pilotos

Weinberger cree que los inventos que se describen en su libro no pueden considerarse como un fracaso, ya que los avances logrados en las investigaciones sirvieron para el futuro. Un ejemplo de ello fue el avión hipersónico espacial. “Fue una idea muy ambiciosa”, describe. El avión despegaría, iría al espacio a cumplir su misión y regresaría a la Tierra. “Es un proyecto técnicamente muy complejo”, pero que hubiese ayudado a mandar al espacio los satélites, armas u otras tecnologías necesarias para ese escudo, de forma, según esperaban sus promotores, barata y rápida, pues no pasaría en órbita tantos meses como un satélite.

Tony DuPont, un expiloto de Pan Am que luego trabajó como ingeniero aeroespacial, parecía la persona idónea para construirlo. La idea del avión espacial no era nueva pero, además de los costes y la complejidad, “no estaba claro que se necesitara una tecnología tan exótica”, explica Weinberger. Sin embargo, la guerra de las galaxias impulsó esta idea. Fue así como comenzó del programa Copper Canyon para diseñar un avión que, según DuPont, podría viajar a una velocidad tres veces superior a la del sonido y que estaría comandado por dos pilotos (por si uno de ellos sufría una indigestión o un ataque al corazón).

Sin embargo, con el paso del tiempo, el proyecto se complicó. Cuando comenzó, el avión iba a pesar 22.000 kilos, que pronto se transformaron en más de 113.000. Los costes para construir dos prototipos serían de 17.000 millones de dólares de 1986 (37.995 millones de dólares actuales con la inflación ajustada, unos 34.978 millones de euros). Y para más inri, el diseño original no tuvo en cuenta la operación de aterrizaje: “Solo llevaba suficiente combustible para ponerse en órbita, lo que significaba que el avión espacial no sería capaz de maniobrar cuando reentrara en la atmósfera”, escribe Weinberger. El proyecto terminó cancelado.

Coches inteligentes y drones en la Guerra Fría

'The Imagineers of War' también explora otros inventos que guardan una gran semejanza con las innovaciones tecnológicas actuales. Ahora que tanto se habla de coches inteligentes o autónomos, hay que recordar que los ingenieros de DARPA pusieron en marcha un prototipo de furgoneta inteligente que tenía problemas para distinguir sombras o rocas. Este vehículo “era parte de una amplia y ambiciosa iniciativa para crear inteligencias artificiales”, cuenta la autora, “una iniciativa de mil millones de dólares financiada por DARPA”.

La camioneta inteligente formaba parte de ese plan. Sin embargo, tuvieron los mismos problemas que se dan hoy en día: la mente de un humano distingue mientras camina o conduce los obstáculos; sin embargo, “¿cómo consigues que un ordenador vea del modo que un humano lo hace?”. Weinberger puntualiza que “no fue un fracaso total, pero muestra lo difícil que fue. ¿Cómo sabe tu cerebro que algo es un árbol frente a la sombra de un árbol?”. En cualquier caso, “esa tecnología y su investigación llevaron a los fundamentos de los coches autónomos a mitad de los años 2000”. Diez años después, estos automóviles ya son una realidad. Otro de los proyectos que buscaba investigar en los orígenes de la inteligencia artificial fue The Pilot’s Associate, un programa de ordenador parlante que ayudaría a los pilotos de aviones y que también fracasó.

Algo más de éxito tuvieron con los drones. “El problema con los drones en el pasado ha sido siempre la fiabilidad, lograr llevarlos sin perderlos o romperlos”, explica Weinberger. En los años 70, DARPA triunfó con una serie de aviones no tripulados que podían evadir la acción de los radares y ser lo suficientemente sigilosos. En aquel proyecto se encontraba la semilla de los frutos de hoy.

La Guerra Fría también trajo consigo un proyector de películas de propaganda alimentado por la luz solar. “Lo incluí porque creo que una de las partes menos conocidas hoy del trabajo de DARPA es su labor en la guerra de Vietnam”. Según explica Weinberger, DARPA convenció al presidente Kennedy para actuar en la zona. Allí se desplegaron consejeros militares estadounidenses para ayudar a luchar contra el Viet Cong. Sin embargo, no llegaron cargados de alta tecnología, sino de aparatos poco sofisticados, como rifles y este proyector. La idea era mostrar películas de propaganda en los pueblos de la selva vietnamita. Sin embargo, no tuvo éxito: “Lo construyeron y luego descubrieron que la luz del sol acababa haciendo agujeros en la película”.

Parapsicología y ondas cerebrales

Coches inteligentes, aviones y escudos espaciales, proyectores solares… y también Uri Geller. El ilusionista israelí, que se hizo famoso en los años 70 doblando cucharas en TVE, tuvo relación con la inteligencia estadounidense y con los científicos de DARPA, aunque con estos últimos no hubo demasiado 'feeling', precisamente.

Weinberger cuenta que en los años 70 la CIA financió a Geller y, de hecho, la agencia esperaba que DARPA también lo hiciera. Sin embargo, los científicos que observaron el trabajo de Geller terminaron algo enfadados, porque lo consideraron tan solo un mago. “Era la fascinación de aquella época con la parapsicología”, describe la periodista, y los estadounidenses creían que los soviéticos habían invertido dinero en ella, suficiente justificación para hacer ellos lo mismo.

Por aquel entonces, DARPA estaba interesada en las ondas cerebrales y en cómo estas podían servir para comunicarse con los objetos. Se habían inspirado en un macabro experimento que supuestamente se había llevado a cabo en la Unión Soviética: los submarinos nucleares iban con una coneja cuyos gazapos se habían quedado en tierra. Si los funcionarios rusos mataban a una de estas crías, la madre sería capaz de percibirlo a distancia y cambiaría su estado de ánimo. Como si fuera el pájaro enjaulado de una mina, los miembros del submarino interpretarían esto como una señal para realizar alguna acción. Por ejemplo, lanzar sus misiles nucleares.

La idea de los conejos sonaba extremadamente insólita, pero en DARPA tenían mucho interés en las ondas mentales o en cambios que pudieran venir asociados con la presión sanguínea. Tenían un psicólogo contratado, George Lawrence, que se encargaba de dirigir estas investigaciones: querían saber si era posible capturar auras y llegaron a viajar por todo el país en busca de brujas. Lawrence fue uno de los que dudó de las capacidades de Geller para leer las mentes de los demás, pero su infructuoso encuentro sirvió para seguir investigando la posibilidad de manejar las ondas cerebrales para controlar un ordenador.

La idea de Lawrence, que entonces era un amante de los ordenadores, era que esa máquina fuera manejada tanto por un periférico como por la mente humana, usando en este caso unos sensores que monitorizaran la actividad cerebral. Y además se convenció (y convenció a DARPA) de que con ilusionistas no podría llevarse a cabo. Aquella audacia de los años 70 para la que se necesitaban todavía muchos progresos científicos y tecnológicos está ahora en expansión.

Ya lo confiesa Weinberger: “Muchos proyectos fracasaron en su momento porque la tecnología no estaba lo suficientemente avanzada, pero luego los revisaron diez o veinte años después”. Sus ideas, demasiado adelantadas a su tiempo, sembraron la Guerra Fría de innovación y sentaron las bases de lo que manejamos hoy en día.

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Las imágenes han sido cedidas por Sharon Weinberger

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