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El artista español de los robots que fabricó a PaCo, el poeta indigente

El robot PaCo regaló poemas hace una década a cambio de unos versos

Cristina Sánchez

Con sus tripas electrónicas al aire (una vieja impresora, un altavoz, un procesador), una pantalla en blanco y negro como cabeza, una 'webcam' que le servía de ojo y extremidades formadas por piezas recuperadas de chatarrerías, PaCo inspiraba lástima y ternura. El humanoide vagaba en silla de ruedas pidiendo limosna hucha en mano. A cambio de la voluntad, regalaba una obra de incalculable valor: un poema dadaísta irrepetible que imprimía, mostraba y declamaba con su sintética voz.

En 2004, cuando en nuestro bolsillo no había un 'smartphone', no teníamos una Siri de la que burlarnos ni habíamos visto a los simpáticos robots NAO moviendo las caderas, Carlos Corpa diseñó este decrépito trovador vanguardista. Tomando como referente a un mendigo que regalaba versos en la madrileña Gran Vía, el escultor decidió crear un autómata indigente con alma de poeta y cuerpo reciclado.

No era la primera vez que fabricaba, con sus propias manos, una máquina capaz de remedar un comportamiento humano. Sin embargo, sí fue la primera vez que decidió solicitar la colaboración de un experto en robótica. Se enteró de la existencia del procesamiento del lenguaje natural y “una de las gurús que apareció en el paisaje” fue Ana García-Serrano, profesora del Departamento de Inteligencia Artificial de la Universidad Politécnica de Madrid por aquel entonces. “Al principio no sabía muy bien si era un perturbado”, rememora Corpa entre risas.

La investigadora no niega la sorpresa que le causó que un escultor la llamara y la transmitiera su deseo de que un autómata compusiera poemas gramatical y morfológicamente correctos pero sin sentido alguno, como si hubiera cogido aleatoriamente de una bolsa palabras recortadas de frases escritas en un papel, a semejanza de los poemas dadaístas. Pese a ello, aceptó el reto.

Un autómata con cuerpo reciclado y alma de poeta

Durante meses, el artista autodidacta y la investigadora trabajaron para que el Poeta Automático Callejero Online cobrara vida. Corpa fabricó el cuerpo y el sistema de navegación por radiocontrol de la silla utilizando dos antiguos motores de una fábrica y tres baterías de coche tres baterías de cochepara que sus 90 kilos se movieran.

Podía haber logrado que el discapacitado PaCo navegase con radares, infrarrojos o ultrasonidos, pero ni llegaba el presupuesto ni era su propósito. “Mi meta no era crear una máquina autónoma desde el punto de vista de la ingeniería, quería hacer una escultura”, defiende Corpa. Tampoco era casual que el pobre PaCo pareciera sacado de un vertedero. Su artífice quería huir del estilo futurista de los níveos robots japoneses que comenzaban a hacerse famosos.

Mientras tanto, un grupo de investigación formado por Ana García-Serrano y cuatro becarios se encargó de dotar al autómata de habilidades poéticas e integrar toda la programación de sus comportamientos. “Como el proyecto era tan bonito, lo hacíamos en los ratos libres”, recuerda esta investigadora.

Siguiendo “el espíritu de reutilización” del escultor, García-Serrano usó un diccionario 'online' que ya había empleado en otras ocasiones. PaCo no tenía acceso a las palabras más utilizadas, de ahí que compusiera poemas con un rebuscado vocabulario. El 'software' escogía una construcción sintáctica correcta y sustituía los vocablos por las palabras adecuadas de ese diccionario tras analizarlas morfológicamente.

PaCo generaba los poemas sintéticos y los titulaba con un número de serie a partir de los caracteres ASCII que aparecían en la poesía. En un primer momento, el autómata era incluso capaz de utilizar palabras que los humanos le sugiriesen en una página web, y por eso algún exabrupto se coló en sus versos, a los que sus benefactores trataban de buscar la lógica sin éxito.

El mendigo que atraía a las masas

PaCo conquistó a crítica y público. Ganó el tercer premiotercer premio del desaparecido Concurso Internacional Arte y Vida Artificial que organizaba la Fundación Telefónica, -consiguiendo una aparición estelar en la revista 'Leonardo' del Instituto Tecnológico de Massachusetts-, se paseó por la Feria de Arte Contemporáneo de Madrid (ARCO) en 2005 e incluso le invitaron a asistir a la Bienal de Arte Contemporáneo de Moscú, aunque se tuvo que conformar con mandar vídeos y fotos mostrando sus encantos.

Hasta tuvo caseta propia en la Feria del Libro de Valladolid. “La cola de PaCo yo no sé dónde llegaba, me estaba dando vergüenza de verdad ver cómo a la gente le llamaba la atención. Hacían cola el tiempo que fuera necesario para llevarse el papelito”, señala Corpa. Niños y mayores querían recoger su cuartilla para llevarse a casa ese poema escrito por un robot discapacitado. La cámara de PaCo atestiguó que era “como el flautista de Hamelín” de los niños, a los que atraía moviendo esa caja similar al cepillo de las iglesias.

“La persona que daba al botón se sentía única, y es verdad que era única”, afirma Ana García-Serrano. “Creo que por la asociación mental del mendigo callejero reeencarnado en una máquina, la gente más o menos lo asociaba y lo veía de esa manera, con la ternura y piedad con la que ves a alguien tirado en la calle intentando buscarse la vidilla con sus poemas”, añade Corpa.

En un momento en el que los debates sobre si los robots podrían llegar a pensar o sentir en un futuro no eran 'mainstream' y ni siquiera disfrutábamos desperdiciando nuestro tiempo en Twitter o Facebook, el autómata de padre artista y madre investigadora conseguía despertar los sentimientos de los que se acercaban a él.

Robots 'humanizantes' que practicaban sexo, tocaban la guitarra... o sufrían

Aunque Corpa asegura que PaCo fue el “cénit de su carrera”, el decrépito poeta era uno más en la serie de máquinas humanizantes que ideó para provocar una reflexión sobre el modo en que los espacios y actividades de los humanos se ven reemplazados por sus versiones tecnológicas.

Comenzó a construirlas en 1992, el año en el que expuso en el Salón Dadá de Sevilla 'El sexo en las máquinas'. Cuatro humanoides de dos metros altura, fabricados a partir de chatarra, fornicaban y se masturbaban sin complejos, justo lo que nadie esperaría que una máquina hiciera.

“Fui buscando algo aún más específicamente humano, porque al fin y al cabo el sexo está en la naturaleza, y se me ocurrió centrarme en el tema del arte”, señala Corpa. Primero, creó un grupo de aparatos mecánicos que pintaban cuadros abstractos y tocaban música electroacústica.

Después de engendrar a PaCo, fabricó 'Automatic Noise Ensemble', un grupo de robots músicos que tocaban el chelo, el sintetizador, el bajo o la guitarra. “A mí me parecía una falta de respeto llamarle a eso música, pero había gente que después de las funciones venía y me decía 'me ha gustado, qué bien me lo he pasado con tus músicos'”, asegura Corpa. Teniendo en cuenta que los chirriantes sonidos que generaban sus automatismos eran una melodía para ciertos oídos, sus robots conseguían su propósito: hacer reflexionar sobre la figura del artista.

Corpa también trató de replicar los sentimientos en las máquinas con Sufrobot, un desgraciado y asocial autómata que sufría fuertes dolores y lloraba desconsoladamente cuando detectaba la presencia humana. Su última máquina humanizante fue el bosque transgénico suicida: una instalación nutría cuatro plantas de maíz controladas por Arduino hasta que unas inyecciones letales acaban con su existencia.

Una suerte de robot de telepresencia permitía a los humanos contemplar el trágico final de aquellos seres vivos. “Solo espero que su 'sacrificio' despierte alguna reflexión sobre el modo en el que los humanos actuales tratamos nuestro medio natural y nuestras propias vidas. Que, por cierto, mientras no comamos 'bytes' y respiremos electrones, es lo único que tenemos”, explicaba Corpa en aquel momento.

Con el tiempo, la falta de financiación provocó que este artesano abandonase la fabricación de aquellas esculturas que se comportaban como un ser humano y que tanto impactaban a quienes las contemplaban. Aunque ahora PaCo duerme en una caja de su taller, su creador aún recuerda que un hombre enmarcó los poemas que PaCo imprimía.

Aquel humano admiraba que una vieja y entrañable máquina compuesta de retales fuera capaz de componer un poema sin intervención humana. “La obra de arte siempre se produce en la cabeza de uno”, reflexiona Corpa. Hasta un robótico mendigo puede crearla si el generoso que le da una moneda así lo siente al leer sus incoherentes versos.

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Las imágenes de este artículo son propiedad de Carlos Corpa y Ana García-Serrano

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