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Los inventores del S.XXI no son Edison, pero en España patentan a destajo

Thomas Alva Edison, uno de los más prolíficos inventores de la historia

Pilar Chacón

Inventor. Al leer esta palabra, ¿qué imagen te viene a la cabeza? Seguro que el rostro de grandes genios como Edison, el 'padre' de la electricidad; Gutenberg, el creador de la imprenta; o Juan de la Cierva, el patrio descubridor del autogiro. Todos ellos, grandes protagonistas de la historia científica y tecnológica.

¿Qué ha sido de personajes como estos en el siglo XXI? ¿Dónde están aquellos genios que hacían maravillas con unos cuantos materiales y mucha imaginación? ¿Dónde se esconden los sucesores de quienes, con sus inventos, nos facilitaron la vida?

Más cerca de lo que creemos. En 2013, según el último informe de Online Business School (OBS), ni empresas ni universidades encabezaron la lista de invenciones. Fueron los particulares los que más patentes registraron en España (1.254 solicitudes).

La imagen del inventor de hoy, no obstante, dista mucho de la del pasado. Con fama de cuentacuentos, sus invenciones se alejan a menudo de lo que debería ser patentable. Resulta complicado distinguir las genialidades honradas de aquellas ideas que, en realidad, sencillamente no funcionan.

Inventar por inventar

Manuel Muñoz lleva unos 38 años patentando y se ha ganado el tercer puesto en la lista de entidades con más patentes a nivel nacional. De acuerdo con el informe de la OBS, el año pasado, Manuel registró 64 solicitudes en la Oficina Española de Patentes y Marcas (OEPM). Una cantidad que supera, por ejemplo, a las inscritas por la Universidad Politécnica de Madrid (44) o la empresa Seat (19).

El gusanillo de la invención lo tiene desde la cuna. “Soy muy observador y me gusta saber el porqué de las cosas, y en el caso de existir problemas, su solución. A lo que me ha ayudado mucho mi experiencia y conocimientos aeronáuticos y de simuladores de vuelo”, explica a HojaDeRouter.com.

Tener tantas patentes a su nombre le ha reportado, hasta el momento, sólo gastos. “En cada una de las últimas anualidades de cada patente, hay que pagar más de 600 euros. Las búsquedas internacionales que se hacen para saber el estado de la técnica cuestan unos 650”. Ser inventor no es barato, ni rentable en muchas ocasiones.

Además, este inventor almeriense señala que, en nuestro país, una patente pasa a formar parte de la cartera del Estado si a los tres años no se fabrica. “Sólo beneficia a los fabricantes, que se hacen con patentes cuando son de dominio público y a costa de los incautos inventores. Por eso, en España, las empresas no suelen comprar patentes y muchos inventores no las sacan a la luz”.

Lo cierto es que, a pesar de las dificultades, los particulares son los que más patentes registran en nuestro país. Una aparente contradicción que se justifica, en parte, por las ayudas que el Estado concede para el atraso en el pago de las tasas, a aquellos inventores cuyos ingresos no dupliquen - o cuatripliquen en algunos casos - el salario mínimo.

Aún así, la fama del inventor patrio no es precisamente buena. “Conozco a mucha gente que inventa, hace el invento, y no saben cómo funciona”, nos explica Manuel. “Hay mucha gente que no sabe la solución a un problema, y quieren que a eso se le ponga dinero”.

Inventores que publican...

Frente al inventor, nos encontramos al investigador público, científico que trabaja en una universidad y que está exento de las tasas de solicitud y mantenimiento de sus patentes. Una ventaja que, al parecer, aprovechan poco.

Según Gian-Lluis Ribechini, autor del citado informe de la OBS, las universidades valoran a sus investigadores en base a dos criterios. Por un lado está el sexenio de investigación, que califica al científico por los 'papers' que ha logrado publicar en revistas de prestigio, y por el otro está el sexenio tecnológico, que valora las patentes que el investigador ha registrado.

“Hoy en día, interesa más publicar que patentar, porque la publicación da más prestigio a la universidad, pero en el fondo es una pérdida de recursos, porque la patente le permitiría a la universidad recuperar lo invertido licenciando”, explica Ribechini.

Una regla que procura no seguir la Universidad Politécnica de Valencia. La institución ocupa el séptimo puesto en la lista de entidades con más patentes internacionales. Desde hace un tiempo, dispone de la Oficina de Transferencia Tecnológica, lugar al que se dirigen los investigadores para patentar los resultados de su investigación.

“Tiene que acompañar una documentación con la descripción de esa invención, quiénes son los inventores, en qué porcentaje han contribuido los distintos inventores en esa invención… Con toda esa información, nuestra oficina efectúa un análisis de patentabilidad y del potencial de la invención”, explica José Capilla, vicerrector de investigación, innovación y transferencia de la universidad. “Si el resultado de ese análisis es exitoso, utilizamos un agente especializado que procede a la escritura de la patente”.

De acuerdo con Capilla, los investigadores públicos no suelen ser reacios a patentar, y si no lo hacen es por una cuestión de cultura. “Cuando hablo de cultura, me refiero a la falta de costumbre. No se conocen los mecanismos para patentar los resultados y tampoco se dan cuenta los investigadores, a veces, de los beneficios que puede tener eso para la investigación”.

... y empresas que miden lo que inventan

En número de patentes, España anda algo escasa en comparación con otros países. Con 1700 internacionales, aún nos queda para alcanzar las 57.036 de Estados Unidos, país que encabeza la clasificación de solicitantes del último informe de OBS.

Sólo dos empresas españolas figuran entre las diez con más patentes internacionales: Telefónica, en tercera posición, y Consorcio Abengoa, en el puesto número cinco. Esta última destina 10 millones de euros al año al I+D, y cuenta con una plantilla de 600 investigadores. Patentar, patenta menos que el CSIC o el Servicio Andaluz de Salud, pero Abengoa trata de medir bien las invenciones que merece la pena proteger.

“Tiene que ocurrir que sea un avance tecnológico que nosotros percibamos que nos va a dar una mejora de nuestros productos y procesos, ya sea porque reduzcamos los costes o porque aumentemos la eficiencia”, señala José Domínguez, secretario general técnico de Abengoa.

Domínguez también achaca la escasez de patentes a un tema de costumbres. “Efectivamente, hay menos cultura de patentes que en otros lugares del mundo, pero también es verdad que en España tenemos buena investigación”, afirma. Sin embargo, “estamos siendo mucho menos ágiles o menos productivos en transformar esa investigación en soluciones, en innovación”.

El control de la calidad

Los inventores particulares son, en nuestro país, los que más patentan. Sin embargo, ¿son sus creaciones de la misma calidad? Según Ribechini, el mejor indicador es el mercado, y suelen tener éxito porque “normalmente, la patente del privado soluciona problemas del día a día”.

Por supuesto, no pasa con todas, y separar el grano de la paja resulta complicado. Por eso Manuel Muñoz sugiere un control por parte del Estado. “Para ayudar a los inventores o a las invenciones, el Gobierno tendría que crear un grupo variado de expertos que seleccionase las patentes viables y con grandes posibilidades”.

Una medida que, a su juicio, podría desterrar la fama de cuentacuentos que tienen los inventores hoy en día - “para que no seamos el hazmerreír de la gente”, sentencia - y convertirlos en ejemplo para las empresas y universidades españolas, que patentan por debajo de sus posibilidades.

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Las imágenes de este artículo son propiedad, por orden de aparición, de Wikipedia.org (2 y 3) y Pixabay

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