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Ricos contra pobres: la brecha social de la tecnología y el ejemplo de Londres

Hoja de Router 1

Analía Plaza

Londres —

“Compáralo con Francia, Alemania, España o cualquier otro país europeo. En Londres hay emprendedores, gente diversa, creatividad, negocios y puedes hacer muchísimo dinero y pagar menos impuestos. Es importante, es en lo que basas tu negocio. Si vas a ganar más dinero que en Madrid o Barcelona, vienes aquí”.

Jason Goodman es fundador de la agencia digital Albion y una de las personas más influyentes en la industria tecnológica de Londres. La vida le ha ido bien: ha creado dos empresas con éxito y es inversor en varias 'startups'. Acaba de llegar de viaje y nos recibe en el bar del lujoso hotel Andaz. Empezó el negocio en un pequeño local en 2002 y su gran momento llegó en 2004, cuando empezó a trabajar para Skype. Diez años después, Albion emplea a 70 personas y tiene clientes de la talla de Giffgaff, Zoopla o King (desarrolladora de Candy Crush).

Goodman se está haciendo rico gracias a la tecnología y sabe que, en Londres, eso puede empezar a ser un problema.

“Mira San Francisco: hay una reacción violenta hacia los más ricos, piquetes boicoteando los autobuses de Google, gente arrancando a otra las Google Glass. Es porque ha habido historias de éxito. Hay tensión entre el mundo real de los negocios y el de la tecnología. Y puede pasar en Londres si no tenemos cuidado, porque mucha gente, incluidos nosotros, se está haciendo rica. ¡Nos está yendo bien!”

A Goodman no le falta razón: el sector va acelerado. Desde que el alcalde se propuso convertir la ciudad en capital tecnológica mundial y creó la Tech City, ha atraído a grandes aceleradoras de negocios - Google, Microsoft, CISCO - y, gracias a una rebaja de impuestos, al dinero de los inversores. Al tiempo que aumentan las rondas de financiación (el dinero que se mete en las 'startups' para que crezcan) y los salarios, suben los precios y los alquileres. Y aunque aún no vuelan piedras, más de uno habla ya de élite tecnológica “amoral” y desigualdad.

Antes de que pase lo mismo que en San Francisco, Goodman quiere remediarlo. En febrero inauguró Startup Kitchen, un evento semanal en el que empresarios de éxito comparten su experiencia con otros emprendedores. “Queremos ser el puente entre el éxito de la tecnología y los negocios normales: bares, peluquerías del barrio... Colaboramos con ONGs que trabajan con jóvenes en peligro de exclusión. El programa da esperanza, inspiración y consejos para llevar tu negocio. El este de Londres es una de las zonas más pobres de Europa y mucha gente no tiene los mismos contactos, redes o educación”.

Y el este de Londres es justo donde están casi todas las empresas de tecnología: esas que se están haciendo ricas y lideran el crecimiento económico de la capital.

El este es pobre

Hablemos del este. Hackney es un barrio de inmigrantes, de raíces africanas o caribeñas, de barberías, locutorios, fruterías y talleres de reparación donde el desempleo y la pobreza infantil tocan techo en las estadísticas de la ciudad. La población empezó a crecer en 1800, cuando miles de personas de Alemania, Europa del Este e Irlanda fueron a trabajar a lo que todavía era campo y, sobre todo, tras la Segunda Guerra Mundial y las campañas de reclutamiento de Irlanda, Asia y el Caribe.

Hackney no se incorporó a Londres hasta 1965: al estar fuera del control de la City, escritores, artistas y activistas políticos vieron un hogar en él. “Siempre ha ofrecido casas baratas al recién llegado, lo que lo ha convertido en destino de gente de todo el mundo con poco dinero”, explica su propio museo. Con la desindustrialización de los 70, los artistas encontraron su sitio, grande y barato, en antiguas fábricas, y en los 90 las tiendas de impresión de la zona que trabajaban para la City se transformaron en estudios de diseño web. Quizá Hackney también te suene porque en 2011, antes de los Juegos Olímpicos, aquellos disturbios en los que Londres ardió se extendieron por sus calles.

Donde Hackney termina, al lado de los bancos de la City, está la rotonda de Old Street. Ahora la llaman la rotonda Silicon. A su alrededor, en los pisos de protección oficial que forman el paisaje del barrio, nacieron después de la burbuja 'puntocom' 'startups' como Tweetdeck o parte de Lastfm. Era barato. “En 2009, el gobierno dijo '¡uh! Esto de la tecnología va a traer mucho dinero'”, considera la columnista de Wired Kirsty Styles. “Lo vendieron por el mundo y atrajeron inversión”. La rotonda se convirtió en el centro de la Tech City: las aceleradoras de 'startups' y la mayoría de las compañías tecnológicas de Londres tienen hoy su sede allí.

La tecnología crea empleo. ¿Pero cuánto? ¿Y para quién? Sólo el 7% de los trabajadores de Hackney son del sector creativo o TIC: los negocios digitales son pequeños y el sector servicios es el que emplea a más del 40% de la población. Pese al crecimiento de Tech City, el desempleo en el barrio (10,9%) sigue siendo de los más altos de la ciudad (8,5% de media). También la gente que vive del estado: un 16% recibe 'benefits' (subsidios), frente al 12% del total de Londres.

“La brecha es tremenda. Es un área muy pobre, con mucho paro. A su vez, las empresas dicen que la gente joven no tiene la formación que necesitan”, explica por teléfono Ben Rogers, director de Centre for London.

Como a veces dos más dos parecen cuatro, pero no siempre lo son, la idea ha sido un clásico: programas de prácticas y educación. Tech City Stars da trabajo a estudiantes en firmas tecnológicas y el gobierno ha creado escuelas técnicas para jóvenes de 14 años. A la de Hackney sólo se apuntaron 29 (había 75 plazas) así que, dos años después de abrir, ha anunciado que va a cerrar. “Ahora deberíamos ver la foto completa, qué programas funcionan y cuáles no. Y hacer autocrítica”, continúa Rogers. Para las empresas es más útil otra de las medidas estrella de la iniciativa pública: la visa para traer a extranjeros de “talento excepcional”.

Y entonces llegaron ellos

Los bares están llenos de blancos. Son jóvenes, creativos, trabajan en medios o negocio digital, van en bicicleta y viven en el este. Un informe sobre la economía del barrio constató que los 30.000 nuevos residentes de Hackney habían traído un “nuevo telón de fondo para el emergente clima y generación empresarial”. Mientras Pauline Pierce, la activista que acalló los disturbios de 2011, clama hoy que estos “hipsters blancos” y sus cafés a 6 euros (en realidad, cuestan unos 3.5) son la amenaza del barrio, el alcalde los defiende porque que lo han regenerado.

Esto, que sucede en Nueva York, Berlín, Barcelona o Madrid, se llama gentrificación y es un viejo y conocido proceso demográfico por el que una zona se aburguesa. “Hackney es una de las áreas con más población negra. Y eso no se refleja en ninguno de sus bares. Está claro que ya hay división”, considera Styles. “La desigualdad es una de las razones por las que los países, por las que cualquier cosa, falla. ¿No es un problema [del sector tecnológico] también?”

Un café son 3.5 euros; un mes de habitación, 650; y una casa en propiedad más de medio millón. Si en San Francisco el problema de la vivienda es de oferta y demanda (con el desarrollo de la industria tecnología se mudó mucha gente que gana mucho dinero y apenas se edificó, así que subieron los precios), Londres no ha dejado de construir pero el precio de la zona subió un 20% en 2013. La apertura de una nueva línea de metro en 2007 y los Juegos Olímpicos han tenido mucho que ver.

“A partir de los 60, la vivienda pública de Hackney rebajó el precio. Desde hace unos años, está a la altura del resto de la ciudad”, describe el museo. “Al lado de Old Street están los bancos. Siempre ha sido una área pobre al lado de una rica. Tengo amigos en finanzas que con 27 años ganan un cuarto de millón anual y compran casas. Antes la gente odiaba a los banqueros, así que diría que es el mismo problema”, afirma Alex Wood, editor de Tech City News, la revista que cubre la actualidad de la zona. “Míralo en contexto. Yo he hablado con el ayuntamiento y dicen que antes los alquileres eran muy baratos. Han subido pero ni siquiera al nivel del resto de Londres. Si la economía crece, los precios también: eso no puedes pararlo. Es la historia de nunca acabar”.

Tech City perdió el control (o murió de éxito)

En 2010 se aprobó la demolición de algunos de los edificios en los que nacieron, antes de que llegaran las aceleradoras, las 'startups' de la era 'post-puntocom'. Hoy son caras residencias de estudiantes y es la propia comunidad tecnológica la que se queja del rumbo que ha tomado el barrio. Las oficinas cuestan más del doble que hace cinco años, escriben sobre la muerte de la rotonda e intentan frenar la construcción, sobre la estación de Shoreditch, de seis edificios de lujo y un centro comercial.

“El ayuntamiento de Hackney ha jugado un importante papel cortejando a negocios, con un equipo, Invest in Hackney, dedicado a hacer 'tours' a desarrolladores e inversores, vendiendo el sueño de trabajar en la 'warehouse' [el equivalente al garaje de Silicon Valley]”, escribía Styles en la gaceta local. Los grupos inmobiliarios saben que el nuevo Hackney tiene valor urbanístico. Tomar medidas contra ello, responde la Tech City Investment Organization, no es su trabajo.

“Nos oponemos a todo lo que afecte a Shoreditch [una de las zonas de Hackney] para mal. No queremos que pierda su alma porque es una zona popular y un buen caso de inversión. Queremos diálogo”, afirma Ben Southwark, ex director de Tech City, en el Evening Standard. Southwark se ha reunido con varios empresarios de la zona y ha creado SaveTechCity, una campaña para salvar el vecindario.

Entre ellos, cuenta el periódico, están los fundadores de Shoreditch Club House: un club privado para gente creativa cuyo carné cuesta 1.000 euros al año. El club aún no ha anunciado su postura oficial, pero con cinco plantas de mesas de pimpón, espacios de trabajo, enormes ventanales y una piscina para relajarse en la azotea, si le plantan seis torres enfrente perderá las vistas del 'skyline'. Shoreditch Club House está justo delante de la futura construcción.

Tecnología e innovación para unos pocos

Es una (otra) de las contradicciones de la vida en Londres: quienes vendieron Tech City a los inversores y son ricos gracias a ella protestan cuando las inmobiliarias entran en juego y ellos pierden su control. La zona en la que más crece la economía es también en la que hay más desempleo. Y Hackney es el barrio con mayor brecha digital (26%) de la ciudad. Al lado de la revolución tecnológica vive gente que no ha usado nunca internet porque no lo necesita.

En 1980, Langdon Winner, teórico especializado en cambios sociales y tecnología, se preguntó si un producto tecnológico tiene ideología política o no. Para Winner, toda innovación se percibe primero como democrática - los trenes iban a democratizar el transporte, la televisión iba a democratizar la comunicación e internet lo iba a democratizar todo - y, aunque no siempre sea así, él va más allá: “Lo que importa no es la tecnología en sí, sino el sistema económico o social en el que está. Es su determinación social. Hay quien se centra, sin crítica, en 'los efectos sociales del ordenador' pero no ve más que el aparato y no se da cuenta de las circunstancias sociales en las que se ha desarrollado”.

Para Winner, la tecnología no es algo neutro que se adapta a las estructuras sociales y económicas, sino que desde su propio nacimiento está determinada por ellas.

Pone un viejo ejemplo. En los años 30, el arquitecto Robert Moses diseñó los puentes sobre Long Island, en Nueva York, tan bajos que los autobuses y camiones no podían pasar. ¿Consecuencia? Las minorías, que no tenían coche, no cruzaban. Un caso más reciente es el pequeño gran 'boom' de las 'apps' de transporte, que protagoniza telediarios y portadas de periódicos. “Se soluciona algo que ni siquiera es un problema porque la gente que lo hace es la que va a coger un taxi, así que lo simplifican para sí mismos. Pregunta a los chavales negros o asiáticos del barrio si ese es su problema. ¡No!”, reflexiona Styles. “La desigualdad empieza en la propia innovación: creas 'apps' para gente que se sienta en la misma mesa que tú”.

¿Va Londres camino de copiar lo peor de Silicon Valley, donde la falsa meritocracia, la heroificación del emprendedor y la desigualdad llevan meses sobre la mesa? “Hay potencial, pero creo que allí van muy por delante”, considera Wood. En Londres la inversión es aún menor (entre 5 y 10 millones, mientras que allí en el mismo estado una empresa puede recibir 100) y la tecnología se crea para un mercado real.

“Hay clientes reales llamando a tu puerta. En Silicon Valley crean para sí mismos, para una clase privilegiada. Lo emocionante de Londres es que se buscan soluciones para gente que vive en la puerta de al lado”, añade. “Por ejemplo: hay 'apps' que te ayudan a encontrar un limpiador, en las que tienes que entender a ambos lados, clientes y limpiadores”. Cuando Winner decía que un aparato es político, se refería también también a su adopción (¿quién usa 'smartphones'?) y al consecuente refuerzo de las clases, el poder y la autoridad existentes (¿quién limpia?).

¿Es la tecnología inherentemente política? “Hay quien dice que no”, afirma Styles. “Pero yo creo que sí. Es acceso al conocimiento e integración y hay gente que la tiene y gente que no. Está relacionada con la situación política y económica. Creo que deberíamos estar enfadados”. En un reciente y extenso artículo, un millonario advertía a sus iguales: “el 99,99% están afilando los cuchillos y vienen a por nosotros”.

“Es una pelea por un problema: desigualdad y distribución de la riqueza, ricos haciéndose más ricos y pobres, más pobres”, continúa ella. “Tu tiempo no puede valer tanto más que el de otra persona. Es el valor de una sociedad dictada por el mercado. Tenemos la oportunidad de que no sea así, de hacer innovación que importe. ¿Estamos jugando o estamos transformando las vidas de la gente?”.

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Las imágenes que ilustran este artículo han sido realizadas por Boris Jódar para HojaDeRouter.com, salvo el mapa de Tech City Map y la foto de Tech City Stars

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