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¡Defíneme si puedes! La RAE, toda una vida persiguiendo a la tecnología

Aunque el uso de un tecnicismo se extiende con rapidez, su inclusión en el diccionario va precedida de un lento análisis lingüístico

Lucía Caballero / Pilar Chacón

Si existiera un baúl de los recuerdos del léxico español, estaría repleto de pesados volúmenes. En él podrías encontrar la primera edición del Pequeño Larousse Ilustrado y los 72 robustos tomos de la enciclopedia Espasa original, que llegó a las librerías de nuestro país en 1930.

También habría sitio para lo digital, por supuesto, aunque en su versión más arcaica. En 1993, Microsoft decidió comprimir lo que hasta entonces ocupaba estanterías y estanterías en un disco de 0.75 por 120 milímetros: había nacido la Encarta. En 1997 por fin salió a la venta la edición en castellano, por un precio que rondaba las 24.000 pesetas. Se estimaba que la información de aquella enciclopedia interactiva equivalía a más de un metro de libros. Además de conocimiento, los hogares españoles habían ganado espacio.

Los medios se hicieron eco de la noticia. Alrededor de 10 millones de palabras, acompañadas de miles de fotografías, mapas e incluso actividades; todo ello recogido en un único 'CD Rom'. Porque era así como aparecía en la prensa: 'CD Rom'. Si buscas el término en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (el DRAE), encontrarás que la palabra ha cambiado, las mayúsculas han ganado terreno y un guion ocupa ahora el espacio intermedio. Según la RAE, se escribe CD-ROM. Curiosamente, también está admitida cederrón.

“Las palabras nacen, crecen, se reproducen y mueren”, asegura a HojaDeRouter.com Guillermo Rojo, lingüista y miembro de la Comisión de Vocabulario Científico y Técnico de la academia. Hace ya dos semanas que el organismo publicó la tradicional edición en papel del manual, que elabora junto con el resto de academias de Hispanoamérica y Filipinas. Tiempo suficiente para que le hayan llovido críticas por algunas de las novedades que incorpora.

La inclusión de nuevas palabras en el manuscrito no siempre va acorde a los tiempos que corren fuera de sus páginas, y más en un área donde la aparición de nuevos términos es casi constante. “Desde la edición de 2001 han pasado 13 años durante los que la tecnología ha cambiado muchísimo”, recuerda Judith González, filóloga, lingüista y miembro de la Fundación del Español Urgente (Fundéu).

“Tampoco se trata de estar a la última, la postura de las academias es un poco más prudente”, explica Rojo. Tienen que esperar para ver la aceptación general que tienen los vocablos, sobre todo cuando vienen de otros idiomas. “Lo que es mayoritario hoy puede no serlo dentro de seis meses, por lo que en muchas ocasiones ha habido que volver atrás y revisar de nuevo muchos términos”, dice Rojo.

¿Calculadora, ordenador o computador?

Si hay un vocablo que represente a las (ya no tan) nuevas tecnologías, ese es ordenador. Una “máquina electrónica dotada de una memoria de gran capacidad” que utiliza automáticamente “programas registrados en ella”, según el DRAE. El término, sin embargo, no es coetáneo a los primeros aparatos.

Uno de ellos, construido por ingenieros de la Universidad de Hardvard en 1944, fue bautizado como Mark I o ‘Automatic Sequence Calculator’. El término ‘calculator’ apareció mucho antes que ‘computer’, y lo mismo ocurrió con sus equivalentes en castellano. En el diseño del enorme armatoste metálico participó José García Santesmases, un físico catalán que trajo con él lo aprendido al otro lado del charco: junto con un equipo de científicos, fabricó en 1953 la primera calculadora electrónica analógica española (más grande que una televisión) en el Instituto de Electricidad de la Universidad Central.

La palabra calculadora siguió utilizándose para nombrar a estos gigantes durante los años 60 y 70, hasta que se extendió su apelativo actual. Ordenador no aparece en un diccionario de informática publicado en castellano hasta 1972, cuando se incluye en el 'Diccionario-Glosario de Proceso de Datos Inglés-Español' de la multinacional IBM. No obstante, el vocablo no se inventó en España. Viene del ‘ordinateur’ francés, al igual que ‘informatique’, ambos surgidos en el país galo a principios de los años 60.

“Cualquier equipo de lexicógrafos tiene que mirar los diccionarios de otros países. Italianos, franceses, alemanes, ingleses...”, explica Rojo. Acuden a los generales y a los más técnicos. Uno de los más recurrentes es el de Oxford. “Muchas novedades del ámbito tecnológico vienen del mundo anglosajón, por eso los anglicismos son una fuente muy importante de enriquecimiento lingüístico”, afirma González.

Una palabra de altos vuelos

Es el caso de ‘drone’, definido en el manual inglés como “avión o misil pilotado por control remoto”. “Desde Fundéu, primero intentamos traducir el término como avión no tripulado”, explica la filóloga, pero observaron que el anglicismo no desaparecía de las referencias en prensa. “Entonces propusimos la alternativa dron, que cumple las normas morfológicas del español”. Y acertaron: dron ha aterrizado por fin en el DRAE.

A la comisión de la que Rojo forma parte llegan las propuestas de nuevas palabras, así como las que están pendientes de revisión porque “ya están envejecidas o tienen una acepción que no es la más adecuada”. Las solicitudes pueden tener diferentes orígenes: “En la página web de la academia hay una parte donde cualquier persona puede enviar una sugerencia al instituto de lexicografía, donde la estudian y la mandan al grupo correspondiente”, dice el lingüista.

Después, “se hace una proposición formal, un estudio técnico lexicográfico y se elabora la definición”, detalla el miembro de la academia.

“Cuando la comisión no cuenta con una persona con el grado de conocimiento suficiente en el área, recurrimos a una fuente externa”, prosigue. Los términos técnicos tienen un problema extra a la hora de redactar su significado. “No se puede dar una definición muy complicada porque el diccionario no es para especialistas, sino para personas de cultura media. Por eso nos fijamos en textos de la lengua corriente, principalmente de prensa”.

Trabajan con los bancos de datos o corpus, que almacenan millones de palabras de diversa procedencia. “Ahora estamos con el CORPES XXI, que cuenta con 200 millones de formas”, prosigue.

Uno de los nuevos fichajes ha sido internet. Rojo afirma que, aunque la palabra “no estaba en papel porque no se había impreso ningún diccionario desde 2001”, sí se encontraba a disposición de los usuarios en la página de la RAE. El término se introdujo en inglés con el desarrollo del protocolo TCP/IP (de ‘Transmission Control Protocol/Internet Protocol’), explicado por primera vez en un artículo de 1974. Sin embargo, no se extendió hasta mucho después. Por aquel entonces solo existía ARPANET, su más remoto antepasado, y todavía faltaban muchos años para que Tim Berners-Lee inventara, en 1989, la ‘World Wide Web’.

Precisamente la palabra web sí estaba incluida antes de 2001, pero ahora se le añade otra acepción. Además de “red informática” y “página web”, también significa “sitio web”.

De los bares a las pantallas de ordenador

A finales de los 90, cuando millones de hogares ya estaban conectados a la red global, hizo su aparición MSN Messenger. La plataforma brindó a los internautas una forma rápida de comunicación: los mensajes instantáneos. Ya podían chatear, según la segunda definición de la palabra, recién introducida en el nuevo diccionario, al igual que el término chat. Antes, los que chateaban no se sentaban ante un ordenador, sino en la barra de un bar. El verbo solo significaba “beber chatos (de vino)”.

También en la última década del siglo XX, el escritor estadounidense Jorn Barger acuñaba el término ‘weblog’ que, un par de años después, el experto en comunicación Peter Merholz dividiría en su página personal (‘we blog’). De ahí se pasó a su forma más sencilla: blog, otro recién llegado al DRAE. Las primeras 'bitácoras' españolas (y lo ponemos entre comilla simple porque el diccionario no recoge esta palabra como sinónimo de blog) aparecieron alrededor del año 2000. Algunos ejemplos son Terremoto.net (aún operativo) y Claudia-p.com, donde una joven madrileña contaba al mundo sus vivencias. Desde entonces, el fenómeno del ‘blogging’ se ha extendido, con una amplia comunidad de blogueros y blogueras.

La compañía Intel incorporaba el wifi en sus procesadores en 2003, con lo que se generalizaban las conexiones a redes inalámbricas. El término solo ha tenido que esperar seis años para entrar en el vocabulario que recoge la academia, y lo ha hecho directamente a su versión impresa, porque aún no está en la digital.

Un año después, el gobierno británico reconocía al artista catalán Neil Harbisson como el primer ‘cyborg’ de la historia. Manfred Clynes, un científico e inventor austríaco, fue el primero en proponer la palabra para designar a un híbrido entre hombre y máquina. Lo hizo en su artículo ‘Cyborgs and Space’, publicado en la revista Astronautics en septiembre de 1960. En España, Harbisson es hoy un cíborg.

La era de las tecnologías de la comunicación y la información había llegado para quedarse, pero, si algo facilitó su instalación, fue sin duda la aparición de los grandes mandamases, los que trajeron consigo todo un modo de vida digital. Facebook nació en la Universidad de Hardvard en 2004; dos años después, el pájaro azul de Twitter anidaba en las pantallas de medio mundo y, en 2009, Whatsapp revolucionó el mundo de las aplicaciones móviles de mensajería instantánea.

Uno de ellos ya ha dejado su huella en el diccionario. “Twitter no está porque es un nombre propio, tuit es un sustantivo común y tuitear el verbo”, dice Rojo. También aparece tuitero. Todas las formas derivadas de lo que en realidad es el calificativo de una empresa. “En todos los casos de palabras que dejan de ser una marca, para convertirse en términos genéricos se indica esta procedencia en el apartado de etimología”, explica el lingüista y pone el ejemplo de clínex: “La gente pide clínex y ya no se fija en la marca de los pañuelos que le dan”.

La palabra hacker, que también figura en las páginas del nuevo diccionario de la academia, nació en realidad en los años 60, entre las paredes del MIT (como no podía ser de otra manera). No lo hizo en sus laboratorios, ni en los pasillos, sino en un club universitario de amantes de las maquetas de trenes: el Tech Model Rail Road Club.

Los miembros de la comunidad utilizaban el término para designar a los que solucionaban de forma efectiva un problema de sus creaciones.

El DRAE, sin embargo, define actualmente a los hackers como “piratas informáticos”. Una denominación que no parece haber gustado un pelo a la comunidad de expertos en seguridad informática.

Rojo admite que quizá la definición sea errónea. “Son 93.000 entrada y 200.000 acepciones. Es inevitable que haya descuidos y deslices”, defiende. Y añade: “la palabra hacker ha ido cambiando de significado y puede que lleve mucho tiempo sin ser revisada”.

Acierten los académicos o no con los fichajes, la historia continúa y la tecnología sigue avanzando a marchas forzadas, por lo que habrá que pensar ya en las incorporaciones de la nueva temporada. “Los diccionarios son solo un punto en el camino de la evolución de una lengua”, afirma González.

Términos como ‘link’ y ‘clicar’ tendrán aún que esperar a la vigésimo cuarta edición para conocer su destino (si los volúmenes del DRAE no acaban antes en el baúl de los recuerdos, desplazados por la versión digital). Mientras tanto, lo correcto es hacer clic en los enlaces. Y compartirlos, que para eso no hace falta traducción.

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Las imágenes de este reportaje son propiedad, por orden de aparición, de Alessandro Vernet, Steve Jurvetson, Lima Pix, Campus Party Mexico y TMRC/MIT.

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