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El primer coche español acabó vendido a un chatarrero (y su inventor, en la ruina)

Francisco Bonet (el segundo por la derecha) subido en el triciclo que construyó en 1890

Cristina Sánchez

“El carruaje que vimos funcionar ayer es de tres ruedas, colocadas dos en la testera y otra en la parte posterior, capaz para tres personas, de aspecto ligero y elegante, iba movido por un motor de la fuerza de un caballo, vencía sin dificultad todas las curvas y una pendiente de seis a ocho kilómetros. Su velocidad es de doce kilómetros por hora”.

El 15 de abril de 1890, La Vanguardia describía en esos términos al “veloz Bonet”, un novedoso “carruaje de movimiento automático” que, dotado de un motor de explosión, podía ser una opción para desarrollar vehículos “sin el auxilio de la fuerza animal” mucho mejor que los motores de vapor. Sin duda, que un artefacto de aquellas características discurriera por las calles de Barcelona era toda una novedad. No en vano, los españoles aún no tenían ni radio, ni cinematógrafo ni televisión, y el alemán Karl Benz había patentado su automóvil con motor de combustión interna Karl Benz su automóvil con motor de combustión interna tan solo cuatro años antes.

El Diario Oficial de Avisos de Madrid o El País (un “diario republicano-progresista” de la época) también se hicieron eco del curioso invento de un industrial catalán que no solo fabricó aquel vehículo, sino que lo patentó previamente. “El primer automóvil español con motor de explosión es el Bonet” afirma Salvador Claret, un coleccionista de automóviles que ha estudiado con detenimiento el origen de este carruaje que asombró a los viandantes de la Ciudad Condal.

El catalán que patentó un vehículo sin caballos

Francisco Bonet i Dalmau era un adelantado a su época: estudió ingeniería industrial, era profesor de música (enseñaba a cantar a los niños de su barrio) y tenía cierto don para las innovaciones y los negocios. Nacido en Valls (Tarragona), sus padres se habían dedicado a la industria textilindustria textil, un negocio que él había continuado guiado por su pasión por la mecánica. De hecho, importó las novedosas máquinas tricotosas a su fábrica e incluso patentó en 1883 un sistema para perfeccionar los telares mecánicos.

En 1889, el ingenioso empresario quedó impresionado por un invento diferente mientras visitaba la Exposición Universal de París: el Einspur, un motor monocilíndrico de Daimler con un caballo de potencia. La compañía alemana se había valido del apodado como “motor milagro” para construir la primera motocicleta de la historia, además de dos lanchas motoras, un tranvía y el generador de luz que permitía encender las 30 bombillas de su puesto en la feria. Daimler compartía aquel espacio con Panhard & Levassor, la empresa francesa que obtuvo la licencia para fabricar el motor de Daimler en el país galo. 

El industrial catalán, que por entonces ya era un cincuentón, decidió comprarlo con la idea de diseñar el primer coche que se valiera de él en España.“Bonet no construyó el Bonet pensando que fabricaría 25 porque sus amigos le pedirían uno; Bonet fabricó el vehículo pensando que, si esto se patentaba y tenía la patente para España, sería un buen negocio”, indica Claret a HojaDeRouter.com.

Buena muestra del interés del empresario por conservar los derechos de sus creaciones es el hecho de que su propio hijo abriera una Oficina Técnica de Propiedad Industrial en Barcelona. Francisco solicitó el 12 de diciembre de 1889 la patente de invención de “un aparato [vehículos] de varias ruedas movidos por motores de explosiones”, según figura en el expediente que aún conserva la Oficina Española de Patentes y Marcas. Además, patentó unas lanchas y unas “bombas de todas clases” accionadas por dichos motores.

En la memoria del automóvil, que entonces no se conocía como tal, Bonet aludía a la necesidad de “obtener carruajes dirigidos por el mismo paseante” para reemplazar “a los animales de tiro”. Junto con el documento, se incluían los planos de un vehículo de cuatro ruedas mucho más complejo que el que finalmente construyó.

Paseando en triciclo por Barcelona

El empresario catalán no contaba en Barcelona con los expertos que hubiera necesitado para construir el diferencial que figuraba en sus planos. “No hay nadie que se lo pueda construir, no hay nadie que le resuelva el problema de un diferencial que él ha dibujado, ha dibujado una cosa en la patente que no se podía realizar porque no había mecánicos aquí para hacerlo”, detalla Claret. “Como no había quién lo fabricase, tiene que adaptar su automóvil a lo que buenamente podía hacer”.

Aunque La Vanguardia revindicó en 1914 que “el ingenio de Bonet triunfó de todo” o que “luchó heroicamente con mil dificultades” para llevar a cabo su invento, lo cierto es que renunció en poco tiempo a fabricar un cuatriciclo. Al igual que Benz, acabó construyendo un vehículo de tres ruedas. En lugar de utilizar un carruaje, se valió de un chasis de hierro creado ‘ex profeso’ para la ocasión que unía dos asientos mediante ballestas y prescindió del diferencial.

Para que el rudimentario vehículo pudiera arrancar, Bonet se inspiró en las máquinas textiles: el conductor accionaba un pedal con el pie que tensaba o destensaba una correa que unía una polea, situada a la salida del cigüeñal del motor, con otra de mayor tamaño unida a la rueda posterior, que tenía movimiento de avance o retroceso. El artefacto carecía de volante, pero una suerte de manillar posibilitaba el movimiento y la dirección del vehículo. La escasa velocidad que alcanzaba el triciclo hacía que no fuera necesario añadirle frenos en aquel momento.

Manuel Bertrand, un eminente empresario barcelonés; Josep Pascual, el mecánico que ayudó a fabricar el vehículo; además del padre de la soprano Josefina Huguet, a la que Bonet dio clases de canto, fueron retratados junto al orgulloso industrial a lomos de aquel novedoso triciclo en la única fotografía que se conserva.

No solo la prensa, defensora de que el Bonet estaba “llamado a producir una revolución en los medios de locomoción”, lo vio en marcha. El vehículo también discurrió por las calles de Barcelona, entre ellas el paseo de Gràcia, “en medio de ruidos estridentes, humo y olor a quemado”, tal y como ha descrito el propio Claret en un artículo de la revista 'Eix. Cultura Industrial tècnica i científica' publicada por el Museu de la Ciència i de la Tècnica de Catalunya. 

Obviamente, el invento generó gran expectación entre los transeúntes: una gran multitud seguía atónita a un carruaje movido por sí mismo, lo que en aquel momento parecía una fantasía. “¡Es el hombre del coche sin caballos!”, gritaban por las calles de Barcelona, según describe el libro ‘Historia del automóvil en España’. De hecho, dos hermanos de corta edad que aseguraron haber visto un coche maravilloso que circulaba sin corceles fueron severamente reprendidos por sus parientes, que pensaron que se trataba de un embuste. Ahora bien, según la documentación recogida en el Museo de Historia de la Automoción de Salamanca, las reacciones de los barceloneses fueron “variopintas”, y para muchos solo causó “indiferencia”.

Haber patentado y construido ese triciclo no hizo que Bonet se hiciera rico con su invento. “Patenta una cosa que es totalmente impensable, patenta un automóvil. Esto no se puede hacer, el automóvil no se ha patentado nunca”, señala Claret. Precisamente un lustro después de que el catalán construyera su invento, el abogado George Selden solicitó en Estados Unidos la patente de un vehículo movido por motor de gasolinasolicitó en Estados Unidos la patente que no llegó a construir. Aunque los fabricantes de automóviles accedieron a pagarle, Henry Ford se plantó. El padre de la producción en cadena ganó al letrado en los tribunales: solo los vehículos iguales al vehículo de Selden debían pasar por caja.

Del mismo modo, la patente de Bonet no obligaba a que otros fabricantes españoles le pagasen: nadie desarrolló un automóvil inspirándose en el suyo. En 1900, de hecho, se matriculaba el primer automóvil en España: un cuadriciclo Clément de Palma de Mallorca. Cuatro años después, nacía en Barcelona la compañía Hispano-Suiza, considerada el primer fabricante de vehículos patrio.

Según ha podido averiguar Salvador Claret, el triciclo Bonet acabó vendiéndose a un chatarrero. La vida del inventor, “un personaje singular” en palabras de este coleccionista, tampoco terminó bien. Despreciado por su familia (vivía separado de su esposa), acabó arruinado pese a la fortuna que había amasado con su empresa textil.

Finalmente, se suicidó en casa de la que fuera su mujer en 1898, el mismo año en el que España se despedía de sus últimas colonias de ultramar. El Liceo de Barcelona le dejó a deber 300.000 pesetas, toda una fortuna en aquella época y una muestra de las excentricidades de este inventor que malvivió por subvencionar un teatro.  

Recreando los triciclos Bonet

Es una gloria para Cataluña haber contado entre sus hijos ilustres a quien desde tan antiguo y sin otros fundamentos que su clarividencia, pudiera prever el actual desarrollo del automovilismo que constituye, sin duda, una de las características más salientes de la vida moderna”. La Vanguardia dedicó estas palabras al “precursor catalán del automovilismo” en 1914. El experto en automóviles antiguos Salvador Claret también defiende que hay que considerar a Bonet como una figura muy relevante en la historia de la automoción en España.

Sin embargo, su figura quedó olvidada hasta que su invento cumplió un siglo. A principios de los 90, la Dirección General de Tráfico se puso en contacto con Claret para pedirle que fabricara una réplica de aquel peculiar triciclo, el pionero de los automóviles en España y uno de los primeros de Europa. Tras estudiar la correspondencia de Bonet con la compañía Panhard & Levassor, analizar la patente del inventor y basarse en unos planos publicados en la revista Radio Barcelona allá por 1937, este reputado coleccionista de automóviles se puso manos a la obra.

“Fui a Mercedes Benz, compré dos motores para hacer dos réplicas y así empecé todo el proyecto”, rememora. Una de ellas salió a pasear por las calles de Barcelona, entre ellas el Paseo de Gràcia, provocando la sorpresa de los viandantes como ya había logrado el original un siglo antes.

Ahora, las recreaciones siguen a buen recaudo: una de ellas puede contemplarse en el Museo de Historia de la Automoción de Salamanca y la otra pertenece a la Colección de Automóviles de Salvador Claret en Girona, temporalmente cerrada al público. Dos triciclos que preservan la memoria de un pionero que entendió que los coches eran el futuro.

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Las imágenes de este artículo han sido cedidas por Salvador Claret (1,3 y 4) y el Museo de Historia de la Automoción de Salamanca (5). 

Con información de 'Francesc Bonet, precursor de L'Automòbil'. Publicado en Eix. Cultura industrial, tècnica i científica, núm. 2, noviembre de 2016. Editada por el Museu Nacional de la Ciència i de la Tècnica de Catalunya i Sistema Territorial del mNACTEC.

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