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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
Sobre este blog

Interferencia (Wikipedia): “fenómeno en el que dos o más ondas se superponen para formar una onda resultante de mayor o menor amplitud”.

Interferencias es un blog de Amador Fernández-Savater y Stéphane M. Grueso (@fanetin), donde también participan Felipe G. Gil, Silvia Nanclares, Guillermo Zapata y Mayo Fuster. Palabras e imágenes para contarnos de otra manera, porque somos lo que nos contamos que somos.

¿Y ahora qué tripa se os ha roto con la Constitución?

Carta por la Democracia, por Clismón.

Silvia Nanclares

El universo político nacido en la Transición funciona aún como una familia. Como una familia española. Como una mafia.

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Al nacer, se corta el cordón umbilical del bebé con lo anterior, se hace un nudo, el nudo cicatriza, protege sus tripas del exterior. Pero el nudo es frágil y se puede romper.

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“La primera regla del Club de la Familia es: Nadie habla sobre el Club de la Familia”.

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La noche del 23F mi padre estaba en Japón. Esta es otra historia, pero, básicamente, había que equipar a un país entero para la era de la comunicación, había que formar técnicos y tecnócratas y mi padre era uno de ellos. No era un progre, era un ingeniero aplicado al servicio de la modernización de un Estado. Un día, muchos años después, encontré una carta en un cajón, sobre de papel cebolla, un ribete en rojo y azul: BY AIRMAIL/PAR AVION. Era 1981 y las conferencias telefónicas eran carísimas, siquiera viables, amén de la diferencia horaria. En ella, mi padre le contaba a mi madre el susto que había pasado las 24 horas que estuvo sin saber qué había pasado exactamente en el Congreso. También le decía que le daba mucha pena haberse perdido mi sexto cumpleaños.

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Como el protagonista de El Club de la Lucha (seguro que todas habéis visto la película), Chuck Palahniuk recorría grupos de apoyo para enfermos y familiares suplantando identidades de personas afectadas. De ahí nació la historia de Tyler Durden y su alter ego, el tipo que iba a las reuniones de grupos de apoyo para enfermos terminales con el fin de sentirse mejor y atenuar la falta de sentido de su vida.

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Una vez hice un ejercicio de escritura con un profesor argentino, Rafael Spregelburd, que a su vez se lo había copiado a Sarah Kane. Se llamaba el Atentado Autobiográfico. Todos los de la clase nos miramos. Hacía tres días habían matado a un juez del Supremo en su portal de la calle Menorca, a tres calles de la escuela. La palabra atentado era una de las palabras con las que habíamos crecido. Sin más. Era rara usarla fuera de contexto. Ahora, esa es la técnica que más uso para escribir: coges tus experiencias reales y les aplicas en los bajos el amonal de la ficción. Funciona.

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El día del golpe recuerdo que nos mandaron a casa. Los hermanos mayores se llevaban a los pequeños y como casi todas las madres trabajaban en casa, el cole se quedo vació a media mañana. También recuerdo el día que cogieron a Paquirri. Y los confundo. Recuerdo un vídeo de color marrón en el que el torero decía en la enfermería: “La herida tiene dos trayectorias”. Para mí, Tejero y Paquirri eran satélites de una misma constelación incomprensible: la de los mayores.

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“Más cornás da el hambre”, y otras frases hechas, decía siempre mi abuelo en la sobremesa, asombrado por la cantidad de envoltorios que éramos capaces de generar en un solo día. Crecimos escuchando discusiones y aprendiendo a discutir acaloradamente al amor de la lógica de los bandos, que para entonces ya se había traducido en el bipartidismo. Una mitad odia siempre a la otra mitad. Es fácil. También así se aprende a ir cada uno a lo suyo, como si todos los demás fueran del equipo contrario.

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Hace tres días estuve en urgencias de la Fundación Ruiz Giménez. Me hacen pasar sola. Me dicen que tengo una hernia umbilical. Básicamente, que el nudo se ha roto. Que te vas a tener que operar. Me ponen un gotero de Diazepán. Porque me van a hacer daño. Quieren reducirla a mano, para ver si pueden evitar la operación. Cuando yo ya estoy cantando: “No sé qué me das, que me hace volar”, vuelve el cirujano y, efectivamente, me hace ver las estrellas. Lloro porque estoy sola. Me cambian el gotero. “De vivir, no más, se desgastan los tejidos”, dice el médico. Y se va. Yo doy gracias a la Marea Blanca mientras continúa el colocón y me traen el alta.

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También recuerdo el día que dimitió Adolfo Suárez. Y la tensión. Mi abuelo fumando. En verdad, no sé si lo recuerdo o he visto tantas emisiones posteriores de ese momento que mi cabeza ha construido un recuerdo con todas ellas.

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Tengo unas amigas que han nacido en el año 88. Tienen un grupo que se llama M.A.M. (Miguel Angel Mainstream). El nombre hace referencia a Miguel Ángel Blanco, quien, en 1997, pasó de mártir político a mito de la cultura de masas después de un concierto imposible en Las Ventas donde un Nacho Cano con las manos muy blancas (guiño-codazo) gritaba, entre otras consignas: “Más alto, que nos oiga Miguel Ángel”, ante un alucinado Federico Trillo y otros tantos de la plana mayor del aznarato. El día en que no se sabía qué iba a pasar con Miguel Ángel Blanco, yo tenía 22 años, me acababa de ir de casa y pasaba mil de la política. Ya no creía en nada. A ver: los dos únicos presidentes que había conocido eran Felipe y Aznar. Felipe. Aznar. Mis amigas entonces tenían 9 años. Una de ellas, ese día, en concreto, estaba haciendo la comunión. Su padre era militar y todos los días miraban los bajos del coche antes de montarse para ir al colegio.

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“La quinta regla del Club de la Lucha es: Solo una pelea cada vez”.

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Hoy, mi padre tiene Parkinson. Dos miércoles al mes, mi madre y yo vamos a la Asociación de Parkinson a hacer terapia de grupo para cuidadores. Cuidadoras. Porque todas las del grupo son señoras. Bueno, no, hay un señor que se llama Primitivo que cuida a su mujer. Esta enfermedad es complejísima, pero básicamente consiste en que tu cerebro deja de segregar dopamina, una sustancia básica para engrasar todo el sistema nervioso y cuya ausencia produce deterioro motor y, a la larga, cognitivo. Acompañar esta enfermedad es vivir en un duelo constante. Se pierden lentamente aspectos de la persona que querías y conocías, aunque puedes ganar otro tipo de vínculos basados en la relación de cuidado y apoyo. Uf.

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“La séptima regla del Club de la Lucha es: Cada pelea durará el tiempo que sea necesario”.

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Una vez, en Juvenalia, gané un concurso de pintura, categoría medianos. Temática: la DEMOCRACIA. Juvenalia era una feria para niños que montaban en el Palacio de Congresos durante las vacaciones de Navidad. Un sitio muy loco donde igual te ponías hasta arriba de donuts gratis en el stand de Panrico o bajabas por una tirolina en el de las Fuerzas Armadas. Dibujé con rotuladores una casa muy grande. De ella salían muchos niños, señores de corbata, perros, madres, policías y hasta saltimbanquis (?). En la puerta había un árbol y un libro muy grande abierto. También recuerdo que dibujé un guardia civil con una pistola y un pastor alemán (supongo que ese año había visto muchas imágenes en loop del atentado de Hipercor). Sí, amigas, ese libro era la Constitución. Vamos, que solo me faltó poner una urna y un voto y titularlo “La Fiesta de la Democracia”. Estaba claro que conmigo, el trabajo de lavado de cerebro de la cultura del consenso había dado en la diana. No en vano mi colegio lo había inaugurado el mísmisimo Peces Barba y fui de las primeras generaciones en disfrutar del Puente de la Constitución (un básico, si quieres propiciar vínculos inmediatos con algo, invéntate una fiesta). El premio del concurso: dos entradas para una sesión en los multicines de La Vaguada. Ocio y socialdemocracia, dos de los pilares de nuestra educación.

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Según Palahniuk, el éxito de El Club de la Lucha radica en que la historia presenta una estructura para que la gente, en concreto hombres, se reúnan. La gente quiere historias que cuenten que eso es posible: hacer cosas con gente. Aunque sea pelearse ordenadamente.

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Por suerte para él y en parte por todo ese tiempo pasado en Japón, mi padre cobra ahora la pensión máxima. Pero gracias a detalles como el Artículo 135 de la Constitución Española (modificado en el BOE el 27 de septiembre de 2011 ), cuyo punto 1 dice: “Todas las Administraciones Públicas adecuarán sus actuaciones al principio de estabilidad presupuestaria”, sabe que probablemente en breve y en virtud de ello, su pensión podrá ser congelada. Gracias a ese pequeño añadido a la Constitución, desde el otoño pasado, ha empezado a tener que pagar el 20% de sus medicamentos mensuales, cuya suma asciende, como podéis imaginar, a una cantidad considerable. Ahora espera también una media de 8 minutos entre metro y metro y, visto lo visto, ha empezado a ahorrar algo para que sus nietas puedan ir a la universidad. Me da cosa preguntarle si se siente estafado. Lo que he aprendido es que el libro que dibujé en Juvenalia, esa simpática y aparentemente intocable Constitución, afecta a nuestra vida diaria mucho más allá de los solemnes conceptos que parece recoger. Por eso parece importante que la metamos de una vez en casa y empecemos a imaginar añadidos, tachones y prácticas que aterricen toda la abstracción. Ahora.

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“La octava regla del Club de la Lucha es: Si esta es tu primera noche en El Club de la Lucha..., TIENES que pelear”.

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Durante los diez primeros años de la enfermedad del Parkinson, vives lo que se conoce como luna de miel, gracias a las rentas de dopamina que quedan en tu organismo y a la ayuda de la Levodopa (un medicamento cuyo descubrimiento cuenta la película Despertares, seguro que también la habéis visto). A los diez años, los almacenes y el andamiaje de tu bienestar se secan. Empieza lo jodido.

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“En el Club de la Lucha, luchas contra todas las cosas que odias en esta vida”.

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En el encuentro de cuidadores de ayer, la psicóloga dijo: “Tenéis que elegir qué batalla queréis librar. Y afrontar esto de forma colectiva”. Yo me acordé del sexto punto de los 13 consejos para escribir de Palahniuk. Dice así: “Utiliza el escribir como una excusa para hacer una fiesta cada semana, incluso aunque llames a esa fiesta, taller. Cada vez que pasas tiempo entre otra gente que valora y apoya la escritura, eso compensará esas horas que gastas a solas, escribiendo. Cuando llegues al final de tu vida, confía en mí, no mirarás atrás y saborearás los momentos que pasaste a solas”.

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Los dibujos de Clismón que acompañan la Carta por la Democracia, como el que abre este artículo, son como una especie de reverso luminoso y crítico de esa paz social sin aristas y publicitaria que nos dieron a muchas para desayunar. También muestran la posibilidad de volver a imaginar, dibujar y escribir ciertas cosas, incluso con todo lo que sabemos, lo que ya hemos visto hacer(nos).

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“No quiero morir sin tener cicatrices”.

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Yo no sé qué pasará cuando llegue 2018 y se cumplan diez años del crack financiero. Cuando se (nos) acaben las reservas. De esto no se habla. No se habla de tantas cosas. En las familias hay muchas cosas que no se hablan. Ya está el diazepán y las terapias a lavar los trapos sucios de lo que no se puede decir. Sí sé que, al igual que los tejidos, los libros se desgastan, que los padres se transforman hasta casi desaparecer, que te haces mayor y conoces a gente más joven y más inteligente que sabe más porque sabe menos. También sé que se puede aprender a jugar en el mismo equipo, por más que siempre haya algún chupón. Que los mitos del cerebro reptil que creció sin creer en nada también se pueden volver a dibujar. Y que los ombligos se recomponen. No es sólo una metáfora, mañana mismo tengo cita con la cirujana de la Seguridad Social.

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Interferencia (Wikipedia): “fenómeno en el que dos o más ondas se superponen para formar una onda resultante de mayor o menor amplitud”.

Interferencias es un blog de Amador Fernández-Savater y Stéphane M. Grueso (@fanetin), donde también participan Felipe G. Gil, Silvia Nanclares, Guillermo Zapata y Mayo Fuster. Palabras e imágenes para contarnos de otra manera, porque somos lo que nos contamos que somos.

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