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El alcalde de Jerusalén: “La ciudad no será la capital de un Estado palestino porque es indivisible para los judíos”

El alcalde de Jerusalén, Nir Barkat

Ana Garralda

Jerusalén —

“Israel es un gran socio para buscar la paz en el mundo, pero también sabemos defendernos”, afirmó este jueves el alcalde de Jerusalén, Nir Barkat, durante la recepción que el Ayuntamiento de la ciudad ofreció al presidente de Guatemala, Jimmy Morales, y a la nutrida delegación que le acompañababa. El pasado miércoles el premier guatemalteco inauguraba, junto a su homólogo israelí, Benjamín Netanyahu, la nueva misión diplomática que su país tendrá en Jerusalén.

Después de Estados Unidos, Guatemala es el segundo país del mundo en trasladar su embajada a Jerusalén. “No es coincidencia que esto sea así, porque siempre estuvisteis entre los primeros”, decía el primer ministro israelí durante la inauguración de la delegación diplomática. Se refería así al apoyo que históricamente Guatemala ha brindado al Estado de Israel, siendo el primer país del mundo –le seguiría Estados Unidos– en reconocer al recién creado Estado el 14 de mayo de 1948.

Amistad, fraternidad, lealtad o paz fueron palabras que repitieron todos los participantes en el acto, aunque en ningún momento se mencionó lo ocurrido el lunes pasado, jornada esquizofrénica en la que por un lado Ivanka Trump hacía los honores destapando la placa de la nueva embajada estadounidense en Jerusalén; por otro, la imagen de la muerte llegaba desde Gaza con decenas de gazatíes abatidos a tiros por francotiradores israelíes que utilizaron munición real.

“Sí, sabemos defendernos”, decía Nir Barkat desde el hall de uno de los edificios del conocido como Parque Tecnológico Malha de Jerusalén, que albergará la nueva sede de la misión diplomática de Guatemala, poco después de expresar lo “increíblemente feliz” que estaba por su apertura en la ciudad. El alcalde se adelantaba así a la inevitable pregunta de los periodistas, consciente de la repercusión mediática que la “masacre” de Gaza –término utilizado por el primer ministro palestino, Rami Hamdala– ha tenido en todo el mundo.

“A la gente de Gaza le diría que en lugar de invertir tiempo en el terrorismo y en intentar penetrar nuestras fronteras, por qué no dedicáis vuestra energía a mejorar la calidad de vida de la gente y cooperar con el Estado judío”, prosiguió. “Os irá mejor”, añadió.

El traslado de la discordia y la muerte

“Nuestra mayor esperanza es la paz”, decía el presidente norteamericano, Donald Trump, en el mensaje televisado que envió desde Estados Unidos con motivo de la inauguración de la embajada de su país en Jerusalén. Pero su misiva virtual no pudo quedar más desacreditada ante la estampa de muerte y violencia que, a la misma hora, llegaba desde la Franja de Gaza.

Allí, el movimiento islamista Hamás había llamado a los gazatíes a acudir en masa a la valla fronteriza con Israel en protesta por la inauguración de la embajada de Estados Unidos, para denunciar los casi once años de bloqueo israelí y como colofón de las llamadas Marchas del Retorno, que arrancaron el pasado 30 de abril coincidiendo con el Día de la Tierra palestino. Ocho semanas que han dejado un centenar de muertos y más de 8000 heridos, de los que cientos han quedado con lesiones graves o minusvalías.

Más miseria y dolor que empeoran la situación en un enclave costero donde, según las organizaciones humanitarias, se dispara el número de suicidios a pesar de estar prohibido por el Islam y de la estigmatización social que genera en una sociedad profundamente conservadora.

Pero Donald Trump cumplía otra de sus promesas de campaña, a sabiendas de la ola de violencia que generaría y en su afán por llegar, le pesara a quien le pesara, al número uno en la lista de logros de sus predecesores en la Casa Blanca, en especial, Barack Obama.

Igualmente sus bases, incluidos judíos estadounidenses del ala más conservadora y los caucus de cristianos evangélicos –con su vicepresidente, Mike Pence, como su principal vocero en la Casa Blanca– también han jugado un papel determinante en el traslado de la embajada de Estados Unidos a Jerusalén, una promesa incumplida –dadas las graves consecuencias que podía tener– por todos los presidentes norteamericanos, republicanos, pero también demócratas, y que él ha decidido poner en práctica.

Un traslado que dinamita las ya mínimas posibilidades de que el liderazgo de la Autoridad Nacional Palestina aceptase recuperar el tradicional papel de mediación de Estados Unidos en el conflicto israelo-palestino –tras el anuncio del traslado de la embajada por parte de Donald Trump– y que aleja la posibilidad del establecimiento de un futuro Estado palestino con Jerusalén oriental como su capital. Una opción que ya ni se molestan en ocultar los miembros del ejecutivo israelí, incluido el alcalde de Jerusalén.

“No, Jerusalén no será la capital de un Estado palestino”, dijo Nir Barkat tras la inauguración de la embajada de Guatemala en Jerusalén. “Pueden venir de visita o incluso abrir ellos también una embajada”, afirmó. “De hecho, hay muchos palestinos ya viviendo aquí y tienen libertad para quedarse, pero Jerusalén es indivisible para los judíos. Punto”, añadió taxativo el alcalde, dedo de advertencia en alto.

Barkat instó a todos los países a que también trasladasen su embajada, como ya han hecho Estados Unidos, Guatemala y, según está previsto, lo haga también Paraguay. Panamá es otro de los candidatos que figuran en la cesta de captación del ejecutivo hebreo que está movilizando toda su maquinaria diplomática, económico-comercial y de seguridad –sobre todo en América Latina y África– para que un número mayor de países se adhieran al movimiento liderado por Donald Trump.

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